28. ¿Viajaras a Francia con Eliot?

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Desde que Madison abrió los ojos supo que sería un día intenso.


Eliot estaba dormido a mi lado, eran las cinco de la mañana. No podía dejar de pensar en lo que dijo Harold ni mucho menos la abogada.

Me levanté de la cama con cuidado y caminé hasta el baño, tenía un presentimiento extraño. Como si algo malo nos acechara, me toque el pecho y sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

—Cálmate, Madison —me miré al espejo—. Tranquila...

Les seré honesta y les hablaré desde el futuro, jamás pensé que ese día daría pie a un cambio tan brutal en mi vida, y la de Eliot.

Volví a acostarme abrazando a Eliot, unas horas después me desperté sola pero no había aroma a comida, o velas aromáticas, ni flores robadas del patio de alguien. Había un silencio inquietante. Un silencio rasgado delicadamente por un susurro de furia y odio.

Me incorporé sobre el colchón, la habitación estaba sola y los rayos del sol se colaban por la ventana, me levanté en silencio, mis pies hicieron contacto con el frío suelo y salí de la habitación, aquel susurro se hacía más cercano y entendible con cada pisada.

—... Estás a cargo, soluciónalo. No me digas que no puedes. Es tu problema. No puedo y no quiero... Escucha te dije que lo arregles.

Eliot estaba de pie frente al librero, no llevaba camisa, se veía exaltado, molesto, había una taza de café sobre la isleta de la cocina y unas carpetas negras sobre la mesita de la sala.

—No puedes obligarme a eso —aseguró de repente con un tono que solo advertía de furia—. Es mi decisión, no te metas en ello y haz lo que te digo... Eider no me interesa, trabajas para mi, cumple con tu trabajo, hazte...

Hablaba con su padre.

De repente se giró a verme y sus hombros se tensaron, volvió a darme la espalda y empezó a hablar en francés y no entendí más que unos cuantos insultos.

Fueron segundos y colgó el teléfono, se pasó una mano por el cabello y empezó a respirar con dificultad de repente, ya lo había visto así odia veces atrás y estaba por tener otra crisis.

—¿Puedes salir al pasillo? —su voz era ronca.

—Yo...

—Madison —mi nombre en sus labios fue como una advertencia—. Por favor sal un momento.

Respiré hondo, caminé hacia la puerta principal y salí cerrando la puerta detrás de mí, juro que solo cerré y escuché un ruido estridente, cosas romperse y golpear en algún lugar, más cristales reventar, golpees y más ruido que solo dejaba claro que en ese departamento había caos.

Mi corazón empezó a latir con fuerza, mi mano se acercó a la manija pero me obligué a retroceder, el ruido seguía hasta que fue suplantado por algo preocupante... Silencio.

No había golpes.

Cristales.

Nada.

Solo silencio.

¿Tuve miedo? Sí ¿Preocupación? También.

¿Qué fue lo que hice? Abrir la puerta.

Todo era un desastre, no pude dar un paso al frente porque había cristales en el suelo, libros por todos lados, una ventana rota, los muebles tirados, una silla rota... Y sangre.

Sangre manchando el piso.

Jamás sentí tanto miedo, una parte de mí me gritaba "entra" y la otra me encadenaba en mi lugar con miedo de encontrar algo malo dentro.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora