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La palabra que mejor describía a la familia Pemberton era excéntrica. O al menos los definieron así en el breve artículo que la revista Tatler les dedicó cuando decidieron abandonar Londres por la campiña para irse a vivir a un castillo casi en ruinas. El autor de ese artículo optó por definirles como excéntricos, sinónimo de locos entre la prensa elegante, e intentar convencer a sus lectores de que la decisión de los Pemberton era la última moda entra la nobleza elegante, pero sus palabras dejaban entrever que ni él mismo se creía lo que estaba contando.

Porque nadie podía creer que el joven matrimonio, con un pequeño hijo de un año, abandonase la ciudad por mudarse a un castillo del siglo XVI que había pertenecido hasta la Primera Guerra Mundial a la familia de Victoria. En ese entonces, malvender el castillo para conseguir dinero para huir del horror había sido más importante que mantener un viejo castillo. El nuevo propietario no prestó mucha atención a su nueva propiedad, una de tantas que había adquirido aprovechando la debilidad económica de sus dueños, por lo que el castillo Pemberton permaneció durante casi un siglo abandonado. Olvidado por el mundo, pero no por la familia de Victoria.

Ella sabía que su padre intentó en los años ochenta comprarlo de nuevo, pero el propietario falleció, dejando tras de si una encarnizada y larga lucha entre sus herederos por hacerse con la mayor cantidad de dinero y bienes. No fue hasta que se casó con Julien que Victoria pudo recuperar el castillo que durante siglos había pertenecido a su familia. El nuevo propietario se lo vendió por un precio irrisorio, deseoso de deshacerse de algo que solo generaba pérdidas, y sabiendo la cantidad de castillos disponibles y en mejores condiciones en el mercado.

El artículo de Tatler dejó entrever la conexión histórica que el joven matrimonio compartía con la propiedad, y contando a sus lectores quiénes eran aquellos jóvenes, atractivos y exitosos hijos de la nobleza que, hasta entonces, habían vivido una discreta vida.

La noche que Julien Pemberton conoció a Victoria en una fiesta en la universidad pensó que era otra chica de la nobleza más. Superficial, con un complejo de superioridad, fría, y más preocupada en encontrar marido que en estudiar.

Cuando Victoria conoció a Julien Pemberton pensó que era ese tipo de chicos que se acostaban con una chica nueva cada fin de semana, que solo pensaba en ir de fiesta antes que en estudiar.

Los dos se equivocaron, demostrando así que las primeras impresiones no son siempre correctas. Desde aquel primer encuentro, donde solo habían compartido un par de manidas frases, empezaron a coincidir con más frecuencia, saludándose con un simple hola, y continuando con sus vidas, sin dedicar más tiempo. O tal vez siempre habían coincidido, pero nunca se habían prestado atención como para darse cuenta de la presencia del otro.

A mitad del tercer año de estudios, Julien desapareció. O más bien, a partir del tercer año de fiestas, porque Victoria no recordaba qué estudiaba Julien. Tal vez se lo había dicho la primera vez que se conocieron, pero no le prestó mucha atención. Pensó en preguntarle a alguno de sus amigos, pero incapaz de recordar con qué gente se movía el chico. La gente iba y venía constantemente en las fiestas, así que no le dedicó más que dos minutos de su vida a pensar qué habría sido de él. Tal vez había dejado de estudiar, estaba de vacaciones en alguna isla del Mediterráneo con un nuevo ligue, o quizás... Quizás daba igual lo que hubiese sido de Julien. Y así Victoria dejó de pensar en él, concentrándose en sus estudios. Tenía varios trabajos que entregar, algo más importante para su futuro que un chico.

Salió durante un par de semanas con un estudiante de intercambio australiano, pero con la llegada de las vacaciones de primavera se separaron. Poco después se enteró que el chico había empezado otra relación con otra chica. Victoria mentiría si dijese que se molestó cuando se lo contaron. Esa relación había supuesto nada más que diversión. Un par de citas no del todo románticas, pero si divertidas, besos ardientes y buen sexo. No habían llegado a profundizar mucho, así que cuando fue a casa de sus padres en el campo a pasar las vacaciones de primavera, no se pasó todo el día llorando en la cama, lamentando la pérdida de una relación no del todo existente, sino que disfrutó de pasar esos días en soledad, paseando por el campo, bebiendo té, acostándose cuando amanecía, y despertando a mediodía. La pérdida absoluta de horarios decentes era algo fundamental para pasar unas buenas vacaciones. La casa de campo de sus padres le ofrecía el escenario perfecto para ello, a las afueras de un encantador pueblecito. La mayor parte de la población eran ancianos que conocían a Victoria desde que era pequeña, que tras jubilarse habían convertido su casa de campo en su hogar, abandonando la ciudad para cultivar hortalizas, podar rosales y dar largos paseos. Esa era la vida que la joven siempre había querido para su futuro yo anciano.

La hija de la venganzaWhere stories live. Discover now