Capítulo 25

1K 97 27
                                    

El tercer (y último) capítulo de hoy.

Capítulo 25

Narra Eduardo

Daniela tiene razón, mi presencia aquí puede ser malinterpretada. Aunque Luis confía en mí, aunque me conoce y sabe que no voy a tener nada con ninguna otra mujer, también es cierto que no fui el mejor amigo. Puede haber problemas. Así que tendré que buscar una solución. Pero lo último que quiero es volver a mi casa y verla todos los días. Es que haberla visto hoy sólo me puso sal en las heridas; y es algo que sigue pasando, pues la tengo delante. La idea de divorciarnos me parece cada vez más lógica. No debí hacerle esa promesa porque dudo mucho que pueda respetarla.

—Regresa conmigo. —propone, suavizando el tono

—Pensé que lo habíamos aclarado hace ratos. Mira, quizá sea cierto, quizá deba mudarme... Pero no voy a regresar a la casa. ¿Para eso querías encontrarme? ¿Para seguir insistiendo?

—Está bien...

Da señal de querer irse pero ni alcanza darse la vuelta y de pronto parece estar a punto de perder el equilibrio. Lo primero que se me ocurre es sostenerla para que no se caiga. Sus brazos rodean al instante mi cuello. Lo bueno es que si tiene fuerzas de hacer eso, no se va a desmayar. Así que quizá no sea nada grave.

Igual la sensación inquietante de mi pecho no cede. Un mareo también puede predecir problemas graves. No aguantaría que le pase algo. No puede pasarle nada.

—Mañana te acompaño al hospital.

—No, no es para tanto. Creo que no estoy descansando y comiendo bien.

—Daniela... —la regaño— Eso debe cambiar. No juegues con tu salud.

—No necesito ni comida ni descanso para sentirme mejor. Lo que necesito es...

Se niega acabar la frase. Me da la impresión de que su cara está cada vez más cerca de la mía y siento que sus dedos van subiendo por mi nuca y se clavan en mi pelo. Para cuando descifro sus intenciones, ya es demasiado tarde. Sus labios rozan los míos, consiguiendo que estos despierten y que mis parpados se cierren, que algo ocurra en mi interior, que no haya nada más que ella y yo, que no haya un antes y un después. La atraigo más hacia mí y la beso de vuelta. Se siente como lo mejor y lo peor que puedo estar haciendo. No me puedo apartar, cada roce aumenta más esas ganas que no sé de donde salieron.

El beso se vuelve cada vez más apasionado y aunque cuesta respirar, ninguno de los dos piensa ceder por la falta de aire. Ella apresa mi cuello entre sus brazos y yo hago lo mismo con su cintura. Sus dedos se hunden en mi pelo y los míos sujetan su cuerpo y de vez en cuando descienden para luego volver a subir. Nuestras bocas se mueven en armonía, nuestras lenguas se encuentran ansiosas por más.

En cuanto no nos queda de otra más que separarnos para tomar aire, vuelvo a la realidad. Sucede de golpe. Es lo más amargo, confuso y agonizante porque me percato de que acabo de hacer un tremendo error. No sé con qué estaba pensando unos segundos atrás. Ahora ni el cerebro ni el corazón parecen contentos. ¡Rayos! Ya imagino cuánto se va a ilusionar Daniela.

Ahí está la primera señal, me sonríe.

—No fue buena-

Usa sus labios para callarme, pretendiendo que continuemos con esto. Poco a poco voy alcanzando su ritmo, hay algo más fuerte que yo que me hace ceder. Que actúa sólo cuando ella está así, pegada a mí... Cuando esos labios cálidos y suaves atrapan y seducen los míos. Y sus movimientos lascivos no ayudan sino que paralizan mi lado racional. Encienden emociones que había dado por olvidadas.

Llámalo infierno © |COMPLETA|Where stories live. Discover now