Día 7, martes

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—Entonces. ¿te marchas hoy? —insistió nuevamente Kara mientras se vestía para ir a trabajar.

Se mostraba nerviosa, ligeramente contrariada.

Yo asentí, eludiendo sus continuos vistazos.

¿A qué hora? —Preguntó—.

—No lo sé —dudé—. Cogeré el tren de esta noche, supongo.

Se dirigió al baño, pero regresó al instante ardiendo en ganas de protestar.

— ¿No quieres que te acompañe? —sugirió,abatida—. Podría pedir días libres.

Nos miramos como si nos hubieran derrotado fuerzas invisibles.

—Te prometo que en unos días estaré de vuelta. En cuanto arregle todo lo referente a mi trabajo.

Lentamente se sentó a mi lado en la cama y se dejó caer, apoyando la cabeza sobre mis piernas.

—No te vayas. —susurró con un lamento.

Durante algunos minutos le acaricié el cabello en completo silencio; después, Kara acabó de vestirse y se fue.

Preparé la maleta repasando el plan que había trazado meticulosamente. Encendí el móvil y volví a llamar a mi casa; esta vez fue mi madre quien respondió, al otro lado del teléfono.

—Estoy tan avergonzada —empezó—. Ya no sé qué decirles a los padres de James.

—Vuelvo esta noche —me apresuré—. Podremos hablar tranquilamente cuando llegue.

— ¿Crees que puedes comportarte como te dé la gana? —gritó—.

¿Crees que lo que has hecho no tendrá consecuencias?

—Ya te he dicho que hablaremos cuando llegue. —

Desde luego que vamos a hablar —amenazó—. No te imaginas cuánto.

Arrugué la frente. Me pareció que en el tono de sus palabras se escondía algo más que un predecible enfado maternal.

—Entonces, hasta la noche —me despedí. —Hasta entonces —zanjó ella.

Al colgar me di cuenta de que aquella conversación, lejos de calmarme, me había provocado una inquietante sensación. Sabía que no era el momento de flaquear así que marqué el número de James y esperé a que me devolviese la llamada, como siempre que estaba ocupado.

— ¿Hoy no tienes ningún impedimento para volver? —inquirió sarcástico—. Qué bien.

—Sólo quería avisarte de mi llegada —aclaré—. Es simple cortesía, no el reporte de actividades de alguno de tus becarios.

—Estupendo. Estamos de enhorabuena; Lena Luthor por fin se digna a regresar a casa.

—No quiero discutir —atajé—. Otro comentario mordaz.

— ¿Y qué? —exclamó—. Vamos, a ver si ahora te atreves a hacerte la víctima conmigo.

De repente comprendí que, a pesar de las formas, llevaba parte de razón. La infiel, la culpable de todo aquel desastre era yo, y James tan sólo formaba parte de los daños colaterales.

—Lo siento —me disculpé impulsivamente—. De verdad que lo siento. Nunca he querido herirte. Un silencio al otro lado de la línea me hizo sospechar que el abogado Olsen, aunque bien preparado para la guerra, no lo estaba tanto paralas prerrogativas de paz y concordia.

—Yo tampoco quiero discutir —reanudó más tarde—. Pero esta situación me ha alterado mucho. Ya sabes que no me gusta perder el control y estos días me has hecho mucha falta.

10 Días para KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora