Día 7

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Sentí que alguien me sacudía por el hombro para despertarme. Poco a poco abrí los párpados y de nuevo los cerré porque el brillo del sol me pegaba de lleno, así que mejor me los tallé y miré en otra dirección.
Pronto fui consciente de la fuerte brisa de aire en mi rostro y del leve mareo en mi cabeza, por lo cual deduje que aún me encontraba en el trineo, y así era.
     —Casi llegamos —me avisó Papá Noel, sonriéndome. No tenía ni un rastro de ojeras, tomando en cuenta que había estado manejando el trineo toda la noche. Noté que su vista no se había despegado de mi rostro, y de pronto quiso reír. Se señaló su barbilla, como indicándome algo —. Tienes un poco de...
Me toqué la barbilla y fijé mi atención al contacto.
Qué bien. Baba seca.
     —¡Santos pinos!
Me babeé la palma y tallé en la mancha para quitarla. De haberme visto, mi madre me habría reprendido de manera muy severa, repitiendo que esos no eran modales de una duende decente.
Pero al pensar en eso, mi boca formó una mueca de tristeza. Extrañaba a mis padres.
     —Tranquila, casi estamos en el Taller.
Y cuando miré hacia abajo, con toda la precaución posible de no caerme, presencié la capa de hielo por la que habíamos pasado Ty y yo de camino acá, convertida en pequeños pedazos sobre agua helada.
Sí estábamos cerca.
Decidí dejar de mirar la nieve y apreciar las montañas nevadas y el sol saliendo de su escondite detrás de ellas.

Tan pronto como el trineo tocó el suelo del área de aterrizaje, el pánico, miedo y estrés acumulados en el ambiente fueron perceptibles

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Tan pronto como el trineo tocó el suelo del área de aterrizaje, el pánico, miedo y estrés acumulados en el ambiente fueron perceptibles.
El taller, en pocas palabras, era un caos.
Había duendes corriendo por aquí y por acá, todos lucían como si no hubieran dormido en semanas y con los uniformes desaliñados; todo mundo lucía agotado y angustiado. Pero en cuanto de boca en boca, se fue corriendo la noticia de la reaparición de Papá Noel en el taller, todo mundo se acumuló en la pista para observar su veracidad, dando aspecto de hormiguero.
Algo raro, pero sorprendente, que noté cuando íbamos aterrizando, es que no había rastro de ningún oficial de la POT entre toda esa gente.
Fueron aplausos, viroteos y hasta llantos los que se escucharon. Todos el Polo Norte pudo soltar un suspiro de alivio porque había esperanza de que la Navidad no se arruinara.
Primero todos actuaron con normalidad y sorpresa, sin embargo, poco a poco fuimos testigos de cómo toda esa multitud comenzó a taparse los ojos con vergüenza. Fruncí el ceño, luego lo recordé.
     —Le dije que era una regla muy importante —le expliqué a Papá Noel, quien parecía más confundido que yo. Ambos seguíamos sobre el trineo, ni siquiera había espacio para bajar en el lugar.
El hombre de barba blanca, y cara un poco moretoneada, se aclaró la garganta. Estaba por decir un discurso, y todo lo que yo pude hacer fue esconderme detrás de su enorme cuerpo y tratar de no llamar mucho la atención. Aún podía ser una fugitiva a los opinión de todos ellos.
     —Amigos míos, por favor... Les pido descubran sus ojos, porque no hay nada que ninguno de ustedes no pueda ver; porque no hay servidor mío que no sea digno de hacerlo, y porque yo no soy más especial que ustedes —comenzó, y los duendes fueron acatando la orden, mirándose entre sí con cierta incertidumbre. Hubo una pausa, y el discurso no prosiguió hasta que hubo completo silencio —. Todos pasamos nuestro día a día en un mismo espacio y desempeñamos nuestra labor por un objetivo en común, en el cual todos somos una parte importante y en la que no hay esfuerzo o trabajo pequeño. Pero escuchenme bien: las cosas van a cambiar. ¡La era de la POT acaba de terminar junto con su reinado!
Se escucharon exclamaciones de felicidad y sorpresa.
     —Pero me dirijo a ustedes ahora con otro motivo: la Navidad se ha visto en peligro debido a ciertos incidentes, de los cuales los verdaderos culpables resultan ser todos aquellos que conforman la POT; ellos se plantearon el objetivo de hacernos caer, ¿pero saben qué? Eso no ocurrirá hoy, porque en mí y en cada uno, está el decidir levantarse de esta caída y lograr que este año, esta gran festividad, no se arruine. Con gran disposición, esfuerzo y trabajo en equipo, estoy seguro que dejaremos esta mala racha atrás y sacaremos la Navidad adelante... ¿Estarían dispuestos a ayudarme en ello?
No hubo duda.
Nadie titubeó ni miró alrededor en busca de respuestas.
Todos respondieron con un gran "¡Sí!".
     —Entonces no hay tiempo que perder. Tenemos un par de horas; no desperdiciemos ni un segundo de ellas.
Dio una gran palmada y todos pusimos manos a la obra.
Fueron casi segundos los necesarios para que el lugar llegara a vaciarse casi por completo. Sin embargo, las personas que en realidad me importaba ver, caminaban hacia mí con las lágrimas apunto de salirse de sus párpados.
Sin tiempo de nada, rodeé a mi padre y a mi madre con mis brazos. Fue indescriptible la sensación que me invadió en el instante en que nos unimos los tres en ese gesto; no había notado lo mucho que los extrañaba, y la sensación de seguridad que su presencia siempre me había brindado.
     —Dios, Chelina... Nos tenías con la estrella del pino en la boca, ¿estás bien? ¿No te pasó nada? ¡Cuéntanos todo!
Mi madre me invadió de preguntas, pero yo me sentía demasiado embargada por la emoción que no pude articular palabra alguna. Por algunos momentos pensé que no los volvería a ver, y no tendría la oportunidad de aclararles todo; sin embargo, el destino me la había brindado.
     —Ty y yo no lo hicimos, mamá... La POT fue la responsable —sentencié.
Mi padre me tomó del hombro y me sonrió.
     —Siempre confiamos en ti, te conocemos mejor que nadie y sabíamos que no habrías hecho algo como eso —dijo, acercándome a él para que lo abrazara un poco más —. Además, después de que se fueran, la POT no nos dio muy buena espina.
Fruncí el ceño.
     —¿Cómo que después de que se fueran?
     —Hace unas horas, todos los agentes de la POT tomaron sus cosas y se largaron con prisa de aquí —explicó mi madre —. Nadie entendíamos qué estaba pasando, pero no importó cuánto preguntáramos, ninguno dio explicaciones. Sólo... se fueron.
Y luego recordé que al aterrizar, me había llamado la atención no haber visto ningún oficial de la POT por ningún lado. Seguro que escucharon la noticia sobre el escape de Papá Noel y el miedo los invadió.
Sonreí porque la era del mandato de la POT de verdad se había terminado, pero a lo lejos, divisé algo que me quitó la sonrisa y provocó que el agujero negro en mi pecho se hiciera presente de nuevo.
     —Los padres de Ty también estaban muy preocupados —señaló mi padre en cuanto siguió mi mirada.
     —Por cierto, ¿dónde está él, cariño?
Apreté mi labio inferior, y miré hacia otro lado. No quería pronunciar aquellas palabras, dolían demasiado; y mucho menos planeaba decirlo dos veces, al menos no ahora. Sentí el con contacto cálido en mis cuencas oculares.
Mis padre tenían un gesto confuso en el rostro, hasta que mi mudez les dio la repuesta que estaban buscando; mi madre se llevó una palma a la boca, mientras decía casi en un susurro:
     —Chelina... ¿No regresó, cierto?
Yo negué rotundamente y apreté con más fuerza mi comisura para no estallar en sollozos.
Me aferré al cuerpo de mi madre y mi padre, mientras aspiraba su aroma limpio a pino que me era tan familiar. Y cuando lo creí prudente, y pude tomar el suficiente aire, me separé de ellos.
     —Por favor, no les digan nada de esto aún. Yo se los diré después de terminar con el trabajo.
Mi mamá se enjugó las lágrimas y asintió; mi papá hizo lo mismo.

Chelina ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora