Dia 3, Viernes

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Sam poseía razones más que suficientes para continuar enfadada conmigo después de mi desaparición. Por ese motivo la noche anterior me había hecho prometer que le daría una explicación, entre mis reiteradas y poco aceptables disculpas, nada más cruzar la puerta del piso.
Ya a las nueve de la mañana comencé a escuchar sus pisadas barruntando entre las sartenes de la cocina, así que me relajé tratando de no parecer excesivamente nerviosa. Sam era lista y conocía tan bien mis tácticas evasivas que cada paso de mi plan debía ser ejecutado demanera indiscutible y brillante o, al menos, lo suficiente como para acabar con sus sospechas una vez sentadas frente a las tazas de cereales.

—Es James —mencioné, preparando el terreno

—. Ha venido. — ¿De qué hablas? —respondió ella sirviéndome una tostada en el plato.

Yo traté de parecer ausente, reservada. — Hemos tenido problemas —sorteé—. 
Fue hace tiempo, pero aún sigue algo celoso.

— ¿Celoso? —exclamó sin entender—. — ¿Porqué? Volví a callar unos segundos. Era como cuando, en mi época universitaria, solía echar partidas de póquer; para que el farol resultase convincente había que tensar la situación al máximo antes de mostrar las cartas, confundiendo tras una cortina de humo lo más determinante de la jugada.

—Hace un par de años atravesamos una mala época —relaté bajando la mirada—. Tuve una relación esporádica con un amigo suyo aunque lo arreglamos y aquello acabó, nunca ha podido olvidarlo.

Ese amigo vive aquí, en un ático del Soho.

Alcé la vista lentamente para observar cómo su mirada inquisitiva registraba cada uno de mis gestos. Sam no me hubiese perdonado que la sustituyera por otra persona, pero, si se trataba de purgar culpas, mi prima era la primera que sufragaba el empeño.

— ¿Te ha seguido para vigilarte—exclamó indignada—. Por Dios, Len ¿Estás segura de que quieres casarte con un hombre que no se fía de ti? Suspiré aliviada intentando un efecto final.

—Tengo que intentar que esto salga bien — supliqué con la contundencia del que entremezcla verdades y mentiras

—. ¿Vas a ayudarme?

Analizó vertiginosamente mi exposición de los hechos. Había picado el anzuelo, aunque presentí que su cabeza continuaba midiendo cada una de mis palabras, examinando al milímetro cada posibilidad.

—No hay problema —declaró al fin asintiendo con un gesto—.

Puedes hacer lo que quieras si lo necesitas.

Ambas adivinamos que se estaba dejando engañar y, sin embargo, no insistió; quizás supuso que todo llegaría a su debido tiempo.

Media hora más tarde salí del apartamento y cogí un taxi en dirección al Tambourine, una selecta cafetería del Soho muy famosa por su casi exclusiva clientela gay.
Al llegar comprobé que se trataba de un enorme local acristalado con una decoración muy barroca en la sala y una terraza, cerrada por un vallado de madera y plantas en mitad de la acera cuya extensión cubría hasta media manzana de la calle.

Me acerqué despacio para poder observar a placer los detalles; el lugar estaba prácticamente lleno de gente tomando aperitivos, casi todos hombres jóvenes y de mediana edad.

Varios camareros entraban y salían con sincronizada rapidez del interior cargando en bandejas toda clase de bebidas y refrigerios.

Sentí un golpe en el pecho cuando entre ellos descubrí a Kara paseando con maestría entre las mesas meticulosamente uniformada. Vestía pantalones negros y chaleco sobre camisa blanca y corbata. Se había peinadohacia atrás y el pelo le brillaba, otorgándole un aspecto más viril, aunque algunos cabellos se le escapaban por el rostro jugando con su expresión reservada de velocidad.

10 Días para KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora