Rosas blancas

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Muchas centurias atrás, los bosques, montañas, llanuras, desiertos, selvas, ríos y mares eran custodiados por unos míticos e imponentes seres. Kylmä, el azulado dragón bicéfalo de alas blancas, se encargaba de traer el invierno, no sin antes cerciorarse de proteger a la vegetación y los animales de los bosques para que no perecieran a causa de las copiosas nevadas y las fuertes ventiscas. Él mantenía una estrecha amistad con las hermosas Sílfides del Atardecer, pues las había visto nacer y crecer a su lado. Su relación era tan cercana que muy a menudo se los veía juntos surcando los cielos nocturnos, posados sobre las iridiscentes faldas de la Aurora Boreal, prima mayor de las siete doncellas. Reían a carcajadas y se abrazaban a más no poder, haciendo de sus frecuentes travesías una experiencia muy agradable.

Para celebrar el milésimo cumpleaños del dragón, las damas decidieron hacerle unos obsequios muy especiales. A partir de una mezcla de agua marina con un mechón de los cabellos de cada una de las siete hermanas, ellas crearon instrumentos musicales que llegaron a ser legendarios: el Flautín del Ensueño, para mantener viva la fantasía; la Gaita Palpitante, para devolverle el latido de la esperanza a los desdichados; el Arpa de Fuego, para que las hogueras de los pobres nunca se apagaran; el Rabel Luminoso, para guiar a los niños por el camino correcto; la Lira del Despertar, para que todos los talentos de las personas pudiesen fluir con plena libertad; la Ocarina Hipnótica, para ayudar a los angustiados a conciliar el sueño; y el Laúd de las Sonrisas, para que la alegría jamás abandonase a la humanidad.

Kylmä estaba encantado con aquellos incomparables regalos, y para poder darles el uso más apropiado, decidió fundar "La Orden del Péndulo Celestial." Dicha orden se encargaría de hacer llegar las extraordinarias melodías a todos los rincones del planeta. El mismísimo dragón seleccionó a cuatro hombres y tres mujeres con habilidades sobresalientes para las artes: Vincent, Fenrisulf, Gustave, Jokull, Syphiel, Karalee y Elin. Los siete elegidos fueron entrenados desde su tierna infancia para que fueran capaces de dominar a la perfección las cien sinfonías que podían ser producidas con cada uno de los instrumentos musicales. Una vez que concluyeron su adiestramiento, se dispersaron y viajaron por todo el orbe en busca de las personas que requirieran de sus melodías. Cada vez que uno de ellos utilizaba sus poderes mágicos, crecían a su alrededor enormes campos con cientos de miles de exuberantes flores, llegando a cubrir hasta diez kilómetros a la redonda. El flautín de Vincent hacía crecer claveles rojos; la gaita de Fenrisulf, azucenas amarillas; el arpa de Gustave, orquídeas azules; el rabel de Jokull, magnolias rosadas; la lira de Syphiel, rosas blancas; la ocarina de Karalee, crisantemos naranja; y el laúd de Elin, tulipanes violeta. Además, todas las veces que se utilizaban, los instrumentos brillaban un poco, emitiendo un resplandor del mismo tono de las flores que cada uno producía.

De todos los miembros de la Orden, solo la apacible Syphiel decidió contraer matrimonio con Christoffer, un muchacho de su tierra natal que había sido amigo suyo desde que tenía memoria y siempre la había apoyado en todo. Ambos estaban encantados con la idea de que la muchacha pudiese ayudar a la gente a potenciar sus habilidades para luego compartirlas con los demás. Christoffer acompañaba a su esposa en la mayoría de sus viajes, pero a veces se separaban por periodos cortos, para permitirle a él ejercer su profesión como herrero. A los pocos meses de casados, ella quedó encinta, pero eso no le impidió continuar con la misión que le había encomendado la Orden, ni su esposo se opuso a ello, sino que más bien la exhortó a hacerlo.

Por aquellos días, Moa, una joven aprendiz de hechicería, comenzó a hacer experimentos en los que usaba varias combinaciones distintas de encantamientos prohibidos, haciendo caso omiso de las enérgicas advertencias de las autoridades de su escuela de magia. Todos los encantamientos prohibidos constituían una grave amenaza tanto para quien los desarrollara como para quien fuera objeto de sus nocivos efectos. Uno de esos experimentos contaminó el organismo de Moa a tal grado que nunca más pudo abandonar las catacumbas en las que ocultaba los espantosos resultados de sus pruebas. No soportaba recibir luz de ningún tipo, ni podía respirar aire fresco, pues eso le causaba intensos dolores de cabeza e hinchazón en sus extremidades, además de unos deseos incontrolables de asesinar sin piedad a toda persona o animal que se cruzase en su camino. A menudo se escuchaban terribles gritos y lamentos provenientes de esas cuevas, pero ningún habitante de la zona se atrevía a acercarse a ese lugar, por miedo de que fuese una treta para inspirar compasión y que, una vez allí, algo o alguien los atacara.

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Where stories live. Discover now