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Al girarse, Emily vio al dueño de la voz. Un hombre de cabello oscuro rizado y mirada burlona, vestido con un traje que tenía todo el aspecto de haber sido hecho exclusivamente para él. La imagen del hombre se ajustaba a su voz: masculina, seductora y con la prepotencia que da el saberse atractivo, joven y con dinero.

– Thomas, no– advirtió Rachael levantando la mano, como si quisiese parar su avance–. Está con Jenners.

– Una lástima– respondió el hombre con una sonrisa–. Me encantaría que fueses mi compañera, pero el dragón te ha reclamado para sí mismo. Nos veremos en los pasillos entonces.

Mientras el hombre iba, la mujer le dio de nuevo la bienvenida a la empresa y se presentó. En ningún momento comentó nada sobre el tal Thomas, así que Emily optó también por fingir que nada había pasado.

El resto de la mañana, después de haber firmado el contrato y haberse leído el código de conducta ("tienes una copia en tu mesa", le comentó Rachael), pasó volando. El único momento en el que se puso nerviosa fue en la firma de contrato, cuando le indicó a la mujer que su apellido real no era Stevens. Se limitó a explicarle que por motivos privados (dando a entender que era por su propia seguridad), prefería que la gente pensase que se apellidaba Stevens. Su guía de recursos humanos no hizo preguntas, y le aseguró que en su email de empresa figuraría así.

Rachael le explicó los horarios, le enseñó dónde estaba la cafetería, y le contó que departamentos había en cada planta.

Cuando, por fin llegaron a su mesa, era casi la hora de comer. Su jefe se acercó a su mesa y se limitó a indicarle que ya hablarían esa misma tarde. Hasta entonces, podía sentarse e irse familiarizándose con el ordenador. Tras eso, se quedó sola, viendo como en el resto de la planta la gente se relacionaba. Algunos hablaban por teléfono, otros charlaban tranquilamente con sus compañeros y un par de personas estaban sumergidos en sus ordenadores, ajenos al ruido que les rodeaba. En general, parecía que había mejor ambiente que en su anterior trabajo, lo cual le tranquilizaba. No podía imaginarse planear una venganza congelada y muerta de frío porque la empresa no quería pagar los costes extras que suponía encender la calefacción. Y aunque no estuviese cerca, al menos por las ventanas entraba luz natural, iluminando el área de trabajo con cierta calidez, a pesar de la luz blanca de las bombillas.

Echó un vistazo a su escritorio, donde estaba la copia del código de conducta, una agenda, un par de bolígrafos, su teléfono y el ordenador, que estaba ya encendido. Nada más.

– Estamos procurando reducir el uso del papel y así ser más ecológicos. Somos una empresa comprometida con el medio ambiente– dijo una voz femenina detrás de ella. Al girarse vio a una mujer sonriendo–. O eso es lo que nos dicen cada vez que nos quitan algo.  Lo próximo serán los bolígrafos, ya verás. Pretenden que todo se haga digitalmente, lo cual parece más un motivo de control que de sostenibilidad. Soy Rose, tu nueva compañera. Emily, ¿no?

Una mujer de pelo corto sobre los treinta años y vestida con lo que parecían pantalones de cuero y un jersey de cuello alto le extendió la mano. Emily se levantó para saludarla, pero Rose le indicó con un gesto que no hacía falta.

– Sí, encantada.

– ¿Quién te ha hecho el tour?– Rose se apoyó en la que ahora era su mesa.

– ¿El tour?– Emily prefirió mantenerse cautelosa. Ya había comprobado que, en general, había dos tipos de trabajadores: los pelotas y los que reconocían el trabajo por lo que era: un modo de conseguir dinero. Este último tipo era el que solía saber más cotilleos, y al que quería acercarse ella.

–Sí, ya sabes. La visita guiada por el edificio– contestó moviendo la mano en el aire–. Por la hora a la que has llegado aquí, diría que no ha sido Marvin. Se limita a que firmes el contrato, explicarte el horario y mandarte a tu puesto. Considera que son los jefes directos los que tienen que hacer la tarea de guía, que en nuestro caso sería Martin Jenners.

La hija de la venganzaWhere stories live. Discover now