Tétricos sueños

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Dahlia abrió los ojos poco a poco. Sentía como si hubiese pasado una eternidad inmersa en un pesado letargo. Todo a su alrededor estaba bañado por el tenue resplandor blanquecino de un sol distante, el cual trataba de abrirse paso sin éxito entre los densos bancos de nubarrones grisáceos que inundaban la atmósfera. Inmensos cúmulos de nieve cubrían la superficie de aquel suelo tan plano y desolado. De pronto, un aguacero torrencial acompañado de vientos huracanados desató su furia sobre ella. Los goterones magullaban su cabeza con tal intensidad e insistencia que por un instante creyó estar siendo lapidada. Sin embargo, la dolorosa sensación que le causaba el fuerte impacto de las lágrimas del cielo quedó relegada al olvido cuando percibió que no era agua sino sangre lo que llovía. Profirió un grito desgarrador, cargado de pánico. Su piel, sus cabellos y su ropaje se habían teñido en su totalidad con los ríos carmesí que anegaban aquel desierto helado. Ella pasó a ser solo una mancha rojiza más en aquella piscina de penetrante hedor metálico.

No reconocía ninguna de las raras escenas que contemplaba, pues nunca antes había estado en ese sitio, pero algo dentro de sí le decía lo contrario. Se sentía vigilada, mas no por ojos humanos. Sin importar hacia dónde dirigiese sus miradas, era incapaz de saber en dónde se ubicaba la etérea criatura cuya presencia la perturbaba tanto. Pero de algo estaba segura: la energía que emanaba del ente era siniestra y asfixiante. La temperatura de su cuerpo comenzó a descender con brusquedad, ocasionándole unos incontenibles escalofríos que la recorrían de pies a cabeza. Su quijada castañeteaba de manera violenta, y el tono negruzco de sus labios mostraba a las claras que su sistema circulatorio no estaba funcionando. A ese paso, moriría en unos cuantos minutos.

De pronto, una agradable voz femenina casi inaudible debido al estruendo de la tormenta llegó a los oídos de Dahlia en forma de susurro. Sin razón aparente, un suave calor comenzó a envolverla y el diluvio se detuvo de golpe. Manos intangibles la acurrucaban mientras el delicado murmullo se tornaba en una especie de canto.

—Ven conmigo, mi pequeña hija. Mamá te está esperando. La Legión puede llevarte a mi lado. Los Olvidados te necesitan —musitaba la hermosa voz de quien aseguraba ser Déneve.

—¿Quién eres tú? No puedes ser mi madre. Ella está... muerta —contestó Dahlia en voz baja, a punto de soltar el llanto.

—Oh, no, mi niña. No he muerto, sino que duermo. Sólo tú puedes venir a despertarme. Acepta el llamado de La Legión de los Olvidados. Ellos pueden reunirnos otra vez. Por favor, úneteles.

—Si realmente eres mi madre, muéstrate. Debo verte con mis propios ojos o no creeré en tus palabras.

El suelo se estremeció con gran fuerza, y desde sus entrañas emergió una figura demacrada, cual esqueleto andante, y se presentó ante la rubia. Caminaba muy despacio, tambaleándose a cada paso. Su huesuda caja torácica se contraía y se expandía a un ritmo vertiginoso, como si respirase con enorme dificultad. Sus ojos verdes carecían de brillo y lucían muy saltones en aquel rostro tan desmejorado. Los escasos rizos rojizos en su cabeza yacían sin movimiento, pegados a una piel macilenta y sudorosa. La débil sonrisa que con tanto esfuerzo logró esbozarle a Dahlia causaba lástima. En verdad era ella, la adorable Déneve, aunque no quedaba ni rastro de su gran belleza. Detrás de la desahuciada silueta de la joven madre, una imponente Galatea se erguía con insolencia.

—¿Qué le ha pasado a mi madre? Galatea... ¿qué le has hecho? Sea lo que sea, sé que está sufriendo mucho. Libérala, por favor. Haré lo que me pidas, pero deja a mamá en paz— clamó la chica, llena de rabia y desesperación.

—Déneve ya te ha dicho lo que tienes que hacer, y es muy simple. Únete a La Legión de los Olvidados. Una vez que lo hagas, ella volverá a ser lo que era y podrán estar juntas —espetó con mordacidad la emisaria predilecta de Nahiara.

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Where stories live. Discover now