Día 4, sábado

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Apenas solté la mano de Kara hasta aterrizar en el aeropuerto de Los Ángeles, pasada la una de la madrugada. Un extraño síndrome de abstinencia me asaltó entonces, como si la euforia de haber superado el reto de cruzar el país entero en avión no fuese siquiera comparable al hecho de habernos mantenido Juntas tanto tiempo.

Cogimos el equipaje y caminamos en dirección a las puertas acristaladas de la salida donde, a lo lejos, divisamos a un grupo de cuatro personas que comenzaron a gritar y a hacer aspavientos en cuanto divisaron a Kara; ella los saludó con el brazo y luego se volvió hacia mí, confirmando a sus antiguos compañeros de unidad.

Avanzamos hacia ellos mientras yo los examinaba con detenimiento. Dos eran hombres, y de las dos mujeres una era menuda, pero la otra debía de superar considerablemente el metro ochenta; desgarbada y de larguísimas extremidades tenía la piel blanca, caramelizada por sus orígenes americanos, con la cabeza alineada de trenzas y el rostro dulce, pacífico. Kara me había hablado de ella durante el trayecto y enseguida supuse que se trataba de Kail, que se adelantó para recibirnos.

— ¿Qué pasa contigo, LiK? —exclamó entusiasmada—.

Ya sabemos que te gusta hacerte notar, pero con esto te has superado.

Kara se ruborizó ligeramente mientras se abrazaban con fuerza. Parecían compartir una alegría particular, esa que se fabrica a base de recuerdos comunes.

—Qué hay, BigK —replicó Kara—.

¿Has crecido? Se rieron; luego todos intercambiaron besos y abrazos mientras nos presentábamos.

—Afortunadamente has podido venir — agradeció Nia, la segunda mujer—.

Porque llevamos días sin ponernos de acuerdo con las señas.

—Le echa la culpa a las señas —bromeó Kail—. Pero es muy bajita para la red.

—Oye, yo puedo saltar con mucho estilo— se quejó la otra.

—Eso es cierto, Nal —intervino uno de los hombres, llamado Winn, pero apodado «Coyote»—.

Con la pértiga eres la mejor.

A su lado, un castaño llamado Barry Allen estaba tan ebrio que sólo alcanzaba a hipar y a canturrear entre risas.

—Cállate, Schott —bufó Nia sonriente—.

Mañana esa pareja de macizos alemanes los va a apalear.

—No creas, Nal —se burló Winn—.Nosotros también sabemos utilizar la pértiga.

Los dos hombres estallaron en carcajadas mientras Kara, acostumbrada a ignorarlos en estado de embriaguez, interrogaba a su compañera.

— ¿Cómo has conseguido que pueda jugar? —indagó sorprendida—.

Estoy fuera del plazo de inscripción.

—Te apunté como suplente desde el primer día —confesó Kail—.

Algo me decía que aparecerías a última hora. Ha sido la suerte.

Kara me lanzó una mirada fugaz, como si en mí hubiese descubierto una alianza secreta con su destino.

—Hemos abandonado la fiesta de apertura para venir a buscaros —continuó Kail colgándose de nuestros hombros—.
Es en el muelle.

¿Queréis venir? Apuramos otro barril y volvemos todos juntos al Apricot, palabra.

Trazó con el pulgar una señal de la cruz sobre los labios a modo de promesa.

—Conozco esa cara de embustera sin verguenza y yo necesito descansar para mañana —se excusó Kara sin perder la sonrisa—. Len., ¿tú qué quieres hacer?

10 Días para KWhere stories live. Discover now