O C H O

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Ay, diosito, no me pongas estas pruebas. 



Hablé con mi abuela para ver si ella podría quedarse en mi departamento unos días en lo que no estaba y así ni ella y ni mis perrihijos se quedarían solos. Ella acepto con buena gana, le dio gusto que saliera a un viaje, aunque fuera de negocios.

Eran las siete de la mañana y yo ya estaba en el edificio. Un autobús de la empresa nos llevaría al aeropuerto. El dichoso aeropuerto quedaba a cuarenta minutos, y eran las siete de la mañana, así que dormir eran todas las opciones.

Al despertar tenía la pila bien puesta. Bajé del autobús y fui la primera en sacar su maleta que estaba hasta el fondo. Ya con las cosas listas y mi mediada información de cómo andar en un aeropuerto me adentré en él. Ximena iba pisándome los talones, sé que ella trataba de ser no vista por mí, pero no lo lograba. Cada vez que volteaba sobre mi hombro, ella volteaba hacia otro lado. Vaya, que bien le disimulaba.

Alexander iba con unos compañeros; recuerdo haberlos visto en el puesto de paquetería, transportes e incluso de intendencia. Era la primera vez que los veía hablando animadamente.

Creo que era yo quien dirigía indirectamente a todos dentro del aeropuerto. Pasamos nuestras maletas por la banda, dejamos nuestras cosas de metal en bandejas, pasamos por un detector de metales, me quitaron un perfume que llevaba en mi maleta de mano. Empezando bien.

Cruzamos por tiendas bastante caras dentro del aeropuerto. Pasillos y pasillos llenos de tiendas para despilfarrar.
Pesamos las maletas, no debían pasar los veinticinco kilos, yo no me preocupaba de nada, ya que iba ligera.

Nos quedaríamos una semana si es que los inversionistas no se deciden en firmar el contrato. Si se firmaba el contrato nos daba trabajo por tres años más. Es decir, nuevos diseños, que para ese entonces ya debería estar haciéndolos yo, dinero entrante para la empresa, más trabajos de ensamblaje, más contratos. Ese contrato abriría o cerraría puertas.

Ya en sala de espera, con olor a café me rugió el estómago. Todo en el aeropuerto iba a tener el tripe o más arriba su precio normal. No podía comprar un café pequeño por casi doscientos pesos. No señor.

Ximena estaba a unas sillas de mí, Alexander y los demás estaban un poco más lejos pero frente a mi vista. Esperar para abordar era cansado y aburrido. No tenía juegos en mi teléfono, pero sí música.

Puse mi favorita; Missionary Man. Una banda que se desintegró hace ya unos años. Tenía veinticinco años y seguía con mis gustos de dieciocho. Y creo que es algo que me caracteriza. 
El hecho de que mi relación con Alexander terminara y estuviera enterrada hace años no significa que me dejarían de gustar las cosas que él me contagió.

Por un momento Alexander me vio, y yo también lo vi.
Aparté mi mirada, me hice la mensa –como casi siempre- y fui a pasearme para ver que podía comprar.

Caminando por el aeropuerto me puse a pensar sobre Alexander. O sea, ¿qué pasa por su cabeza? ¿Amenazando a Miguel? ¿Hablando de temas enterrados como nuestra relación? Solo estaba tratando de hacerme tambalear. Hacerme suspirar por él es algo que nunca, ni en un millón de años pasaría.

Deposité monedas en una máquina expendedora, hizo algunos ruidos y cayeron mis galletas.

De regreso a la sala de espera pude ver los baños que no había visto de ida. Alexander estaba ahí, afuera, con su pequeña maleta abierta, metiendo su saco y pantalones de vestir. Se había cambiado por unos jeans ajustados que se le notaba todo el... Bueno, también se cambió la camisa y ahora enseñaba los brazos tatuados, me pregunto si... Levante el cuello de mi camisa aun de trabajo y vi mi clavícula tatuada con una fecha y una caligrafía en cursiva delgada. Sentí algo indescriptible.

Volví a la realidad y volteé a ver una vez más a Alexander, estaba viéndome, ¿¡Me vio viendo mi tatuaje!?

Agache la cabeza.  No, la levanté y lo vi con ojos serios, él hizo una especia de mueca desconcertada, metió lo último a su maleta y comenzó a caminar hacia la sala de espera. También lo hice.


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¿Se han fijado que la mala suerte siempre es en un día importante? Por ejemplo; cuando tienes una fiesta y te sale un grano lo bastante notorio. Cuando vas a la playa y te llega la regla, cuando te orina un perro en tus tenis favoritos. Pues me tocó sentarme con Alexander en el mismo sillón de tres. Una persona nos separaría, es decir; Alexander del lado del pasillo, yo de la ventana y alguien más justo en el medio. Ése alguien más era un completo desconocido, no era alguien del trabajo. Pudo haber sido un asesino, un tira aviones, o violador. Pero no, solo era un joven maso menos de mi edad, lleno de vida y bastante guapo.

No era la primera vez que viajaba en avión, pero siempre está la angustia sobre algún fallo. Al sentarnos Alexander lo hizo primero, hice una cara de incomodidad por si él tomaba la iniciativa de parase y dejarme pasar. Pero no fue así. Sé que se estaba haciendo el dormido.

Pasé por de frente a las piernas de Alexander. Los minúsculos espacios entre el asiento y el respaldo del siguiente en adelante me obligaban a pegar el vientre lo más posible a él. No quería echarle todo mi trasero a Alexander. Con cuidado de ni siquiera tocarlo me agarré del respaldo y justo cuando estaba por terminar de cruzar un señor alto y musculoso, calvo y con mucha barba se sentó de golpe. Mis manos se zafaron y caí en las piernas de Alexander.

—Pero que... —quitó sus lentes oscuros y me vio con sorpresa— que sorpresa.

Me iba a levantar como si me hubiera quemado el culo, pero el señor calvo se recargó. Sus cientos de kilos me impedían levantarme

—Amelia, déjame ayudarte.

Alexander se removió debajo mío. Ay, diosito, no me pongas estas pruebas. Di un saltito de sobresalto.

—No, no, no. Alexander quítate. 

¿¡Aparte de calvo sordo, o por qué no hace nada?!

—Cálmate, Amelia. A ver, pídele amablemente al caballero de adelante que se ponga de pie.

Noté una nota de ¿sarcasmo?

Alexander estaba calmado, como si nada pasara. Yo estaba alterada, muy alterada. ¿Qué tipo de espectáculo era ese? ¡Ninguno por su puesto!

Alcancé el hombro del señor.

—Disculpe —¿y si sí estaba sordo? — disculpe. ¿Se podría parar un momento?

Así lo hizo, yo pasé rápido, tomé asiento y traté de recuperar la compostura.

Aun no despegábamos, pero me aliste para dormir en las varias horas de viaje. Cuando volteé porque el chico que iba a ir en el centro llego, vi claramente como Alexander le dio un billete en rollo al calvo, estrecharon las manos y volviendo cada uno a su postura.

¿Alexander había planeado todo lo sucedido?

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ฅ^•ﻌ•^ฅ

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