8. No te atrevas a tocarme.

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No te atrevas a tocarme, o juro que encontraré la forma de quitarte el arma y te dispararé en las pelotas

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No te atrevas a tocarme, o juro que encontraré la forma de quitarte el arma y te dispararé en las pelotas.

═══════≪ Madison Mintz ≫═══════

Mi cuerpo se siente pesado, mis párpados luchan mucho por abrirse, intenté moverme, estaba sobre una superficie suave, mi respiración empezó a agitarse conforme entraba en razón.

Me siento confundida, respiro hondo y gruño cuando puedo abrir los ojos, todo es borroso, no hay mucha luz, solo hay penumbra, muevo la cabeza hacia los lados y descubro que estoy sobre un sofá.

Mi vista clona lo que parece ser una mesa de cristal sobre la cual hay una taza humeante, mi respiración es muy densa, mi mente empieza a salir poco a poco del aturdimiento y soy consciente de que mis oídos zumban, observó el techo, todo es oscuridad absoluta.

Ladeó la cabeza y veo un sofá blanco, en el cual hay un hombre, está sentado, veo sus piernas largas, su tobillo derecho está sobre su rodilla izquierda, lleva zapatos caros, un pantalón negro, sus manos están sobre los apoyabrazos del sofá, en una de sus manos tiene un vaso pequeño con lo que parece ser whisky o ron, veo su pecho, cubierto por una camisa blanca y un chaleco negro que más bien parece un arnés de portar armas, asciendo un poco más y poco a poco empieza la oscuridad a custodiar su rostro.

—Es bueno volver a vernos ¿No? —me pregunta alguien cuya voz se me hace apacible, su acento francés es notable.

Mi cuerpo entero se contrae en un espasmo de horror y me incorporo sobre el sofá con rapidez, y me pongo en pie tan velozmente que todo a mi alrededor da vueltas mientras un latigazo de dolor me recorre la sien.

—Ah —emití, adolorida, no me sentía nada bien.

¿Qué fue lo que me hicieron?

Me apoyé en el sofá, mis piernas estaban débiles, tuve que sentarme y tratar de componerme, pero mi sistema parecía estar bajo algún tipo de sustancia psicótica.

—¿Q-Qué me hiciste? —cuestiono en un gemido de dolor y desconcierto.

El hombre se puso de pie.

Intento levantarme también, pero al instante caigo al sofá, aún demasiado mareada, extiendo la mano velozmente hacia él, como si de esa forma una barrera de protección se levantará entre ese hombre y yo.

Mi visión está nublada, pero logro verlo de pie, siento que está mirándome, lo escucho suspirar, él deja el vaso que tiene en la mano sobre la mesa y se acerca a mí, mi corazón se acelera en anticipación a un gran peligro, pero entonces veo que lo único que hace es deslizar sobre la mesa la taza humeante hacia mí.

—Bébelo, te hará bien.

—No beberé nada.

—Madison, necesito que estés consiente para que podamos hablar.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora