Día 2, jueves

483 59 1
                                    


Desperté con sensación de pesadez, como si el aire se hubiese vuelto más denso aunque sólo se tratase del tráfico ruidosde la ciudad.

La ducha logró espabilarme por completo además de traerme a la memoria el extraño suceso del gimnasio que, a la luz del día, me pareció un incidente convencional al que yo había otorgado, sin duda, demasiada importancia, quizás porque el vino de la comida había resultado excesivo para mí.

Consideré también la posibilidad de que los vapores de la sauna hubiesen influenciado mis pensamientos y, regañándome a mí misma, sonreí mientras entraba en la cocina para saludar a Sam antes del desayuno.

—Tengo que salir —me informó con aire de resignación—.

Tienen un problema para localizar no sé qué archivos en no sé qué ordenador. Tardaré una hora, dos a lo sumo.

¿Quedamos para comer?

Ya se había disfrazado con su uniforme de bibliotecaria; camisa impecable, zapatos planos, pantalón de loneta y una impagable expresión de aburrimiento.

—Claro —respondí apenas sin pensar. —

Pásatelo bien sin mí —exclamó alzando las cejas—. Te llamaré al móvil.

Guiñó un ojo y luego desapareció por la puerta, dejándome sola.

Casi de inmediato salí corriendo a vestirme. Me arreglé el pelo y me maquillé tratando de mejorar los buenos resultados habituales.

Me sentía nerviosa y tan naturalmente feliz que, a pesar de no saber muy bien por qué, supuse que había echado de menos poder disfrutar a fondo de la auténtica libertad, esa que sólo se experimenta cuando todas las opciones se te muestran a solas en un lugar desconocido.

Escribí varios mensajes a Sam ofreciéndole la excusa de las compras y me dirigí hacia la Quinta Avenida, donde paseé un buen rato dejándome llevar por los escaparates; luego agoté el transcurso del tiempo en Bloomingdales para, una vez llegada la tarde, desembarazarme de todas las bolsas a través del servicio a domicilio y escaparme, en un impulso premeditado, cogiendo un taxi de vuelta.

Habían pasado seis horas y yo estaba bajándome frente al Gymset Park como una estúpida indecisa.

Me quedé allí plantada, mirando la puerta desde la otra acera durante un buen rato, tan excitada que apenas podía permanecer quieta. No era capaz de pensar con claridad y tampoco sabía muy bien qué estaba haciendo, pero, al mismo tiempo, presentía que aquel era el único motivo,  la única causa suficientemente importante con la que justificar mi inquietud.

La mujer del día anterior salió del gimnasio a la hora de siempre.

Era la primera vez que la veía de pie, caminando y vestida; llevaba unos pantalones, vaqueros caídos, una camiseta blanca de manga muy corta y cargaba una mochila deportiva oscura.

El cabello seco se le había vuelto más rubio y ella me pareció aún más esbelta, más andrógina, más alta. Intuí que debía de practicar algún deporte que había desarrollado su espalda hasta dotarla de un aspecto masculino, con el pecho apenas pronunciado.

Me pareció joven, no mucho más de veinticinco, pero necesité comenzar a caminar tras ella para ver bien su rostro, que se escapaba huidizo bajo los mechones del flequillo.

Empecé a seguirla.

Avanzaba rápido, así que tuve que apresurar el paso. Al principio temí que subiese a algún autobús, pero luego, a medida que cruzaba calles y recorría aceras, comprendí queseguramente estaba regresando a casa.

10 Días para KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora