34³. Estamos en prisión.

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Eider Lacroix era un hombre calculador y eso era malo pero también era un tipo con suerte y eso era peor.

Llevamos casi diez minutos en una celda.

Y me quitaron las ramas de ruda.

Harold y yo estábamos sentados en una banca larga pegada a la pared, a unos tres metros de nosotros estaban los barrotes, la celda es pequeña.

El castaño y yo teníamos los codos apoyados a las rodillas y el mentón sobre la palma de nuestras manos.

Suspiramos a la misma vez mientras veíamos a un oficial sentado detrás de un pupitre de metal, el tipo estaba muy feliz con un abanico rosado de batería sobre su pupitre mientras se comía un emparedado y veía FRIENDS.

—¿Cómo llegamos hasta aquí? —suspiró el castaño desanimado.

Miré a Harold pero no le respondí. Miré hacia el frente, ni siquiera nos dejaban hacer nuestra llamada porque el oficial al mando estaba ocupado atendiendo una riña en un partido de baloncesto.

—¿Crees que Eliot se dió cuenta que no estás? —me preguntó el castaño.

Miré al policía y levanté la voz —¡Si nos dieran nuestros teléfonos o nos permitieran nuestra llamada!

—Que no te entiende, mensa.

—Pues traducele al corrupto ese. En primer lugar esto es abuso de autoridad, nos trataron súper mal una vez llegamos aquí, mínimo robamos algo.

Harold me miró.

—Ufff —resople— las ramas estaban en el espacio público, no eran de nadie.

Harold se levantó y yo igual —Ya me duele el culo de estar aquí sentado —caminó hacia los barrotes—. Oye, tu. —el policía nos volteó a ver—. Quand le commandant arrive?

Sujetamos dos barrotes con cada mano mientras poníamos la cabeza el medio. El policía nos miro sonriente y solo mordió su emparedado con mucha lentitud y volvió a ver su serie.

—Idiota —refunfuño el castaño alejándose de los barrotes.

Yo lo seguí con la mirada sin soltar los barrotes —¿Crees que si me desmayo nos dejen salir?

—No es el mejor momento para probar suerte, tenemos muy mala la por ahora.

Resoplé, ya estaba harta. Nunca cometeré un delito, estar ahí dentro es tan aburrido que parece tortura.

—Tengo sed. Ni un mísero vaso de agua tienen aquí...

De repente en el silencio escuchamos un grito acompañado de un fuerte bullicio, voces mezcladas y exaltadas que dieron entrada a un grupo de hombres y mujeres que eran traídos a la fuerza por un par de oficiales.

Los hombres y las mujeres se insultaba entre ellos en español, no les ponían mucha atención a los oficiales, pero caminaban a donde ellos los guiaban.

Me separé de los barrotes y retrocedi de espaldas hasta que me detuve al chocar con el torso de Harold que estaba mirando la escena igual que yo.

Un hombre viejo, delgado y bigotón se acercó a nuestra celda y la abrió pero no para nosotros sino para toda esa gente.

—Oiga oiga espére... Pourquoi les mettre ici? —pregunto Harold y todos se callaron y nos voltearon a ver.

Yo me aleje de él despacio y me senté en la banca en donde estaba al inicio.

Harold aclaro la voz —Digo, que bueno tener compañía... —caminó hacia el oficial que le cerró la puerta de barrotes en la cara, el castaño saco la mitad de los brazos entre los barrotes y empezó a hablar con el oficial.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora