3 ¡Esto es un palacio!

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Por favor, dejad de mirarme así, esa era la frase que quería repetirle a todo el mundo que se me quedaba mirando. Encima no ayudaba que estuviera explicándome todo a la vez que me guiaba a través de lo que él llamaba "campamento" a lo que sería mi cabaña, según él.

-Perdónalos- pedía el señor de la silla de ruedas.-Nunca habían visto a alguien como tú.

-¿Tiene algo que ver con lo que ha dicho antes del hijo de Hera?- le pregunté curioso, ¡y me ignoró! ¡Era la segunda vez que alguien me ignoraba en todo lo que llevaba desde que me había despertado en el coche del tipo ese, que también se había atrevido a ignorarme!

En fin, que la segunda persona que se había atrevido a ignorarme se fue por otra dirección una vez que llegué a mi cabaña. 

Bueno, digo cabaña por no decir palacio, porque eso tenía la pinta de ser la residencia de un rey en vez de una simple choza de campamento.

¿Y me lo estaban dando a mí? ¡Puede que me hubieran ignorado, pero sabían que yo era muy importante! Ya lo había dicho el hombre de la silla de ruedas, mi vida era especial.

Aunque, ¿podría entrar a la "cabaña"? Si por algún casual estaba ocupada o interrumpía algo que estuvieran haciendo dentro... No, basta de dudas. Yo era especial, y me habían guiado hasta allí, no podían dejarme en la puerta como un simple perro, así que entré...

Si hubiera salido de mi sorpresa en ese momento, podría haber soltado un silbido, pero estaba demasiado ocupado mirando la estatua que se erigía enfrente mía. Todas las características indicaban que ella era Hera, la diosa griega que más había mencionado mi padre en su vida.

De nuevo, todos mis pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de pasos detrás de mí.

-O sea que tienes todo esto para ti solo, ¿no?- comentó una voz masculina, con un acento extraño, a mis espaldas, soltando el silbido que yo no pude.- Cuanto te ha sonreído la "fortuna"- al mencionar ese nombre, él soltó una pequeña risita.

No hay nada que me molestara más que la gente que se reía de algo sin que yo supiera la razón, nunca sabías cuando podían estar riéndose de ti sin que tú lo supieras, así que decidí encararle.

-¿¡Quién te crees que eres tú para aparecer así de gratis!?- exclamé en su cara. Que, por cierto, estaba llena de pecas. Su pelo era rubio, cubierto en su mayoría por un pañuelo en el que se intercalaban los colores rojos y amarillos. En cuanto a sus ojos, eran marrones, y unas gafas con montura roja. Una ramita amarilla sobresalía de su boca, y daba la impresión de que estaba mascándola.

Su cara se tornó sorpresa.

-Ey, tranqui, yo solo había decidido acercarme a ver que se cocía aquí- explicó alejándose. -Además, todavía no te has instalado, así que prácticamente todavía no es tu cabaña.

-¿Cómo me voy a instalar si no tengo ropa?- pregunté, sin dejar mi tono enfadado. Ese tipo se creía que podía estar allí y dar razones por las que justificar sus actos, ¿quién se creía?

-La mayoría llegamos sin equipaje, tranqui- a continuación miró la cabaña, aunque creo que se podía llamar palacio perfectamente- Oh, no tienes ni litera donde dormir. Que penoso.

-¿Qué?- me giré a buscar una cama, pero las cosas eran como lo había dicho el chico, no tenía ninguna.

-Bueno, pues te dejo que te instales de tranqui, ¿vale?- dijo yéndose tranquilamente.

Una vez que se hubo ido, como mi rabia hacia sus actos, me dispuse a investigar. Resulta que había un piso de arriba, donde había un saco de dormir cutre junto con una camiseta naranja, como la llevaban todos los demás.

-Que asco- solté, esperando que nadie pudiera oírme.

-Tu actitud si que da asco, no la cabaña- dijo una voz que debía venir del piso de abajo.

-¿Queréis dejar de entrar en mi cabaña como si fuerais Pedro por su casa?- pregunté impaciente. En mi antigua casa la gente no entraba tan pancha por ella.

Y se hizo el silencio. Nadie contestó, así que cogí el saco y bajé al piso de abajo. Estaba tan vacía como mi ultima fiesta de cumpleaños, una larga historia...

-Yo solo venía a avisarte de que el día no ha terminado. Aún hay noche de fogata- dijo la voz, que me hizo dar un saltito ridículo. Di una vuelta por la "cabaña", esperando encontrarme con el autor de esa voz, bueno, mejor dicho, la autora, pero nada, seguía vacío.

-Me lo voy a saltar- le hice saber. No me sentía demasiado bien como para someterme a una "noche de fogata", que me olía que eso consistía estar con el resto de "campistas", como los había llamado el hombre de la silla de ruedas.

Se oyó un suspiro.

-Vale, pero no podrás evitarla otra vez- me advirtió, y me dejó la sensación de que ya había abandonado la estancia.

Volví a subir al piso de arriba, saqué el saco, deseando otra vez que hubiera camas, lo abrí, y a pesar de la dureza del suelo. me conseguí dormir...

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Os prometo que, ya que ha llegado el verano, me dedicaré mucho más a esta historia.


La cabaña de HeraWhere stories live. Discover now