Día Cinco

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Cerré los ojos presa de todo tipo de sensaciones. Por un lado, mi cuerpo se revelaba al placer, caía en él presa de la naturaleza mientras mi mente tiraba en dirección contraria, hacia la razón. Estaba con la reina, en los terrenos del palacio, cualquiera podía pasar y vernos. A la vez, aquella idea no dejaba de alimentar mi cuerpo y repetía una y otra vez que debíamos darnos prisa, era combustible perfecto para el fuego que ardía si control en mi interior.

—Déjate llevar, mi pequeña escritora —susurró Adrianne—. Mientras antes lo hagas, mayores serán las probabilidades de que alguien nos encuentre.

—Estás demente.

—No tachaste "Al aire libre de la lista" —dijo con ligereza—. Pero si quieres detenerte...

Me encontraba atrapada, presa de mi propia mente y mi cuerpo y, sin embargo, nunca me había sentido tan libre. No quería detenerme, no quería renunciar a las sensaciones que recorrían cada centímetro de mi cuerpo y a la par no quería pasar a formar parte de los chismes del palacio. Sin embargo, para mi cuerpo, cualquier testigo podía darse un festín si así lo deseaba.

—No te detengas, Adrianne —respondí con confianza. No quería detenerme, era demasiado tarde.

Entre jadeos y nubes pude enfocar la mirada en la media pared que tenía frente a mí. Me llegaba justo a la cintura, era suficiente para ocultarnos de ojos curiosos. Suficiente para dejarme ir y rendirme a las sensaciones que ahogaban cada parte de mi cuerpo.

Adrianne incrementó la presión de sus dedos y su velocidad y toda idea desapareció por cometo de mi mente. Ser parte de un chisme estaría bien, cualquier cosa con tal que me llevara a donde quería estar.

Segundo a segundo la presión, el calor y la desesperación de mi cuerpo se hicieron casi insoportables, estaba al borde y quería dejarme ir, caer en la espiral de placer que esperaba por mí y por fin dar rienda suelta a lo que sentía. Miré hacia el frente, al campo de tiro, a los blancos, el rojo resaltaba, así como los árboles al final, cualquiera podía encontrarse allí y escuchar el grito que crecía en mi garganta con cada jadeo. La idea, lejos de desanimarme, envió una ola de renovado placer que terminó por empujarme al éxtasis absoluto.

—¡Su Majestad! ¡Su Majestad! —una voz insistente llegó a nosotras y atravesó con la fuerza de una bala la neblina que dominaba mi mente.

¡Alguien se acercaba! Podía escuchar sus pasos insistentes crujir en la arena del campo. Traté de luchar contra la neblina que dominaba mi cerebro y la gelatina que tenía en lugar de músculos y huesos. Adrianne rio en mi oreja y con la paciencia de un caracol se dedicó a subir la cremallera de mis pantalones. Estaba por terminar de ajustar la hebilla del cinturón cuando una chica se detuvo frente a nosotras.

No llevaba el habitual traje blanco de tres piezas del servicio del palacio, el suyo era de un azul añil. No llevaba la chaqueta, solo el chaleco y el blanco de su camisa destacaba contra el azul y el negro como las estrellas lo hacían en la noche. De uno de sus bolsillos frontales colgaba la cadena de un reloj, en apariencia de oro y estaba segura que sus zapatos debían de relucir. Era ese tipo de persona que podía permanecer pulcra incluso en un campo cubierto de arena fina.

Una ceja perfilada a la perfección se levantó ante mi aspecto y sus labios rojos se torcieron con hastío. ¿Cuántas veces se habría topado con una escena similar?

—Adrianne, llevo horas buscándote —espetó y me sorprendió la familiaridad con la que le llamaba. ¿No era acaso miembro del servicio?

—Estas horas están libres en mi agenta —respondió Adrianne con desparpajo. Sus brazos rodearon mi cintura y su cuerpo se pegó al mío en un ademán protector y cálido—. Ella es Xanthe.

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⏰ Last updated: Dec 06, 2021 ⏰

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Treinta DíasWhere stories live. Discover now