Capítulo 4

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Han pasado trece días desde que Santiago salió corriendo de aquel terreno baldío sin mirar atrás

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Han pasado trece días desde que Santiago salió corriendo de aquel terreno baldío sin mirar atrás. Su mamá es una mujer dulce y cariñosa, pero hazla enojar y hasta el diablo saldrá huyendo.

A pesar de que Seis le aseguró que una amiga se había ocupado de ella, igual Santiago prefería estar lo más pronto posible en su hogar.

La reacción de su mamá era la única que le preocupaba. Su papá salía muy temprano y llegaba muy tarde, y su hermana Amy de tan sólo cuatro años de edad, con tener a su muñeca de Frozen a su lado era feliz.

Al cruzar la puerta, efectivamente pudo constatar que Seis le había dicho la verdad. Su mamá siempre creyó que su hijo estaba en casa.

Luego de terminar una agradable cena, Santiago subió a su cuarto, encerrándose en él. Estando frente a su cama, se lanzó sobre ella, boca abajo.

En la soledad de su habitación es que Santiago pudo rememorar los extraños acontecimientos del día. Aún no lograba comprender del todo la presencia de esos seres y sus habilidades extraordinarias, pero eso no quitaba el hecho de que también se sentía atraído a ese nuevo mundo.

Con eso en mente, cerró sus ojos con la esperanza de que al día siguiente volvería a compartir con ellos.

Algo que no sucedió.

Santiago despertaba continuamente cada mañana mirándose al espejo a ver si le había ocurrido algún cambio físico, pero nada. Se veía igual. Piel pálida, ojos negros y 1.70 metros de altura.

Si no fuese por el cristal morado que tenía en su reloj, hubiese creído que todo había sido un descabellado sueño.

Los días pasaron, y no supo más nada de ellos.

Hasta que...

— ¡Santi, espera! —Lo llama Verónica, su mejor amiga.

— ¡Atrápame si puedes! —Santiago le responde, estando unos pasos delante de ella.

Ambos salieron hace poco más de treinta minutos del colegio, pero decidieron ir al parque a celebrar que habían salido por fin de vacaciones.

— No, no. Ya no puedo más, ¡estoy agotada! —Exclama Verónica antes de acostarse en la grama con la respiración agitada.

— ¡Qué exagerada! —Se burla Santiago. Se recuesta a su lado, esperando a que ella recupere el aliento.

Se quedan allí, en silencio. Santiago sabe que no puede dejar esos espacios vacíos porque le daría pie a que ella le pregunte lo que el tanto ha estado esquivando, por lo que hace el ademán de levantarse, cuando la voz chillona de Verónica lo interrumpe.

— Santi, ahora que estamos solos, ¿ya me puedes contar lo qué paso entre Jorge y tú? —Verónica se gira, quedando apoyada sobre sus codos y mirando a Santiago a la cara.

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