Despedida

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Busqué desesperadamente el número de Emma en la agenda de mi móvil. Deslicé demasiado rápido la pantalla y tuve que volver atrás para seleccionar el número. Pulsé la tecla de llamar y me llevé el teléfono a la oreja.

-¿Qué es eso de que estoy despedida? -le grité justo después de que me contestara.

-Mira no se qué mierdas te pasa pero conmigo baja el tono.

-Si estoy despedida me la trae al pairo gritarte o no, porque ya no eres mi jefa.

-¡No es cosa mía! -me gritó finalmente al ver que no la escuchaba.

Entonces caí en la cuenta. Aquellos dos acababan de convertirse en accionistas de nuestra empresa. Tenían derecho a hacer cambios en la revista pero no solo eso, también en el personal. Usui nos acababa de despedir.

-¿Ha sido Usui?

-No sé de quién ha sido la idea pero a mi me la ha transmitido su socio.

-¿Están allí?

-Solo el socio. Usui no.

-Tengo que colgar.

Le colgué a mi jefa y acto seguido busqué la tarjeta que me había dado Usui al estar en mi casa.

-¿Sí?

-¿Me has despedido? -le pregunté a través del pequeño aparato electrónico lo más calmada y fríamente que pude.

-No. ¿Qué? ¿Te han despedido?

-Tu socio.

-Tengo que hablar con él, te voy a colgar.

-¡No! Quiero hablar contigo.

-De acuerdo. Podemos quedar en media hora.

-¿Dónde te alojas?

-En mi casa.

-¿Qué casa?

-Está en el mismo edificio en que vivía cuando estábamos juntos. Solo cambia el piso. Estoy en el ático segunda.

-Voy de camino.

Le colgué sin darle tiempo a decir nada más. Acto seguido arranqué el coche y conduje lo más rápido posible de camino a casa de Usui. Los recuerdos me arrollaron y no se trataba de los bonitos. Recordé las últimas veces que visité su piso. En especial cuando me dejó sin explicación alguna. No quería recordarlo pero el sentimiento de traición y tristeza se me clavó en el pecho. 

Pegué un frenazo y apreté el claxon con fuerza. Un motorista imbécil se había metido en mi carril sin verme. Le grité los insultos menos ingeniosos que se me podían ocurrir y después le adelanté pegando un acelerón muy peligroso.

Finalmente llegué a la casa de Usui. Aparqué en la acera, junto a la entrada al parking de su edificio. Salí del coche con ímpetu y timbré lo más fuerte que pude. Poco después me contestó Usui sin decir nada, solo abriéndome la puerta.

Caminé por el pasillo hasta encontrar el ascensor, que seguía igual que siempre. Ahora parecía anticuado, no como cuando lo utilicé por primera vez. Subí hasta el ático y caminé hasta el piso de Usui. La puerta estaba abierta y entré sin ni si quiera picar. Me encontré a Usui gritando por teléfono, en el balcón.

-¡Esto no es lo que habíamos acordado! ¡Estoy harto de que actúes a mis espaldas!

Me acerqué a él poco a poco, aunque estaba tan concentrado en la conversación que ni se dio cuenta. Me quedé al borde del balcón, sin llegar a salir del todo.

-¡No! ¡Se ha acabado! No te vas a salir con la tuya esta vez.

Usui colgó el teléfono con muy mala leche y estuvo a punto de tirarlo por el balcón. Sin embargo, actué más deprisa que él y en cuanto le vi echar el brazo hacia atrás se lo cogí, deteniéndole.

-Usui, no vale la pena.

Se sobresaltó al escuchar mi voz y notar mi agarre y se giró al momento. Se soltó de mi brazo de golpe pero al reconocerme relajó la postura.

-Hola -me saludó tras suspirar.

-Hola.

Usui entró en el piso y yo le seguí. Dejó el teléfono sobre la mesa y cogió su portátil, que estaba también ahí. 

Me tomé un momento para apreciar lo que me rodeaba. El piso estaba diferente. El espacio y la orientación eran prácticamente los mismos pero los muebles habían cambiado. Estaba todo nuevo y brillante, sin una mota de polvo ni de suciedad. Como si los acabaran de traer de la fábrica. Era un estilo muy neoyorkino, además casi todo el espacio era abierto, sin paredes que separaran las habitaciones. Parecido a un loft o un estudio.

-Siéntate, por favor. 

Usui señaló una silla a su lado y la echó hacia atrás. Me acerqué tranquilamente, dejé el bolso sobre la mesa y me senté en la silla. Se le veía preocupado y cabreado, tecleando sin cesar. No hacía falta ser muy listo para entender que su socio le había traicionado o como mínimo actuado a sus espaldas, ya que la idea de despedirme no había sido suya.

-Lo arreglaré, ¿vale? No te van a despedir. No te pueden despedir. Lo siento, es culpa mía. Yo le conté que te conocía y por eso ha actuado sin avisar. Sabía que no se lo permitiría si me avisaba de antemano. 

Miré a Usui. Hacía tiempo que no le veía de aquella forma. Tan enfadado, tan desbordado, tan humano. Me recordó al Usui que había conocido hacía tiempo. Me gustó.

-¿Se puede echar atrás un despido? 

Usui dejó de teclear y desplazó la mirada lentamente hasta mis ojos. Suspiró y cerró la pantalla de su ordenador. 

-No es solo uno. Es el de todo el personal, incluyendo a tu jefa.

-¿Qué?

-El plan que solemos utilizar es renovar el personal y poner a gente elegida por nosotros. Solemos internacionalizar las empresas que adquirimos y poner gente especializada en otros idiomas. Primero damos una oportunidad y si vemos que el negocio no aguantará con el personal actual lo cambiamos. Al verte en esa silla decidí que tenía que convencer a mi socio de que no hacía falta usar ese plan, de que aguantaríais los nuevos cambios. Le comenté que te conocía y que no quería despedirte. Pero al parecer, en vez de convencerle solo he conseguido que os despida sin avisarme. 

Me quedé callada pensando en todo lo que Usui estaba diciendo. Lo primero que me chocó fue darme cuenta de que le seguía importando a Usui, de que realmente me seguía cuidando. Él mismo acababa de decirme que había intentado convencer a su socio de dejar al personal actual por mí, cosa que nunca hacían. Eso me derritió un poquito el corazón. También me hizo ver que Natasha tenía razón en algunas cosas de las que me había dicho unas horas antes. 

Por otro lado no pude evitar sentirme sobrecogida porque acababan de despedirme. Pero no era un despido cualquiera, me acababan de echar del trabajo de mis sueños. Había tardado años en adquirir la experiencia laboral necesaria para trabajar en esa revista. Muchas noches en vela escribiendo artículos y perfeccionándolos durante horas. Me había preparado las entrevistas previsualizando cualquier escenario posible, para saber qué contestar a cada pregunta. Finalmente había entrado y desde entonces había sido muy feliz. Tenía el trabajo de mi vida, cada mañana me despertaba con ganas de ir a la oficina. Una jefa loca y unas compañeras de trabajo divertidas. Más que un trabajo para mi era un pasatiempo, porque me encantaba ir allí y las horas se me pasaban volando. Me pagaban por hacer lo que me gustaba y se me daba bien. Pero ya no. Todo se había ido al traste en cinco minutos. 

Usui estaba totalmente en blanco, mirando la pantalla de ordenador sin moverse ni decir nada. Cuando yo alcé la mirada, esperando encontrar la suya, vi que dejaba escapar un pequeño suspiro. Finalmente reuní el valor para formular la pregunta cuya respuesta no quería recibir.

-¿Qué hacemos ahora?

Sus ojos azules se alzaron con pesar hasta encontrar los míos. No hacía falta que dijera nada, porque su mirada lo decía todo. Ya no había nada que hacer. Mi corazón dio un vuelco y mi estómago le imitó, cuando Usui verbalizó lo que yo acababa de pensar.

-Lo siento.

Se llama UsuiDove le storie prendono vita. Scoprilo ora