Día 4

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La mañana no pudo ser más vergonzosa: debido a que sólo nos quedaban un par de mantas, Ty y yo dormimos más juntos que nunca. El punto es que cuando desperté, noté que había dejado un enorme charco de baba en su pecho. ¡Odiaba dormir con toda la bocota abierta! Aunque él me aseguró que no era nada y que no me preocupara, no pude evitar ponerme rojísima, tanto que parecí un tomate enorme.
Después de alimentarnos un poco más, nos aplicamos a la tarea de caminar río arriba. No hubo tiempo de charlas ni de preguntas, sólo comenzamos el andar, hombro con hombro.
Por alguna razón muy extraña, comencé a sentir un peligro inminente a cada paso, como cuando tienes la sensación de que te miran, pero no sabes quién ni de dónde. Cuando se lo conté a Ty, me dijo que seguramente andaba merodeando un animal por el lugar. Aún así, no bajé la guardia, y volteaba constantemente la mirada.
     —¿Crees que lleguemos hoy a la choza de los gritos? —me preguntó el antes mencionado, con el aliento entrecortado debido al cansancio. Suponía que no le interesaba mucho mi respuesta, sólo deseaba charlar.
     —No lo sé.
     —De acuerdo... lo tomaré como un no.
     —Puedes tomarlo como tú quieras —dije, prestando más atención al camino por el que andaba que en él.
Caminamos unos minutos más, y cuando menos me lo esperaba, llegamos al inicio del río. Me llevé una gran decepción al darme cuenta de que el lugar no era en realidad un punto muy alto en el terreno. No se acercaba ni por error a la cima.
     —¿Y ahora a dónde? —pregunté, dejando caer los brazos a los costados.
     —Tenemos que ir allá arriba —señaló un punto detrás de mí. Me volteé y me sorprendió lo mucho que tuve que elevar la mirada, sólo para observar la parte más alta del bosque. A pesar de todo, pude reconocer que aquello era algo bueno, digo, al menos sabíamos en qué dirección andar, y qué nos esperaba allá —. Nos quedan solamente tres días para Navidad.
     —Tenemos suficiente tiempo —le tranquilicé, aún y cuando yo no estuviera muy segura de lo que estaba diciendo.
     —Chelina... ¿Y si nos enviaron a una dirección incorrecta? —pregunta, rascándose la nuca con nerviosismo.
Unas ganas repentinas de golpearlo me invadieron, ya que me había inducido a pensar en una nueva posibilidad que me hacía replantearme si todo este viaje había sido en vano, al igual que nuestros esfuerzos. Tuve la sensación de que mis venas ardían tan sólo en contemplar aquello.
     —Lo sabremos cuando lleguemos. Ya llegamos muy lejos —le contesté cortante y evitando sus ojos. Después, seguí caminando.

Me había detenido en seco, mi boca estaba completamente abierta y mis párpados hasta mi frente

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Me había detenido en seco, mi boca estaba completamente abierta y mis párpados hasta mi frente. Me había dicho antes que todo camino siempre tiene obstáculos, sí, pero lo que teníamos enfrente era una misión imposible bajo toda regla. La escena daba qué pensar, ya que había un enorme acantilado, y justo del otro lado de este, continuaba el camino para la cima del bosque. Sin embargo, lo único que había para cruzar era un tronco muy largo, que parecían haber pertenecido a un pino enorme.
     —Lo siento, pero yo no haré eso —declaró Ty viendo el acantilado, mientras soltaba una risa, como si todo esto fuera un juego.
     —Tenemos qué. Tú lo dijiste, no tenemos opción. Está en nuestras manos —le recordé, con un nudo en la garganta. Por los cascabeles que estaba aterrada.
     —¡Es una misión suicida! ¿Estás loca, Chelina?
     —Tal vez —respondí, luego caminé unos pasos adelante, para poder mirar hasta el fondo del acantilado. Cuando logré observar dicho punto, hubiera deseado no haberlo hecho, pues mis piernas se pusieron a temblar.
     —No lo haré —repitió Ty, horrorizado, y dando pasos hacia atrás.
Mi cabeza trató de pensar en una manera para convencerlo de hacer aquella locura conmigo. Por poco probable que pareciera, no tardé en hallar la repuesta: hacerlo confiar, sentirse seguro, como el había hecho conmigo la ocasión anterior.
Le extendí la mano, que estaba ligeramente temblorosa.
     —No cruzarás solo. Nos tenemos el uno al otro, ¿recuerdas?
Soltó un bufido frustrado, y se pasó las manos por el rostro. Parecía que estaba manteniendo una riña consigo mismo.
     —No caeré en tus trucos, Candyberg, no esta vez —sentenció, dándome la espalda.
Ahora yo solté el bufido. Sólo me quedaba una salida, una opción para convencerlo. No me encantaba la idea, pero debía dejar de lado mi ego si de de verdad quería lograr que él me escuchara.
     —Te... te necesito —dije sin más, con un poco de dificultad.
El chico se giró de golpe, con los ojos bien abiertos y con un gesto que demostraba que mi comentario lo había tomado desprevenido; sabía lo mucho que me costaba admitir ese tipo de cosas.
Primero, su rostro se suavizó. Unos minutos después, asintió hacia mi dirección, dándome a entender que ya estaba aceptando. Sonreí.
Le tendí mi mano, y él no tardó en tomarla. Luego, me sonrió.
Con mucha precaución, puse mi pie derecho en el tronco. Esperé que sucediera algo, pero cuando no lo hizo, solté un suspiro aliviado; al menos se sentía suficientemente fuerte como para no caerse o pandearse. Cuando avancé, subiendo el otro pie, miré a Ty, quién estaba imitando mis movimientos. Di otro paso, luego otro, y después otro, y así sucesivamente. Supuse que la situación era similar a la del hielo delgado: solamente tenía que ir repitiendo el mismo proceso hasta estar del otro lado. Yo deseaba avanzar rápido para no estar mucho tiempo en el tronco, ya que no quería darme el tiempo suficiente como para ponerme a pensar en lo aterrador y peligroso que era, me daría un ataque. Sin embargo, tal parecía que Ty pensaba totalmente lo contrario, pues iba con una lentitud agonizante.
     —Date prisa —le dije, un poco frustrada. Pueden llamarme apática, insensible si quieren, pero no era demasiado bonito encontrarme sobre un tronco, justo a la mitad de un acantilado, con alguien que va a paso de tortuga.
     —¡Lo estoy intentando! —gritó en respuesta.
Cuando volví a enfocarlo, lo atrapé mirando hacia el fondo, y justo después, comenzó a temblar con gran magnitud, casi sentí que nos hizo tambalear.
     —¡No mires al acantilado, mírame a mí, recuérdalo! —le ordené, tratando de calmarlo, justo como él había hecho conmigo en el hielo. Ty me obedeció y me levantó su vista; eso no ayudó a que su miedo se disminuyera — ¡Así es, sigue caminando!
Di otro paso al frente, luego otro, y seguí repitiendo hasta que retomé el ritmo que llevaba anteriormente. El chico detrás mío trataba de seguirme el ritmo, pero temblaba demasiado como para lograrlo.
Seguí avanzando sin problemas, hasta el momento en que decidí voltear otra vez para asegurarme de que Ty estuviera bien, pues no me di cuenta de que había puesto el pie en una parte floja del tronco, y esta, debido a mi peso, no tardó en desplomarse, y yo junto con ella. Sentí cómo el suelo desaparecía y cómo el aire me pegaba de lleno en el cuerpo. Pude notar cómo el oxígeno salía de mis pulmones y cómo se cortaba mi respiración debido al miedo. Creí que ya no había salida, que el final había llegado para mí, que caería hasta el fondo... pero algo me detuvo; había olvidado que estaba agarrada de la mano de mi amigo.
     —¡¡Ty, ayúdame!! —gritaba como loca. Todo mi cuerpo estaba suspendido, mis piernas se agitaban. Lo único que me impedía la caída era él, pero no sabía cuánto resistiría —¡¡Ty, por favor!!
     —¡Te tengo, tranquila! —respondió, mientras trataba de ponerse de pie para subirme de nuevo al tronco, pero su fuerza no le fue suficiente.
Las cosas me parecieron pérdidas en cuanto él se desplomó por el lado contrario a mí, aún sin soltarme de la mano.
Llegó a parecerme gracioso que quedáramos frente a frente justo en el momento de nuestra muerte... no lo sé, fue un sentimiento raro.
     —¡¡Ty!!
     —¡Estoy bien! —me tranquiliza, pero era imposible darnos el lujo de estar calmados. Los dos estábamos colgando, y presentía que uno de nosotros caería muy pronto si no actuábamos rápido.
     —¡Trataré de levantarme para ayudarte! —le avisé, mientras intentaba impulsarme con ayuda de mi brazo libre, pero me fue imposible alcanzar el tronco y volví a desplomarme —¡No puedo!
Ty actuó rápido y trató de hacer lo que yo pretendía, pero los esfuerzos fueron en vano, cualquier intento lo sería.
Pensé en una solución, la que parecía más sencilla, más obvia, y más efectiva que cualquier otra...
     —¡Ty! —lo llamé —¡Suéltame!
Sus ojos casi se salieron de sus órbitas.
     —¿¡Qué!?
     —¡Suéltame, ahora!... Sólo así podrás subir, mi peso es el que te lo está impidiendo.
     —P-pero te c-caerás...
     —¡Eso no importa! Tú tienes que salvar la Navidad, sé que puedes hacerlo... sin mí —dije lo último en un murmullo.
Me fue curioso que de todas las posibilidades que había imaginado, nunca se me habría podido ocurrir que moriría de esta manera, y por mi propia decisión, era como un suicidio. La vida no es como siempre creemos, e igual es la muerte. Pero, sabía perfectamente que era por algo bueno, que no sería en vano. Si dar mi vida era lo necesario para salvar todo lo que ahora estaba en juego, incluso la vida de Ty, no era para pensarlo; toda la situación me sobrepasaba. Aunque, todo lo anterior no significaba que no me doliera, y que no estuviera derramando algunas lágrimas en ese momento. La muerte es aterradora, sí.
     —¡A mí sí me importa! —dejó salir Ty, casi furioso. Por un momento me asusté, parecía que una fuerza casi sobrenatural le emanaba de su interior, como si lo que acabara de decir hubiera encendido un interruptor dentro de él. Se agarró muy fuerte del tronco con la mano libre, tomó una gran inhalación y después se elevó a gran velocidad arriba del tronco, dejando salir un grito debido al esfuerzo. Estando arriba, se estuvo quieto unos segundos y se abrazó al tronco, para asegurarse de no caer. Cuando volvió a estar estable y firme, se levantó. Me tendió su otra mano y yo la tomé, y ya después me llevó hacia él.
Estando allí arriba, aferré mis manos a su ropa y escondí mi rostro en su cuello, estaba sudoroso. Ambos temblábamos y nos encontrábamos aún pasmados, así que no dijimos nada. Nos concentramos en retomar un ritmo de respiración normal. Mi corazón latía muy rápido, casi me retumbaban las orejas.
     —¿Qué fue lo que te pasó? —le pregunté debido a su reciente ataque. Mi tono se escuchó agotado.
     —No lo sé, en realidad. Yo creo que... no podía soportar la idea de perderte.
Mi corazón latió más rápido.
     —No sé qué esperas que te responda cuando me dices ese tipo de cosas, Ty —solté lastimosamente, siendo sincera. Él soltó una risita y me estrujó un poco.
     —Hay cosas por las que no espero nada a cambio.
Eso no ayudó a que me sintiera menos culpable por no ser tan buena como él lo era conmigo.
     —Te sigo odiando, Sillering —le dije, para después abrazarlo con más fuerza.
Después de todas esas muestras de afecto y recuperaciones, nos decidimos a terminar la cruzada por el acantilado. Como era de esperarse, cuando logramos llegar al otro lado, nos dejamos caer en la nieve y miramos el cielo. Aunque pareciera poco, estar frente a frente con la muerte te succiona la energía.
     —Creo que ya estamos cerca —comentó Ty.
     —Eso espero.

Chelina ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora