11 El susurrador de pelusillas

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Estuve todo lo que quedaba de viaje pensando en qué podría contener el pergamino.

Había veces incluso en las que miraba detrás, lugar donde había estado Rachel en mi sueño. Cómo era obvio, ella no estaba. En su lugar, había un chico castaño con un parche en el ojo, que estaba demasiado atento jugando con una especie de bola de metal, aunque no le puse mucha más atención, ya que enseguida volví a girarme hacia delante.

Manuel miraba a la ventana. Nada interesante que contar sobre ello. Laya seguía poniendo caras cada vez que algo le pasaba a los personajes de la película, e incluso soltaba pequeños grititos.

¿Y cuántas horas faltaban? Ni una, solo 20 minutos para llegar y aterrizar, y yo aburriéndome como una pasa.

Ya había escuchado el album entero de mi cantante favorito cómo 10 veces, y si lo hubiera seguido escuchando me hubiera terminado hartando de él y no las volvería a escuchar en mi vida, o al menos no como lo hacía antes.

¿Qué podía hacer? Y mirar la infinidad del pasillo no era una opción, ya lo había hecho 2 horas, y les había puesto hasta nombre a las pelusillas de la moqueta y había entablado una conversación con ellas.

-Hola, Gladis- susurraba llamando a la que tenía más cerca.- ¿Te has enterado de que George le gusta a Dinah? Estaba pensando pedirle que fueran novios en el aterrizaje, aunque se ha enterado que Oliver también planea decírselo, ¿tú qué crees que hará?

Cómo era obvio, no me respondió. No sé ni por qué esperé que lo hiciera. Obviamente estaba más centrada cotilleando que escuchándome.

-Yo creo que tiene más probabilidades de aceptar a Oliver, por el simple hecho de que él se enfrenta al peligro de que la pisen cada vez que alguien pasa por aquí- le seguía susurrando yo.

Paté de conversar cuando noté que Laya me estaba mirando, perpleja.

-¿Qué haces, Jules?- preguntó con el ceño fruncido.

-Eh...- si le decía la verdad, mi próxima parada iba a ser un manicomio, y yo no quería ir allí.- Mirando la infinidad del pasillo.

-Oh- soltó ella, extrañada.- ¿Y tienes que susurrar mientras lo haces?

Asentí.

-Eres muy raro- añadió, y me dieron ganas de decir "habló la chica de la piel azul".

-Señores pasajeros, estamos a punto de aterrizar- anunciaron por megafonía.- Abróchense los cinturones, y no nos hacemos responsables si alguno recibe contusiones por no hacernos caso.

¡Bien! Ya íbamos a aterrizar, y por fin podría ver quién se lo pediría antes a Dinah.

Mientras todo el mundo gritaba emocionado que esto era como una montaña rusa, yo estaba atento a mi culebrón de pelusillas.

Esperé, esperé y esperé, hasta que por fin George se movió hacia Dinah, y se besaron con pasión. Solté una lágrima de la emoción, o puede que tal vez fuera porque la presión del descenso me había taponado un oído, daba igual.

Noté como el avión aterrizó de una manera bastante suave, considerando que en el descenso, después de mi final feliz, para George, no para Oliver, obviamente, me había puesto a pensar que íbamos a morir, y que George y Dinah se quemarían. Era increíble lo vengativas que podían terminar siendo las pelusas, ¿no? Estaban dispuestas a morir solo para vengarse de la persona que les quitó a su amada.

En cuanto el avión se quedó parada, se oyeron unos aplausos flojillos de parte de Manuel.

-Señores, ya estamos en España. No nos hacemos responsables de las muertes a manos de monstruos que puedan suceder en el aeropuerto. Limpian a las 11 de la mañana y son las 9. ¡Qué tengáis una buena misión!

Vi como los pasajeros se levantaban y pasaban por mi pasillo, pisando a Oliver. Parece que no se le daba bien esquivar pisadas con el corazón roto, ¿no?

Laya me tocó el hombro.

-Venga, levanta, Jules- me pidió, y yo lo hice, a pesar de que seguía pensando en las pelusillas y en el aviso que nos había dado el piloto.

-¿Pero no tenemos riesgo de morir si nos vamos ahora?- pregunté.

Manuel asintió con la cabeza mientras se dirigía a la salida.

-Sí, pero si vamos con la multitud tenemos menos probabilidades de que nos pillen- explicó, haciendo el gesto de que lo siguiéramos.

-Vale...- yo no estaba muy convencido, pero al parecer Laya sí, ya que me cogió del brazo y me giró hacia la salida.

Prácticamente salimos corriendo del aeropuerto, ya que alcanzamos la multitud y vimos que había sacado sus armas para pelear. Aprovechamos todo la batalla para salir, aunque hubo uno que casi me rebana en dos, pero solo me rasgó la camiseta.

-¡Oye!- exclamé, parándome frente al monstruo.- Me gustaba esa camiseta. Me la vas a pagar.

El bicho gigante ese se me quedó viendo. No parecía tomarme muy en serio.

-¡Vamos!- gritó Laya cogiéndome del brazo para que continuara corriendo, justo en el momento en el que se estaba preparando para atacarme.

Una vez que ya salimos por la puerta del aeropuerto, cruzando atropelladamente la salida, un pavo real se posó sobre mi cabeza.

-Habéis tardado más de lo que pensaba, y mira que no teníais que cruzar aduana- comentó él.

Yo levanté los brazos para intentar que se quitara de encima mío, pero no lo lograba. Lo peor es que toda su cola estaba puesta en mi cara, y no es que oliera precisamente a rosas.

-Ya puedes abrir el pergamino- dijo Cyrus.

El pánico llegó de inmediato, y no solo porque tuviera el ano de un pavo real prácticamente preparado para defecar en mi flequillo. ¡No me había acordado de sacar el...! Una sensación rugosa se volvió a hacer presente en mi mano, y Cyrus salió encima mía, no sin antes despeinarme al pasar su cola por mi pelo. En mi mano seguía el pergamino que me había entregado Rachel.

Y yo procedí a abrirlo.

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Chan, chan, chaan. El suspense se hizo presente en la sala... Me encanta hacer esto, es tan reconfortante... Mierda, Rick Riordan me lo ha pegado, ahora me toca no actualizar en un año (nah, mentira. Soy incapaz de hacerlo, después de todo, valoro mi vida)

La cabaña de HeraWhere stories live. Discover now