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Llevaba menos de un mes trabajando de nuevo en la oficina en Londres y sentía como si llevase toda una vida. Alex estaba cansado. No es que echase de menos su anterior de vida. En todo caso, añoraba la libertad de hacer lo que quisiese sin dar explicaciones a nadie. Bueno, y a las mujeres.

Ahora todo eran reuniones y jornadas interminables. Su teléfono no paraba de sonar y la bandeja de entrada de su email tenía siempre al menos 50 correos sin leer. No entendía el porqué del cambio, cuando antes podía llevarlo todo sin problemas y a distancia. Sospechaba que su padre había dado instrucciones para que todo el mundo le hiciese partícipe de todos los asuntos relevantes, cuando hasta hace poco se dedicaba a leer los reportes que le enviaban y a contestar a las preguntas que le hacían. Su trabajo antes era fácil. En cambio ahora era estresante.

Seguramente en los años en los que estuvo fuera, la gente prefirió resolver los problemas sin él, incluyéndole en los aspectos menos importantes para el funcionamiento de la empresa. No se fiarían de que una persona en su estado respondiese pronto a los emails y más si eran sobre cuestiones relevantes. Tampoco es que los juzgase por ello. Más bien, les entendía.

El día antes de volver a la empresa, incluso antes de que se instalase en su nuevo piso, su padre le llamó y le advirtió que las cosas iban a cambiar, pero no se le ocurrió que el cambio implicase un mayor volumen de trabajo. No lo reconocería en voz alta, pero estaba agobiado. Llegaba a la oficina todos los días antes de las ocho de la mañana con la idea de acabar pronto, pero en el mes que llevaba trabajando no había salido ningún día antes de las once de la noche.

Los fines de semana tampoco descansaba mucho. Los sábados los dedicaba a seguir trabajando, y por las noches su madre se las ingeniaba para que le acompañase a todo tipo de eventos sociales, cenas y galas, presentándole a amigas. Su madre, definitivamente estaba contenta por tenerle de vuelta y le gustaba presumir de hijo. Al menos los domingos podía descansar, aunque más de una vez su padre le había invitado a comer, resultando ser almuerzos para conocer a socios comerciales y sus familias.

Su vida se había convertido en un huracán muy diferente a torbellino de fiestas al que estaba acostumbrado. Antes al menos, podía dormir. Nunca se despertaba antes del mediodía, y ahora de camino al trabajo se cruzaba con gente que continuaba de fiesta. Estaban tan desenfrenados, que ni se fijaban en él. Alex había sido uno de esos antes, así que sabía que si le miraban, lo harían con pena. Pensando que ellos se habían librado de tal lamentable destino. Trabajar. Madrugar. Responsabilidades.

En definitiva, su nueva vida era un infierno. Y si él tenía que sufrir por las ideas absurdas de su padre, sus trabajadores también lo harían con él. En el tiempo que llevaba, además de leer cientos de emails, había propuesto un cambio de empresa de catering, propuesta que había sido acogida favorablemente. Todavía quedaban un par de meses de contrato, pero ya estaban buscando a otra empresa que se encargase de la comida. Le extrañó que nadie lo hubiese hecho antes, pero tal vez nadie consideraba que esa fuese su responsabilidad.

El primer día consistió en una visita protocolaria conociendo la empresa, los distintos departamentos y trabajadores. Todavía recordaba a algunas de las personas que trabajaron con él cuando empezó hacia años. Y ellos se acordaban de él. O mejor dicho, de Alexander. Le miraron con una cálida sonrisa, pero él se limitó a asentir con la cabeza. Él ya no era Alexander, demasiadas cosas habían pasado ya. Ya no era ese veinteañero lleno de ilusiones y planes, con una novia esperándole en ese tugurio que llamaban hogar.

Ahora ya no vivía en un cuchitril en Balham, sino en un lujoso piso en Chelsea con vistas al río. Al llegar a la ciudad, su madre se limitó a darle las llaves y a decirle que si no le gustaba algo, que le avisase para cambiarlo. Sospechaba que ella misma se había encargado de decorarlo, pues no tenía el clásico aspecto de piso de soltero, con pocos muebles todos de color negro y gris. Su madre había optado por un estilo Mid Century, con muebles de líneas elegantes. El salón estaba presidido por un sofá de cuero marrón en el que más de una noche había dormido. Había toques de color, como en las cortinas verdes, o la alfombra de su habitación, de un tono mostaza, a juego con los cuadros sobre su cama, entre los que había alguna foto de él y su familia. Todo era nuevo y reluciente, pero no gritaba dinero, sino gusto y clase.

La hija de la venganzaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن