Un chico, un árbol y un helado

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Estaba tumbado bajo la sombra de un árbol

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Estaba tumbado bajo la sombra de un árbol. Era una tranquila tarde de verano, una de esas en las que no tienes ningún plan pero en las que tampoco te apetece hacer nada en especial. Tenía los ojos cerrados y tarareaba en un tono de voz que casi resultaba un susurro la canción que escuchaba a través de sus auriculares. Sonrió.

Una brisa de viento les acarició la cara, a él y al árbol. A él le resultó agradable, dejó de tararear. El árbol no sintió nada pero una de sus hojas calló y meciéndose lentamente camino abajo terminó posándose en la frente del chico. Este se incorporó un poco, abrió los ojos y cogió la hoja con su mano izquierda. Hizo girar lo que hacía unos segundos había pertenecido al árbol y se quedó mirando ese movimiento por un largo rato.

Estaba prácticamente inmóvil, exceptuando a su mano izquierda, la cual todavía seguía haciendo girar la hoja. Se quedó pensando. Pensando en ese verano, el último antes de la universidad, el último antes de marcharse de su pueblo, el último antes de despedirse de sus amigos, el último antes de dejar de vivir con sus padres, el último antes de...

Entonces salió de su ensimismamiento y soltó la hoja. Soltó un largo suspiro y elevó su mirada al cielo. Había varias nubes y cada una de ellas representaba una imagen distinta. Un conejo, un barco, una trompeta, un rostro... Otra brisa volvió a acariciarle la cara. Él volvió a cerrar los ojos. Esa vez no cayó ninguna hoja.

Decidió ponerse de pie, dar un paseo para estirar las piernas y disfrutar una vez más de esas calles que le resultaban tan familiares. Las calles en las que había crecido, jugado, corrido, charlado, reido, abrazado... Incluso besado. Sonrió de nuevo al recordar todos esos momentos. En especial ese último, esa noche. Esa noche de mayo. La recordaba más que bien, recordaba las estrellas y las canciones que había estado bailando. Recordaba haber bebido más de dos copas pero no demasiadas. Recordaba el camino que hacía de vuelta a casa, recordaba la manera en la que sus pasos se fueron ralentizando hasta quedarse quieto. Recordaba la manera en la que se miraron a los ojos, como poco a poco se fueron acercando hasta romper la distancia.

Sin darse cuenta había dejado de caminar, un par de personas le miraban con curiosidad. Parpadeó una, dos, tres veces. Miró a su alrededor, suspiró. Echaría de menos esas calles, esa calle, ese recuerdo. Siguió caminando.

El calor se había intensificado desde que dejó la sombra del árbol y a pesar de que se había atado a la cintura su sudadera seguía sin ser suficiente para combatirlo. Decidió ir a por un helado para refrescarse un poco, ya volvería más tarde al árbol o incluso a su casa.

Al llegar a la heladería no le sorprendió encontrarse con una cola relativamente larga, al fin y al cabo era temporada de turistas. Esperó pacientemente durante los primeros minutos, no tenía ninguna prisa. Incluso aprovechó ese tiempo para elegir el sabor de su helado. Pero esa paciencia se terminó en el momento en el que vio que entraba. A pesar de que intentó evitarlo, sus miradas se cruzaron. Le dedicó una sonrisa medio genuina y medio forzada la cual fue correspondida con un movimiento de cabeza en forma de saludo. Después de eso apartó su mirada rápidamente avergonzado, sacó su móvil del bolsillo y fingió mandar algún mensaje. Nada era lo mismo desde mayo. De hecho, las cosas se habían vuelto casi incómodas.

Siguió quieto en su sitio entrando en diferentes aplicaciones de su móvil para intentar distraerse. Aunque sus esfuerzos fueron en vano. Apareció esa molesta sensación en el estómago que sentía cada vez que se cruzaban. Nada era lo mismo desde mayo. Sus pensamientos se contradecían, se reprendió a sí mismo por reaccionar así y se alegró por haberle visto en igual medida, resultaba confuso. Nada era lo mismo desde mayo. Reprimía las ganas que sentía por acercarse y saludarlo. Quería pero no quería. Si fuera cualquier otra persona habría iniciado una conversación casi sin ningún problema. Pero no era cualquier persona. Quería... Pero no podía.

Llegó su turno, pidió el helado y se dispuso a alejarse lo máximo posible de allí. Pero no pudo. No pudo porque de repente le pidió que le esperase para que fueran a caminar y charlar un rato. Se sorprendió, realmente se sorprendió. Quiso negarse, pero no lo hizo. ¿Cómo iba a hacerlo? No podía negarse a algo así. No desde mayo.

Así que le esperó. No tardaron demasiado en ponerse en marcha. Caminaron dando vueltas alrededor de todo el pueblo. Hablaron y rieron, casi como siempre habían hecho. Casi, pero no. No, porque se sostenían la mirada más tiempo del necesario. No, porque ambos reían con demasiada facilidad. No, porque aunque quisieran ocultarlo estaban nerviosos. No, porque había más silencios que los que había antes. No, porque sus miradas bajaban de los ojos a los labios. No, porque casi sin darse cuenta terminaron por alejarse un poco del pueblo, hasta un lugar que estaba completamente vacío, hasta el árbol. No, porque al igual que sucedió en mayo, se besaron.

No podía creerse lo acababa de suceder. Se sentía feliz, asustado y confuso. Quería saltar, correr gritar, abrazarle, darle otro beso. Pero se quedó quieto, mirándole con los ojos bien abiertos. No podía mover ni un solo músculo, su cabeza era un torbellino de pensamientos contradictorios que no le permitieron reaccionar.

Por suerte él sí que pudo reaccionar. Por suerte él comenzó a hablar. Él, su compañero de la escuela, el niño con el que había estado jugando al fútbol día sí y día también desde primaria, el chico junto al que se pasó tardes enteras estudiando... El chico que casi sin darse cuenta, pasó de ser un simple amigo a algo más. El chico que le hizo replantearse su vida, su identidad y cien cosas más. Él era el chico del que terminó enamorándose sin querer. Ese mismo chico al que había besado en mayo. Ese chico estaba confesando todos sus sentimientos hacia el. Ese chico estaba aterrado por su reacción, por la posibilidad de ser rechazado, por las cosas que diría la gente si llegase a enterarse de todo eso.

Ese chico se quedó callado, mirándole directamente a los ojos, asustado pero decidido, esperando una respuesta.

Él sabía lo que quería responder, lo sabía desde mayo.

Una brisa les acarició.

Él respondió con una simple acción: otro beso. 

Relatos CortosWhere stories live. Discover now