Día tres

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La radio no dejaba de transmitir la misma noticia una y otra vez. No importaba que emisora sintonizaras, todas repetían con las mismas palabras el número de víctimas, el monto de los daños, la cantidad de edificios dañados más allá de cualquier recuperación, los edificios afectados y la premura con la cual la corona y el gobierno actuarían para ayudarnos a superar este difícil momento.

Parecía un libreto escrito para todas las emisoras, cada vez que lo escuchaba valoraba más y más las emisoras clandestinas y su tendencia pacifista y dramática. Al menos ellos contaban una historia diferente, contaban: ¿la verdad?

Mi madre y Rianna no dejaban de escuchar una y otra vez aquellos noticieros, como si de tanto repetirlos estos fueran a cambiar su contenido. Lo peor era que, incluso si era la vigésima vez que escuchaban la transmisión, reaccionaban igual de alarmadas y sorprendidas que la primera.

Las clases fueron suspendidas, lo que significaba que Kate pasaba el día en el departamento. Odiaba tanto como yo las transmisiones y encontraba refugio en mi habitación, quizás arrullada por el constante traqueteo de mi máquina de escribir.

—¿Quieres ir por un chocolate a la cafetería? —pregunté una vez di el punto y final a un párrafo especialmente oscuro. Los últimos días solo había alcanzado a escribir fragmentos tristes y grises. Iban bien con la historia, así que no perdía nada con ellos, sin embargo, eran diferentes a mi estilo usual y mis lectores lo notarían de inmediato.

La amargura y la pena me hicieron sonreír contra mi voluntad, lejos de entretenerlos y distraerlos, solo los hundiría en mayores tristezas.

—No quiero —masculló mientras vestía con mimo una de sus muñecas. Parecía concentrada en su tarea y solo rompía el contacto visual para ver a través del enorme ventanal que daba al centro de la ciudad. Las obras de reparación avanzaban, podías ver pasar maquinaria pesada y camiones llevando escombros, en unas semanas todo sería un amargo recuerdo.

—Estoy segura que no pasará nada —ofrecí—. No creo que se atrevan a regresar.

Era justo lo que deseaba escuchar, Kate abrazó sus rodillas y escondió el rostro detrás de ellas.

—Siempre regresan.

—No aquí, estamos muy lejos...

—Eso dijiste aquella noche, que estábamos muy lejos y que no nos encontrarían aquí —interrumpió mis palabras con un grito desesperado.

Aunque mi madre y Rianna escuchaban los mismos reportes una y otra vez sin importarles nuestra salud mental, tenían la suficiente entereza como para no escuchar la reseña del ataque en presencia de Kate. Era algo es exceso crudo, información no haría bien a ninguna niña de siete años.

El bombardeo había sido un ataque casi suicida. Un conjunto de escuadrones de Tasmandar atacó en masa las murallas de la frontera con el fin de agobiar a la artillería antiaérea, esto abrió una oportunidad para que un reducido grupo lograra alcanzar Ka y otras ciudades del interior. Sus aviones se habían quedado sin combustible después del ataque y se habían visto obligados a aterrizar en las montañas de Casiopea. Algunos pilotos habían sido capturados y estaban siendo interrogados, otros habían logrado escapar.

Tasmandar no volvería a atacar Ka, al menos, en un tiempo. El costo había sido excesivo y los beneficios, nimios.

—No lo harán, no tan pronto, enana —susurré con calidez—. Se han quedado sin aviones, tardarán en construir más. Mientras, podemos ir por chocolate. ¿Te parece?

Kate lo meditó durante unos instantes sin dejar de mordisquear su labio inferior con nerviosismo, por fin, asintió y extendió sus brazos en mi dirección. Negué con la cabeza y la llevé en brazos hasta la sala.

Treinta DíasWhere stories live. Discover now