Conflictos internos

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Adrianne se separó de mí en el momento en el que atisbamos los terrenos del palacio a través de las ventanas del automóvil. Me repantigué en el asiento y me dediqué a observarla durante aquellos últimos instantes. Ninguno de los mechos de su cabello se encontraba en su lugar, pero Adrianne era tan elegante y confiada que podía llevar aquel aspecto y convertirlo en toda una tendencia.

—Llévala a su casa, Laciel —ordenó la reina a través de un pequeño micrófono ubicado en la mampara en el momento en el cual nos detuvimos frente a la entrada del castillo.

Agradecí el gesto, si bien podía llevarme primero a casa, me dejaría en cierta desventaja ante ella. Conocía no solo mi cafetería favorita, mi rincón seguro lejos de todo el mundo, sino la ubicación de mi hogar. Me pateé mentalmente, por supuesto que debía saber dónde vivía, su equipo de seguridad habría realizado una investigación sobre mi antes de permitir que me acercara a la reina.

—Nos volveremos a ver —prometió dando un ligero apretón a mi mano. Sus ojos brillaron con la fuerza de su promesa y tuve que contenerme para no lanzarme a sus labios. La atmósfera a nuestro alrededor pesaba toneladas debido al deseo y al aroma a sexo que aún permeaba el aire. Cualquier chispa podía encender el fuego y sus ojos eran una fuente de ignición bastante efectiva.

—Estoy segura, Su Majestad. —Adrianne separó los labios para responder, sin embargo, en ese momento un miembro de la guardia real abrió la puerta del coche. El viento fresco de la madrugada ingresó al lugar y aclaró nuestras mentes. Adrianne sujetó la mano enguantada dispuesta a ayudarla a salir del coche, me dirigió una mirada cargada de promesas y permitió que el guardia cerrara la puerta frente a mí con una floritura de su mano. Contuve el deseo de mostrarle mi lengua, la pomposidad del palacio era enervante.

Escuché el rugido del motor y sentí su vibración en mi cuerpo. Deslicé la mampara y sonreí a Laciel.

—Prefiero ver el camino —confesé.

—Como usted guste, señorita —respondió con profesionalismo. Apenas me dirigió una mirada a través del retrovisor, no parecía sorprendido por mi aspecto, solo sujetó el volante y nos llevó por las calles vacías de la ciudad. ¿Cuántas chicas había llevado a casa después de una noche alocada con su soberana? La idea me causó gracia y cierta pena por el buen hombre, debía de ser un trabajo incómodo.

—Puede dejarme a una cuadra de mi casa si gusta —ofrecí. No deseaba hacer de este todo un viaje lleno de vergüenza e incomodidad.

—Oh no, debo llevarla hasta su casa, la reina lo ha ordenado —dijo a toda prisa—. Si se siente incómoda con mi servicio, puedo llamar a mi compañera.

—Para nada, solo pensaba hacer más cómodo su trabajo —me apresuré a explicar—. No quería incomodarlo con las implicaciones de todo esto.

—Señorita, no me incomoda, este trabajo me gusta mucho y no solo por la paga —sonrió y su bigote se curvó de forma graciosa—. Me encanta ser personal de confianza de Su Majestad, es una gran mujer, un poco joven para la carga que lleva en sus hombros, si me permite el atrevimiento, pero es justa y fiel a sus valores, algo que muy pocos en estos cargos de poder parecen ser.

—Entonces... no...

—Para nada, es una chica joven, además, no soy nadie para juzgar su comportamiento. Eso debe hacerlo ella. La vida es muy corta para pasarla fijándose en la vida de los demás.

—Es un hombre muy interesante, Laciel —repliqué mientras estiraba mis piernas sobre el asiento trasero y descansaba mi espalda en la puerta—. Me alegra que la reina lo tenga a su servicio.

Después de aquel breve intercambio, guie a Laciel a través de las laberínticas calles de mi sector hasta llevarlo frente a mi edificio. Fiel a su palabra, bajó del auto antes que yo, abrió la puerta para mí y me llevó hasta la entrada del mismo, donde me dejó a resguardo del portero.

Treinta DíasWhere stories live. Discover now