Día 9, jueves

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— ¿Quieres también el teléfono del trabajo?

Samantha abrió los ojos como platos. La recepcionista del Gymset había resultado una persona muy colaboradora después de saber que Kara estaba siendo buscada por una ojeadora de profesionales estatales de full contact y, afortunadamente para mí prima, por las mañanas atendía un personal distinto al de la tarde.

Después de dar una descripción física y el nombre de pila, la señora había encontrado una ficha en el ordenador que sí coincidía en horario y actividad con la persona solicitada, así que no tuvo ningún problema en confirmar que el apellido de la mujer era Zor-El y proporcionar su dirección en Chelsea, además de un par de teléfonos, uno de un móvil personal y otro que aparecía en el apartado de «número del trabajo».

—Por supuesto —se apresuró Sam—. Cuanta más información, mejor.

Cuando se marchó de allí, llevaba entre sus manos una ficha completa de la había sido, hasta entonces, su inalcanzable desconocida.

Sin perder tiempo se dirigió al domicilio señalado, sorprendentemente, a unas cuantas manzanas del Gymset y a pocos kilómetros de su propia casa en la dirección opuesta.

Cuando llegó al portal de Kara no pudo evitar hacer suposiciones sobre lo que habría ocurrido de haberse atrevido a invitarla a salir o, simplemente, a hablarle.

Después de comprobar la cercanía de sus vidas, ahora lamentaba en lo más profundo no haber sabido encontrarla, conocerla al menos, seguramente por lo relativas que resultan las distancias cuando dependen de la actitud del que las recorre.

Tomó aire y se decidió, por fin, a llamar a la puerta. Durante casi veinte minutosesperó una respuesta, pero el apartamento parecía vacío o su dueña no tenía intención de recibir a nadie.

En un segundo intento marcó el número del móvil varias veces sin resultado así que volvió a marcar, esta vez, el número del trabajo.

—Tambourine; le atiende Joe. ¿Qué desea?

Lo había dicho tan deprisa que apenas pudo descifrar las palabras.

—Perdón, ¿dónde estoy llamando?

—Esto es el Tambourine, en el Soho. ¿Qué desea?

Sam colgó el teléfono y arrugó la frente planeando cómo llegar más rápido a aquella cafetería.

Ya desde la lejanía pudo ver el local repleto de gente así como un gran movimiento de meticulosos camareros que cruzaban, raudos y veloces, entre las mesas. La sofisticación de una clientela eminentemente masculina, la ambientación ajardinada de la terraza, las cristaleras tintadas y el exceso de barroquismo en los detalles, la estudiada combinación del negro con el blanco y la tenue música, los sillones (De mimbre y, en la sala interior, de cuero. Todo evocaba un escenario en el que se hacía difícil imaginar el lugar ocupado por Kara. Sam, no obstante, buscó con la mirada al hombre que más se correspondía conel perfil de encargado y, al acercarse, pudo ver en su camisa una identificación con el nombre de Alfred Cannon, supervisor de sala.

—Perdone, ¿puede atenderme un segundo? — pidió Sam señalando con el dedo.

El señor Cannon, rollizo e inexpresivo, se acercó con desgana desde el otro lado de la barra. — ¿Qué desea?

—Soy amiga de Kara Zor-El —sepresentó Sam—.
La estoy buscando.

De repente, el hombre salió del mostrador y se dirigió a un rincón más apartado, haciendo una indicación a Sam para que lo siguiera.

— ¿Está loca? No hable de Kara en vozalta—advirtió molesto—. Aquí se llama Steven.

¿Comprende?
Sam entre abrió ligeramente los labios. Al instante una idea feliz iluminó de significado aquellas palabras.

10 Días para KWhere stories live. Discover now