Día 1

122 14 6
                                    

Para el amanecer, ya me encontraba despierta y alerta; Ty también. No habíamos podido dormir a pesar de los intentos. Yo no pensaba en otra cosa que no fuera salir de allí.
Recogí mis rodillas contra mi pecho y dejé caer mi cabeza sobre ellas, al mismo tiempo que suspiraba preocupada. La curiosidad por saber lo que estaba ocurriendo con mi familia me mataba. Mantenía muchos revoloteos en mi cabeza que no hacían más que alterarme. No me encontraba en mi mejor condición, eso seguro.
Había un silencio abrumador, pero no tenía ganas de charlar, aún y sabiendo que era necesario: teníamos que trazar un plan.
—¿Qué haremos? —preguntó el chico. No miraba hacia mi dirección, sino hacia el hueco en la pared que hacía de ventana, cubierta con barrotes.
—¿Recuerdas el camino por el que nos trajeron hasta acá?
Se lo pensó un minuto, para después asentir con la cabeza. Yo tomé una pequeña roca del suelo empolvado y se la tendí.
—¿Crees que puedas trazarlo? —cuestioné, a lo que él mostró un gesto dudoso. De todos modos, tomó el objeto.
Comenzó con pequeñas líneas rectas, luego con otras cortando a las anteriores y siguió así. Después de unos trazos, encontré la forma de los pasillos del cuartel. Cuando acabó, dibujó un círculo en nuestra posición y otro en la salida.
—Debemos recorrer al menos diez pasillos y cruzar tres puertas —sentenció con voz agotada, ya echándose para atrás antes de haber comenzar —. ¿De verdad piensas que lo lograremos?
—Eso espero —dije, mientras analizaba la situación —. Los guardias tienen tarjetas de acceso, ¿no?
—Sí. Con esas abren las puertas.
Fruncí los labios. Eso sería un detalle que nos traería problemas.
—Estoy casi segura de que algunos duendes vendrán a alimentarnos en algunas horas, o amenos a asegurarse de que sigamos aquí y vivos. Tal vez... podemos robarles sus tarjetas, incluso sus armas —propuse en tono entusiasmado.
—¿Y después qué? ¿Nos echamos a la fuga como pavos sin cabeza? —preguntó incrédulo, como si fuera el plan más estúpido de todos... puede que lo fuera.
—Exacto.
Dejó salir un gran suspiro, mientras se llevaba las manos al cabello. Él creía de verdad que el plan no funcionaría, y no podía permitir eso.
—Es lo único que nos queda, Ty: intentar. Si no nos arriesgamos lo suficiente, no saldremos. Y a menos que puedas pasar entre esos barrotes de ahí, no tenemos otra opción. Necesitas estar conmigo en esto —comenté con tono suplicante.
Levantó la mirada por un segundo, uno solamente, y tenía la esperanza de que con eso bastara para que creyera en mí.
—¿Estás consiente de que si esto no funciona nos cargaremos problemas más graves? —cuestionó con un tono que conocía bastante bien: estaba accediendo.
—Funcionando o no, y a final de cuentas, somos criminales para ellos —espeté. Creí ver una sombra de sonrisa en el rostro de mi amigo, aunque seguía mostrándose preocupado, con escepticismo.
Posé mi mano sobre su hombro, mientras lo agitaba suavemente.
—Tranquilo, saldrá todo bien. Sería peor si estuviéramos en la prisión de verdad. Aquí no se preocupan tanto por la seguridad.
En realidad, yo no estaba segura de ello, pero si la cosa ayudaba para tranquilizar Ty, qué mejor que mentir un poco.
Nos dedicamos a mejorar algunos detalles del plan y arreglar unos cuantos más. Cuando lo tuvimos nuestro listo, no nos quedó nada más que esperar lo mejor.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Chelina ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora