10 ¿Por qué me cuentas tu vida?

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Laya tardó 2 minutos en librarse de su enfado y volver a dirigirme la palabra. Para mi suerte, Cyrus tardó todas las horas de viaje.

La azafata nos llevó por otro lado, en el que había una alfombra dorada rodeada de vallas del mismo color. Me sentía como lo que era: importante. Laya empezó a cerrar la boca cada vez que me miraba, y yo supuse que querría evitar hablarme por el comentario que había hecho.

Aunque eso fue imposible cuando vimos el avión. Era prácticamente dorado, y tenía el dibujo de dos columnas griegas en la parte de la cola, dónde solían estar los eslóganes de las marcas viajeras.

En seguida ella me picó en el brazo con su dedo, y en cuanto vio que le estaba prestando atención, empezó a hablarme.

Mientras ella lo hacía, la azafata empezó a hablar con Manuel. Sospeché que le estaba hablando del equipaje, ya que en un punto de la conversación, él sonrió mientras le mostraba la bolsa.

Seguimos caminando por la alfombra dorada hasta que llegamos al puerto de embarque. No había nadie, y la azafata se adelantó para abrirnos las puertas.

-Adelante- dijo señalando el interior del avión.

Los tres avanzamos sin reparo, aunque yo fue más que nada por la confianza que Laya me transmitía.

Para mi alivio, lo que había dentro del avión eran personas normales y corrientes, bueno, tal vez el hecho de que algunos tuvieran cicatrices y otros fueran armados debería haberme alarmado, pero Manuel y Laya actuaban tan normal que era prácticamente imposible alarmarse por ello.

Nos sentamos al lado de la ventanilla, de tal manera que Manuel podía mirar a través de ella, Laya quedaba como el relleno del sándwich y yo podía observar la infinidad del pasillo y como iba pasando la gente.

Total, que ya llevábamos 45 minutos de viaje, y Manuel se había dormido mirando el océano, Laya estaba viendo una película en la pantallita que correspondía a su asiento con unos cascos, que sacó de solo Dios sabe dónde, total, Cyrus estaba molesto y no me corregiría, y yo simplemente me había puesto a escuchar música con unos audífonos que habían repartido antes.

De un momento a otro sentí que alguien me picaba en el hombro con el dedo. Yo me giré y me encontré a una chica pelirroja, ojos verdes, y una camiseta llena de gotas de pintura. De cintura para abajo estaba cubierta por una de las mantas que daba la propia aerolínea.

Me hizo un gesto para que me quitara los audífonos. No le hice caso y volví a fijar mi vista sobre el pasillo. Ella volvió a picarme del hombro. Yo volví a girarme y ella me indicó lo mismo.

Y eso una y otra vez, hasta que al final me cansé y me los quité definitivamente.

-¿Qué quieres?- le pregunté, prácticamente soltando un gruñido.

-Ten cuidado conmigo- me advirtió, cogiendo un cepillo azul.- He derrotado a Titanes con este cepillo.

-No me interesa- le dejé claro.

Ella se giró hacia la ventanilla, con gesto de disgusto.

-A mí tampoco- anunció, a lo que yo resoplé.- Pero tu madre no me iba a dejar en paz hasta que te encontrara. Gracias a los dioses que te he encontrado aquí.

-¿Mi madre?- pregunté.

Ella soltó un suspiro y dejó su cepillo sobre la bandeja de la mesa, como si me lo fuera a tirar si seguía haciéndole perder la paciencia.

-Sí, Hera- respondió.- Quiere decirte lo que vas a tener que hacer y darte esto.- ella rebuscó en su mochila y sacó una especie de pergamino enrollado gracias a una cinta verde.- No lo abras hasta que no llegues allí.

Yo lo cogí, y empecé a mirar a mis compañeros en busca de un lugar en el que guardarlo. La bolsa ya estaba descartada, ya que Manuel se había quedado dormido abrazado a ella como un niño pequeño a su peluche favorito. Y ni siquiera hice el intento de que Laya me hiciera caso, ya que parecía estar muy pendiente de su película. Así que, sin más opción, lo dejé sobre mi mesilla plegable.

Después me volví a girar hacia la pelirroja.

-¿Cómo has podido comunicarte con ella?- le pregunté. -Y no tienes mucha pinta de semidiosa.

-Mira quién fue a hablar- comentó lo suficientemente alto como para que yo lo oyera.- Y respecto a lo de tu madre... Soy la actual anfitriona del espíritu del Oráculo de Delfos, Rachel Elizabeth Dare. Y de hecho, es bastante normal que los dioses, y más ahora que se están interesando por sus hijos, me envíen a hacer este tipo de recados.

Iba a decirle que no me interesaba su vida, ya que lo que me decía parecía más bien el comienzo de una autobiografía. Pero, aunque no nunca fuera a admitirlo en voz alta, algo me decía que debía tomarme con algo más de respeto su amenaza con el cepillo.

-¿Has venido solo para entregarme esto?- le pregunté.

Ella negó con la cabeza.

-Ni siquiera he venido en este avión, Jules- me contestó, lo que me dejó perplejo.- Te has quedado dormido.

-¿En serio? Yo ni siquiera lo he sentido- le dije.

-Pero, antes de que te despiertes...- empezó.- Que sepas que vas a tener que cumplir una misión que no requiere luchar contra un jefe final, como en un videojuego. Vas a tener que devolver el honor perdido de los dioses.

-Espera- quise decir, al ver que el ambiente se empezaba a difuminar.- ¿Por qué yo?

De los ojos y la boca de Rachel empezó a salir un humo verde.

-Porque eres algo que nadie esperó ver nunca- dijo, aunque no exactamente con la voz que había estado escuchando durante ese sueño. Era como si su voz se fundiera con la de una anciana.

Todo se cubrió con el humo verde... Y abrí los ojos, algo sobresaltado, oyendo un pitidito. A mi lado, había una azafata depositando una bandeja de comida sobre la mesita.

-¿Jules?- me preguntó Laya, que se había quitado los cascos para recibir la bandeja de comida.

Noté algo rugoso siendo sujetado por mi mano. Cuando volví mi vista abajo, vi el mismo pergamino que me había entregado Rachel.

-¿Cuántas horas quedan de viaje?- pregunté.

-Tres- respondieron ambos a la vez.

Genial, pensé irónico. Tenía curiosidad por saber que había en el pergamino.

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¿Qué os parecido? Porque yo me siento orgullosa de este capítulo. Espero que sigáis disfrutando la historia.

La cabaña de HeraWhere stories live. Discover now