Día 5

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Todo comenzó con una voz lejana pronunciando mi nombre, como si estuviera debajo del agua. No tardé en descubrir quién era el que me estaba llamando, o más bien, despertándome del sueño.
     —Chelina, ¿me esuchas?...
     —Casi... ¿Qué pasa? —pregunté, mientras me tallaba los párpados.
     —¿Oyes eso?
Guardamos silencio por un momento, y no logré escuchar nada. Estaba apunto de decírselo, hasta que comencé a percibir un sonido, aunque un poco lejano. Al principio, creí que había sido mi imaginación, pero unos minutos después, el ruido volvió a repetirse: era como si algo estuviera deslizándose por la nieve, no muy lejos.
     —¿Qué está sucediendo? —le pregunté, a lo que él elevó sus hombros, indicándome que no lo sabía.
Estaba dispuesta a guardar un poco más de silencio para sacar más conclusiones, pero eso no fue necesario, ya que una sirena de la POT se hizo escuchar.
De golpe, me levanté de mi lugar y saqué la cabeza de la tienda para mirar qué estaba sucediendo.
     —Chelina, ¿qué haces? —me preguntó Ty, preocupado, pero decidí ignorarlo.
Vi una patrulla estacionarse frente a la choza de los gritos, habíamos acampado no muy lejos de ahí.
     —Algo muy raro está ocurriendo —le dije.
     —¿A qué te refieres? —interrogó, pero no le di tiempo para darle una respuesta, ya que salí de la casa de acampar —¡Chelina, ¿qué haces!?
Seguí avanzando a hurtadillas a pesar de los llamados de Ty. La curiosidad me podía mucho más.
     —¡Chelina, regresa! —me pidió entre murmullos, pero yo sólo me giré para decirle que no dijera nada. No podíamos ser descubiertos.
Di unos pasos más, y cuando encontré un lugar apropiado, me dejé caer sobre la nieve. La maleza que tenía enfrente era suficiente como para evitar ser vista.
Un montón de preguntas se formularon en mi cabeza, y todas empezaban con lo mismo: ¿Por qué?
Aunque las dudas me consumían por dentro, decidí dejarlas a un lado por el momento. Era tiempo de espiar, nada más. No evitar sospechar que nos habían estado siguiendo.
Del automóvil que tenía enfrente, comenzaron a bajarse un pequeño grupo de duendes armados. Me llamó la atención que no estaban en posición defensiva, más bien, se encontraban muy relajados.
Unos minutos después, se bajó de la patrulla un duende que pude reconocer, y que provocó que se me calentara la sangre: el oficial del interrogatorio. Sin lugar a dudas, debía de ser alguna clase de jefe.
Tocaron un par de veces a la choza, aún y cuando fácilmente podrían haber quitado el seguro y entrar. Todo esto hacía que mi cabeza diera vueltas. Unos minutos más tarde, un duende les abrió desde dentro. ¿¡Pero qué coronas!?
Miraron hacia su alrededor, por lo que tuve que bajar más mi cabeza. Después de eso, entraron a la choza y cerraron. Posteriormente, regresó el silencio del bosque.
     —Esto no puede ser bueno —comentó Ty, justo detrás de mí. Casi suelto un grito debido al susto.
     —Ni siquiera puedo entender qué significa. Estoy muy confundida. Creí que nos habían estado siguiendo, pero al parecer se trata de otra cosa.
     —Ni idea de qué podría ser.
Hice una mueca y me rasqué la nuca. Estaba hecha un torbellino.
     —Tendremos que espiar, no hay de otra —le avisé, pero cuando me decidí a hacerlo, me detuvo el brazo.le dije a Ty mientras salía de mi escondite, pero él me detuvo del brazo.
     —Es peligroso —indicó. Yo casi solté una risotada.
     —En comparación con lo que hemos estado haciendo estos días, no es nada. No tienes que preocuparte por mí —le dije, agachándome hasta estar a la misma altura —. Además, sé que si voy, tú vendrás conmigo.
Le guiñé un ojo al mismo tiempo que chasqueaba la lengua. Sus mejillas se encendieron un poc.
     —Tienes razón... Sólo que, ¿no crees que deberías armarnos primero? —cuestionó, mientras señalaba la tienda con la cabeza, donde estaban nuestra cosas.
Yo asentí, y nos dirigimos a ese punto. Él tomó su mochila y su arma, sin más. En mi caso, yo solamente saqué mi pistola. Antes de que pudiera darme cuenta, él me estaba teniendo el explosivo, para que lo tomara.
Lo miré frunciendo el ceño.
     —Sólo por si acaso —explicó. Asentí lentamente y lo tomé.
Caí en la cuenta de lo severo en lo que podía terminar todo esto. Eran muchos peligros que asimilar.
Sin ninguna explicación ni razón aparente, me lancé a sus brazos para abrazarlo muy fuerte. Quería impregnarme de su delicioso aroma y calidez.
Por todos los monitos de jengibre que seguía odiando el hecho de que lo necesitara.
Noté que lo había tomado desprevenido con mi gesto, aunque me correspondió de todos modos. Sentí que había olido mi cabello.
     —Sólo por si acaso —me limité a decir.
Cuando nos separamos, nos encaminamos a la puerta de la Choza, y cuando estuvimos ahí, me quedé mirándola unos segundos antes de actuar... O al menos eso parecía, porque en mi mente estaba preparando un plan improvisado, por si las cosas se ponían feas.
Al final, no logré concretar en nada. Debía de jugármela.
Pegué mi oreja a la madera fría de la puerta, pero no percibí ningún sonido dentro.
     —No escucho nada —le informé a Ty, extrañada. Él arrugó la frente e imitó mis movimientos. Sus gestos me indicaron que no había obtenido un resultado diferente.
Quitó el seguro muy lento, para no causar ningún ruido, para después empujar, y así la puerta se abrió lentamente, junto con un chirrido.
Dimos un vistazo dentro, con las armas listas y apuntando. No tardé en darme cuenta de que no las necesitaríamos, porque no había otra persona más que nosotros dos en el lugar.
¡No había nadie!
     —¿Cómo...? —comencé s preguntar, pero me fue imposible terminar debido a la confusión.
Me aseguré de que ninguna de las paredes tuviera un agujero o algo así. Entonces, ¿qué había pasado?
     —Chelina —me llamó Ty. Cuando lo miré, él me señaló algo a mis espaldas. Al girarme, le di cuenta al instante de que algo no estaba en su lugar: la base para camas.
El chico y yo compartimos una mirada de complicidad. Pronto se acercó y me ayudó a empujar dicho mueble, sin saber muy bien que estábamos buscando. Cuando terminamos la labor, notamos que había un agujero en el suelo de madera, uno muy profundo, incluso tenía unas escaleras. Saqué mi linterna para alumbrar el fondo, pero no logré ver nada, estaba muy oscuro.
     —Bueno, ¿qué estamos esperando? —estaba apunto de bajar, pero Ty me detuvo y me obligó a retroceder.
     —Yo voy primero. Es peligroso —dijo en un tono protector que me hizo sonreír. Sin poder aguantarme, deposité un beso en su mejilla, lo cual lo hizo sonrojar.
     —Ten cuidado —le recordé, entregándole la linterna.
     —¿Tienes el explosivo listo?
A modo de repuesta, le señalé mi bolsillo derecho. Él asintió y comenzó la bajada. Yo me adentré en el agujero justo después de él, con movimientos lentos.
Bajamos hasta que llegamos al fondo del pozo, el cual olía horrible. Cuando comenzamos a avanzar, las paredes de tierra se volvieron de acero frío. Me dio la espina de ser un cuartel bajo tierra, secreto. Sin embargo, al final del túnel sólo había una puerta, y estaba entreabierta.
     —Debemos irnos —avisó Ty, en voz baja.
     —No, hay que averiguar lo que está sucediendo —repliqué.
     —¿Estás loca? Nos atraparán.
Avancé hasta la puerta sin importar sus intentos de detenerme. Al fallar, se dio cuenta de que no me detendría y que era mejor no perder el tiempo y seguirme.
Instantáneamente escuché voces, también risas. Traté de asomarme lo suficiente como lograr ver algo sin que fuera peligroso: la habitación del otro lado no era muy grande, y no había nada dentro. Las paredes estaban pintadas de blanco. El grupo de oficiales, todos vestidos con los mismos uniformes, estaban reunidos alrededor de un objeto cubierto con una manta negra. Justo a la cabeza de todos, estaba el oficial.
     —Lamentamos mucho la tardanza. Habríamos llegado ayer de no haber sido porque aquellos estúpidos duendes destruyeron una capa de hielo. Nos obligaron a rodear —dijo él. Supe que estaba hablando de nosotros, y ahí mis dudas acerca de que nos estaban siguiendo, quedaron resueltas.
     —¿Qué ves? —me preguntó Ty.
     —Es una reunión de la POT —le contesté rápido, ya que no quería perderme nada de lo que dijeran, parecía muy importante.
     —Les dije que serían un problema —indicó uno del grupo.
     —Y hablando de eso, ¿no tendrían que haber llegado aquí ya? —cuestionó otro.
     —No tardarán. Paciencia, señores —respondió el oficial, tranquilizándolos. No me di chance pare reaccionar antes sus palabras, tendría mucho tiempo después de esto —. Pero no estoy aquí para hablar de ellos, sino para felicitarlos por su gran desempeño con el plan, digo, salió todo a la perfección. Estoy orgulloso.
Se dieron lugar un par de aplausos y chiflidos.
     —Faltan dos días para Navidad, y nosotros tenemos al pez gordo —dijo, y en ese momento tomó la manta y la jaló hacia sí. La imagen ante mis ojos me congeló: Papá Noél estaba amordazado de pies y manos a una silla metálico muy grande. Estaba muy golpeado, tenía muchos moretones por todo su rostro, al igual que sangre seca. También le tenían tapada la boca. No pude evitar llevar las manos a mi boca —. ¡Nada nos va a impedir esta vez que logremos nuestro objetivo, la Navidad como la conocemos se acabará!
Hubo mucho bullicio como repuesta.
     —¡Saldremos victoriosos esta vez! ¡Que vivan los duendes negros!
     —¡Que vivan!
Al escuchar eso, retrocedí debido al impacto, todo fue demasiado. Todo mi cuerpo se contrajó, sentí mucho temor. Me faltó el aire.
     —¿Qué pasa? —me preguntó Ty, preocupado, sosteniéndome en sus brazos.
     —La... La POT secuestró a Papá Noel —logré mencionar, entrecortadamente —. Ellos son... Ellos son "los duendes negros", y ahí dentro tienen a Papá Noel.
Su rostro sufrió un cambio impactante, que demostraba que no terminaba de creérselo, y no lo hizo hasta que él mismo hecho un vistazo hacia la habitación. Estábamos más que impactados.
     —Debemos irnos ya —comenzó a arrastrarme por el pasillo, hacia las escaleras.
     —¿Qué pasará con Papá Noel?
     —Buscaremos ayuda, pero ahora debemos salir de aquí, es muy peligroso —dijo, mientras yo comenzaba a subir los primeros peldaños.
Cuando estaba la mitad del camino, escuché que la puerta del pasillo se abría de golpe.
Esto es tener mala suerte.
     —¡¡Ustedes, deténganse!! —escuché los gritos, así que aceleramos el paso. Salí del agujero y ayudé a Ty a hacerlo, todo de manera muy veloz.
Salimos de la choza y cerramos la puerta. Ty, con ayuda de su arma, rompió la cerradura. Eso sólo nos daría unos segundos de ventaja.
No nos dijimos nada, no cruzamos palabra, sólo una mirada, con eso bastó para entendernos.
Sin demorarnos, comenzamos a correr. No tenía mucha idea de a dónde estábamos yendo, y no quería pensar ahora en ello. Sólo quería evitar morir, que nos atraparan.
Nos fue posible escuchar cómo se deshacían de la puerta y comenzaban a perseguirnos. Di un vistazo hacia atrás, y me di cuenta de que nuestra ventaja en cuanto a la distancia no dudaría mucho; eran muy veloces.
Las descargas eléctricas fallidas chocaban contra los troncos a nuestra lado, y eso sólo me hacía sentir escalofríos a lo largo de mi columna. El momento era completamente estresante. Traté de disparar hacia atrás con mi arma, ciegamente. No fue de mucha ayuda, ya que creo que no le di a ninguno.
En medio de mi intento de darle a alguien una descarga, sentí cómo una daba en mi pierna, y me hizo caer. Casi pude notar cómo la energía me quemaba los huesos. Dolía demasiado. Toda la parte inferior de dicha extremidad quedó inmóvil.
     —¡Chelina! —Ty, al darse cuenta de ello, me ayudó a levantarme. Utilizando sólo una pierna y dando saltitos, avanzamos lo más rápido que pudimos.
Me sorprendí cuando me di cuenta de que Ty me estaba llevando hacia acantilado por el que habíamos cruzado antes, por medio del tronco.
     —¿Qué estás planeando?
     —Tú sólo sigue corriendo —ordenó, y yo lo obedecí.
Los pasos apresurado a nuestra espalda se escuchaban muy cerca.
Cuando llegamos al lugar antes mencionado, el chico me tomó del rostro un momento, muy rápido:
     —Cuando te lo diga, arrojas el explosivo, ¿sí? Confía en mí.
     —Ty...
     —¿Sí? —repitió de manera más severa. Parecía muy apurado y serio. No pude hacer más que asentir —. Bien, ahora cruza.
Temblé un poco, ya que la cosa era aún más difícil si sólo te valías de un pie. Pero ignoré aquello, pues había más cosas de qué preocuparse.
Volteé y me di cuenta de que Ty estaba cuidando mi espalda, disparando hacia los guardias.
Aumenté mi ritmo y no tardé en llegar al otro lado del tronco. Cuando lo hice, saqué el explosivo de mi bolsillo y puse mi pulgar sobre el botón que tenía, sin hacer presión.
Mi... lo que fuera que fuese —ahora que no éramos sólo amigos —, soltó el arma sin más y comenzó a correr hacia mí, muy rápido, ya que los guardias comenzaban a alcanzarlo, y ya no estaban concentrados en dispararle, sino en atraparlo.
Cuando él se encontraba a mitad de camino, me gritó:
     —¡Arrójalo, ya!
Dudé por un momento, pero recordé sus palabras... debía de confiar en él.
Presioné el botón y arrojé el explosivo al tronco. Lo que pasó a continuación lo vi a cámara lenta:
Ty aumentó aún más su velocidad y se arrojó hacia adelante para llegar conmigo, y protegerme son su cuerpo, mientras que detrás de él, pude percibir como un brillo intenso se abría paso violentamente, haciéndonos caer hacia atrás debido a la ráfaga de aire que se soltó. Rodamos unos cuantos metros sobre el suelo. El tronco cayó, y con eso una nube grisácea nos consumió.
Comencé a toser. Todo fue oscuro por un momento, hasta que recobró su claridad.
Me levanté de la nieve y di un vistazo hacia el barranco, pero me fue imposible ver el fondo.
     —Lo hicimos —anuncié, sonriente. El otro me devolvió la sonrisa, mientras intentaba recobrar las fuerzas, aún en el suelo. Tal vez no era la gran cosa, pero para mí fue un alivio tremendo haberlo logrado.
De pronto, escuché un quejido detrás de mí, por lo que giré abruptamente. Al principio no pude ver nada, pero luego una mano se asomó desde el acantilado, como si alguien estuviera trepando. Solté un grito, y al instante, Ty dio un salto desde su lugar y me posicionó detrás suyo, cubriéndome con su cuerpo. No tardamos en darnos cuenta del propietario de la extremidad.
     —O tal vez no —dijo el oficial, en tono burlón. Sostenía una pistola, apuntándonos, y no era una eléctrica. El chico trató de protegerme más —. Como ya se habrán dado cuenta, mis compañeros no eran muy listos, pero les agradezco que se deshicieran de ellos por mí, ya eran una molestia... Claro, no una tan grande como ustedes.
Ty y yo compartimos una mirada asustada. Ambos sabíamos que no había escapatoria.
     —¿Por qué la POT hace todo esto? —pregunté de pronto, sin poder resistir las ganas.
El sujeto soltó una risilla.
     —Todo fue parte de un plan mejorado. El año anterior fallamos, unos estúpidos duendes no supieron disimular y los atraparon. Tuvimos que hundirlos a ellos para salvarnos nosotros... Seguro que oyeron los rumores.
Y lo recordé.
     —Pero, ¿por qué arruinar la Navidad? ¿En qué les beneficia? —interrogó Ty, en tono muy confundido —. Y más que nada, ¿por qué dejarnos una carta?
El hombre ahora sí que se echó a reír.
     —Todo estuvo planeado, cada uno de los detalles. Todo ocurrió exactamente como queríamos, y creo que en parte les debo un agradecimiento a ustedes por ello. Al fin y al cabo, colaboraron mejor de lo que esperábamos.
De nuevo, nosotros dos compartimos una mirada.
     —¿A qué se refiere? ¿Qué fue lo que planearon?
     —Que quedaran como culpables de la desaparición de Papá Noel, y así han quedado —pronunció con una sonrisa divertida —. Miren, la cosa fue así: durante la mañana de aquel día en el que todo el embrollo inició, manipulamos el sistema del Taller para que al cubículo de Ty llegaran dos de cada diez juguetes que se supone les deben enviar a todos. En fin, supusimos que tú, Chelina, te quedarías a ayudarle, y así pasó. Desactivamos las cámaras de vigilancia para que nuestro equipo actuara y secuestrara a el hombre panzón, pero aguardamos al momento en que ustedes estuvieran en el sitio preciso. Al final, no pudieron hacer mejor su papel, pues entraron a la oficina de Papá Noel, y todo resultó aún más sospechoso.
En la pausa, Ty y yo abrimos los ojos de par en par. No dijimos nada, y tal vez no queríamos hacerlo. Me sentía como un conejillo de indias.
     —Analizamos el suceso, y supusimos que dejarlos ir del cuartel era mejor idea que deshacernos de ustedes ahí mismo. En fin, cuando lograron hacerlo, sabíamos perfectamente que se dirigirían al Taller otra vez. Bajamos la vigilancia y pusimos una pista ahí, una que no fuera muy evidente, pero lo suficiente como para que la encontraran y pensaran que siempre estuvo en el lugar. Nos enteramos del sentido desarrollado de Ty, así que pusimos la carta en la ventilación. Bueno, ya después, siguieron la dirección que los guiaría hacia nosotros, ahorrándonos la molestia de seguirlos; casi teníamos asegurado que se atreverían a hacerlo.
Hubo otro silencio. El oficial no había bajado el arma en ningún momento.
     —¿Y qué pasará después? —pregunté con voz frágil.
     —Con su muerte, no quedarán testigos del secuestro, quedaremos con el camino libre y ustedes como culpables. Inventaremos que escaparon y tuvieron un accidente o una cosa así. Terminarán creyéndolo y se cerrará el caso.
Luego, dio un chasquido con sus ideas, mientras su rostro se iluminaba, como si acabara de recordar algo.
     —¡Oh! Y antes de que lo olvide, su amigo Johan les mando unos saludos muy cordiales —mencionó con malicia en la voz. Casi pude presenciar cómo todo mi pecho se contraía y mi piel se volvía de gallina —. ¿Qué acaso creyeron que no nos percatamos de su pequeño hospedamiento en su casa? ¡Por favor, no somos tan estúpidos!
     —¿Q-qué hicieron... c-con él?
De nuevo formó una pequeña sonrisa.
     —Lo siento, de verdad. Hubiera preferido que no involucraran en todo esto, pero no me dejaron otra elección. Aunque debo de admitir que le hicimos un favor, el viejo era casi polvo —soltó una carcajada, que de pronto escuché como si estuviera debajo del agua.
Por un momento me desequilibré, y unas lágrimas cálidas resbalaron por mis mejillas. La opresión en mi pecho y estomago creció.
Habíamos tratado de hacer las cosas bien, aparentemente, sin éxito. Esta vez nuestros errores habían costado caro, y lo pero es que no solo nosotros pagamos ese precio.
Tapé mi boca con mis manos para ahogar el llanto.
Busqué la mano de Ty y la apreté fuerte, al igual que mis párpados. Sentía los latidos de mi corazón hasta la cabeza.
     —¿Por qué hacer todo esto? —prosiguió él.
Algo en el rostro del hombre pareció encender, como una llama en una vela, como si tuviera sus sentimientos a flor de piel.
     —Toda la Navidad... todo esto, se lo adjudica ese hombre —espetó con un odio perceptible en su voz —. Papá Noel se lleva el crédito de todo: los niños le hacen galletas, la gente le hace canciones, dibujos, de todo. ¡Nosotros no obtenemos nada a cambio de nuestra miseria! Somos sus esclavos, no sus ayudantes...
Se detuvo, y en medio del silencio, me miró directamente.
     —¡Tú lo entiendes, Chelina! —me señaló —. Tú has visto qué tan cruel puede llegar a ser el hombre, recuerda a tu abuelo: cómo trabajó toda su vida para que al final no recibiera el trato que merecía... cómo murió —y casi como si hubiera tocado una fibra sensible, todo mi cuerpo se contrajo, sólo un segundo —. Papá Noel no se merece el crédito, nosotros sí, a quienes tiene en la palma de su mano, esclavizados sin salida. Podemos convertir la Navidad en una celebración de duendes. La gente nos amara, y se olvidarán de aquel dictador... seremos reconocidos y poderosos.
Sus palabras quedaron flotando en mi mente.
     —Pueden ayudarnos a lograr este objetivo, pueden ayudarnos a que las cosas cambien para nuestro bien... ayudarnos a hacer nuestra propia Navidad, una renacida.
Volví mi mirada hacia Ty, quien estaba con un gesto sorprendido y los ojos abiertos como platos.
     —¡Está loco! —gritó, casi asqueado —. La Navidad no es una época para recibir, sino para dar. ¡Ese es el punto esencial de todo! ¿No lo ha entendido? Y aún así, se equivoca, ya que sí obtenemos algo, una cosa por la que todo vale la pena: la felicidad de los niños. Uno no se puede sentir más satisfecho y alegre cuando se ve la sonrisa de un chico abriendo su nueva bicicleta, o de una niña con su nueva muñeca en brazos... ¿¡Cómo no logran ver eso!?
Y mientras Ty terminaba de dar su discurso, un enchufe hizo conexión, y a la misma vez provocó un corto circuito, en mi cabeza; ya no era novedad en presencia de él.
Casi sentí el impulso de arrancarme los cabellos de la nuca por haber sido tan egoísta. Mentiría si dijera que el tema relacionado a los niños no había tomado lugar en mi cabeza, pero nunca le había proporcionado la suficiente importancia. ¿Cómo pude haber sido tan egoísta?
Podía ser cierto que había venido hasta acá para salvar la Navidad, pero los niños nunca habían sido la prioridad, a decir verdad, y hasta ahora había caído en la cuenta de lo mal que estaba eso.
El oficial afianzó el agarre en el arma.
     —Que montón de basura. ¡Qué desperdicio de talento, chico, a ti ya te han lavado el cerebro!
Sentí que su mirada paseó de Ty hacia mí.
     —¿Y qué me dices tú, Chelina? —cuestionó, y por un momento, sentí la tentación de aceptar. La imagen de mi abuelo seguía latiendo en mis pensamientos, y la presión sobre mí en el momento era muy abrumadora.
Mi boca se abrió un momento, pero vacilé al momento de querer pronunciar mi respuesta, porque no estaba segura de ella. Cuando creí estarlo, escuché que Ty me murmuró algo al oído, casi en tono de súplica.
     —Piensa en lo que él habría querido que hicieras...
Y cuando lo miré, la decisión ya estaba tomada... no podía agradecerle más por su ayuda.
     —Lo siento, pero creo que es momento de empezar a hacer lo correcto, y esto no lo es —contesté, y al momento de hacerlo, pude escuchar como la pistola era recargada.
Di un pequeño temblor.
     —Y yo que creí que me serían útiles en alguna forma... Bueno, al menos ya no estorbarán. Digan adiós —y para cuando escuché el gatillo, pude notar que la bala había sido disparada en mi dirección.
Todo ocurrió en milésimas de segundo: antes que nada, no pude evitar pensar en mis padres, en Ty, en mi abuelo, incluso en el señor Johan... en todos aquellos que alguna vez habían sido o son importantes... y a los que ya no volvería a ver. El mundo estaba a punto de ser borrado de mi conciencia, todo se volvería negruzco y borroso a mi alrededor, y ni siquiera había tenido la chance de despedirme... ni de pensar en lo que había hecho hasta esa día.
El futuro es incierto, incluso hasta el segundo siguiente no puede ser asegurado, y esto fue reafirmado cuando divisé un bulto entrometiéndose entre la bala y mi cuerpo ahorrándome el impacto, y con eso, la muerte.
Ni siquiera tuve que darme una idea de quién era el que había hecho tal acto.
¿Alguna vez han sentido un hormigueo por todo su cuerpo, que luego se convierte en una brusca sacudida, para terminar en un dolor imperial en el pecho? Eso fue lo que sentí cuando volteé mi cabeza y lo vi en el suelo, retorciéndose de dolor.
Quise doblarme por la mitad, pero no importaba yo, importaba él en ese momento, así que me agaché junto a él.
     —¡¡Ty!! —grité, horrorizada, mientras veía la mancha de sangre en su estómago, que cada vez se hacía más grande —. ¿¡Qué diablos hiciste, imbécil!?
No dejaba de temblar, y su cuerpo se estaba poniendo frío.
     —Te... T-te salve la vida... de nada —dijo con dificultad, para después toser. Su piel se estaba tornando pálida. Todo estaba ocurriendo tan rápido, de pronto todo se me resbala de las manos... él lo hacía.
     —T-tranquilo, sólo f-fue una herida, estarás b.... —pero no pude terminar la oración, ya que el llanto me lo impidió. Sabía que no tenía chance de salvarlo, si es que yo lograba hacerlo.
Él elevó su palma y la posó sobre mi mejilla húmeda, acariciando suavemente.
Fue inevitable no recordar todo lo que habíamos pasado juntos, del día que nos conocimos hasta ahora. No podía dejar de pensar el hecho de que tal vez su vida termine por culpa mía, por meterlo en todo esto.
     —N-no te rindas... Chelina, tienes que salvar la Navidad... Sólo t-tú puedes hacerlo —pronunció, entre escalofríos.
     —Y-yo no puedo...
     —Sí p-puedes, mira hasta donde hemos llegado —tosió ligeramente —. N-no te dejaré, ya verás...
Apreté mis párpados, y acerqué mi rostro al suyo.
     —Perdón por todo —me apresuré a decir.
     —S-si yo n-no me arrepiento de nada, ¿p-por qué tú sí?
Sonreí todo lo que me fue posible.
     —Dile a mi f-familia y a mi... a mi hermanita, que los extrañaré.
     —Lo haré —le contesté, luego tomé su mano entre las mías.
     —Chelina... no olvides que te amo —pronunció, sin tartamudeo ni una pizca de duda.
Parte de mí se quedó conmocionada con eso; nunca nadie me había dicho más que un "te quiero" en mi vida, y ahora que una persona me lo decía, no podía negar que era de la que esperaba ecucharlo, era la indicada.
     —Yo también te amo —le respondí, y luego uní nuestras labios, en lo que sería nuestro último beso. En medio de él, sentí cómo su alma era arrancada de su cuerpo, y cómo la vida terminaba para él...
Algo de mí se fue con él, y no pude sentirme más vacía. Todo a mi alrededor se volvió gris.
Miré hacia atrás y divisé al oficial, a aquel hombre que había causado todo esto... Ese que había matado a Ty. Mi cuerpo hirvió y sentí un nivel de ira que creía inimaginable.
Corrí hacia él con la intención de matarlo con mis propias manos, pero algo detuvo mi camino. Sentí una descarga eléctrica en todo el cuerpo, y me desplomé al suelo. Mientras lo hacía, no pude dejar de divisar los rostros de las personas que había perdido ese día... y al instante caí en la oscuridad, una en la que ya no sentí más dolor.

Chelina ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora