U N O

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Marzo 13, 2024
En alguna parte del norte de México.

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—¡Hola! —demostré un entusiasmo falso, necesitaba empezar bien el día en lo que podía ser mi estación de trabajo —Soy Amelia, estoy aquí para una entrevista de trabajo.

Le dije a la recepcionista. Una mujer con cara de pocos amigos, posiblemente de treinta y cinco años. Lo único que me dieron celos al verla fue, porque, admitámoslo, entre nosotras las mujeres sentimos celos de otras mujeres. Me celé de su buen maquillaje, un trabajo que yo no tenía, y de su mejor cuerpo que el mío.

Ella, con ojos felinos y rápidos, se fijaron en mí. Su cara de pocos amigos no se le quitó al verme.

—Claro, permíteme tu documentación.

Como me la pidió se la di. Si es que quedara para trabajar en esta dichosa empresa, juraría que ella y yo no nos llevaríamos muy bien. Pero no hay que hablar antes de que sucedan las cosas.

—Amelia, aquí dice que no tienes experiencia en el mundo de las ventas-volteó a verme con superioridad— el puesto es para alguien que sí haya tenido experiencia. El que tengas licenciatura en diseño industrial te da muchos puntos, pero no fue el puesto que solicitaste, ¿por qué?

Estaba por decirle que, a pesar de mi nula experiencia, era una persona que aprendía rápido y porque no haya tenido la experiencia significaría que no sabría hacerlo, y quería demostrar que podía empezar desde abajo e ir subiendo hasta trabajar para lo que estudié, pero sonó el teléfono de su escritorio.

Como quería aparentar una personalidad que no tenía, decidí alejarme un poco para darle espacio a que contestara la llamada.

Me llamó por mi nombre y en seguida fui de nuevo a su escritorio.

—Tienes suerte, Amelia, el jefe esta de buenas y quiere ver a la posible candidata para mi reemplazo— se puso de pie y me indicó que la siguiera hasta lo que creí que era la oficina de oficinas, es decir, la del jefe de jefes.

Con esas dos noticias buenas la seguí.

La primera fue que ella no sería mi compañera y no tendría que volver a verla.
La segunda fue que tenía posibilidades para el trabajo.

Nuestros zapatos de tacón hacían ruido por el pasillo pulcro de aquella empresa. Para ser sincera, cuando Daniela, con quien compartía piso, me dijo sobre el trabajo de una empresa dedicada a hacer, vender e innovar autos me imaginé un lugar sucio, lleno de trabajadores vestidos como si fuera domingo, con aceite tirado por todos lados, una secretaria como señora y una oficina para el supervisor. Pero me equivoqué en mucho.

El lugar era un edificio de tantos pisos, y por lo que creo recordar, en la entrada había un mapa para visitantes, supongo que es de esas empresas donde recibían a los adolescentes con sueños similares a crear.

El mapa, si mi memoria no me falla, se dividía en tres secciones principales. Los pisos más altos eran oficinas, donde en el mapa, lo recuerdo por los colores de separación, se subdividían para los diferentes puestos importantes, que era hacia donde yo me dirigía. Los pisos medios era el área de diseños, y la planta baja era para las visitas, la recepción, como la chica que iba delante de mí, como los de intendencia, como los de paquetería.
Incluso creo que había un museo e historia del auto y de la empresa en la planta.

¿Y en dónde creaban los dichosos autos?

—Bien, Amelia, el jefe está del otro lado de esta puerta —recalcó lo obvio— él puede ser un tanto...— pensó en decirlo —¿Qué más da? Ya no será mi jefe. Realmente el jefe puede ser muy estúpido, no lo digo por falta de inteligencia, es muy inteligente, pero es estúpido porque está casado con una mujer, que, si te dan el trabajo, la tendrás que conocer a como dé lugar. Es un dolor de cabeza esa mujer —sobó su cien— prácticamente conocerás más a la esposa y a su vida de casados que al propio jefe. No soy nadie para quejarse, pero si los superiores de él supieran como su esposa está tan metida en la vida laboral de su esposo, le quitarían esta empresa.

Quedé sorprendida por todo lo que me dijo. Quedé muda, sin saber qué decir...

—Bien, Amelia, no tenía por qué decirte nada de eso, pero, no he podido decírselo a nadie— la vi como si fuera un secreto de la NASA. Pareció entender mi cara —son políticas de la empresa. Creo que el jefe fue quien las hizo, ha modificado muchas cosas para que sirvan a su voluntad. El contrato te hace leerlo, ¡las ciento ocho hojas!

¡Ésa chica estaba loca! En un momento me odiaba, como parecía odiar a todo el mundo, y ahora me contaba secretos de la empresa.

—Si te quedas, que es lo más probable, te hará leer el contrato, sentenciarás tus días aquí. Veme, solo tengo veintiséis años.

¡¿Espera, qué?! Tenía mi edad y se veía de treinta y cinco.

Lo bueno es que al menos con mis gestos no soy reveladora, si no ya se habría dado cuenta sobre mi asombro.

—Ya puedes pasar, Amelia.

Era la voz de la perdición. La recepcionista, que ni conocía su nombre, me había sembrado inseguridad al trabajo, a esta empresa, a esta persona, y a mí misma.

—Un gusto, Amelia. Sea la respuesta que sea, te espero de nuevo en recepción para darte la bienvenida o las gracias. Recuerda, dos secciones abajo, como a unos— pensó— diez pisos.

Y se fue.

Bajé la manija de la puerta, empujé y sin observar mucho la oficina, cerré tras de mí, dando la espalda a quien sea que estuviera a cargo de la empresa.

El jefe, de forma dramática y de película, estaba dándome la espalda, viendo hacia la calle a través de grandes ventanas con las manos tomadas por la espalda, dejándome ver anillo de casado. Mi vista, que estaba en sus manos, a la altura de su trasero, me obstruían la vista de su... ¿Trasero?

Tomé con más fuerza mis papeles a entregar y aclaré la garganta.

—Que tal, buenas tardes, soy Amelia Bruise, de veintiséis años, estudié diseño industrial en la universidad de...— otra vez, entusiasmo aún más falso. Iba a terminar el monólogo que había ensayado una noche antes, pero el hombre se volteó hacia mí de una manera abrupta. Y por primera vez en varios años lo vi. Vi a alguien que en el pasado había compartido sueños conmigo, había compartido momentos, risas, llanto, carcajadas, amor...
Solo tapé mi boca con mis manos, esperando que mi rostro no haya revelado tanta sorpresa como el de él.

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ฅ^•ﻌ•^ฅ

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