Y vuelve

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Siento que estoy flotando en una nube. Una leve brisa frota mi cara y me revuelve el pelo, yo sonrío. Miro al horizonte, hay un paisaje hermoso frente a mí: un mar, montañas, flores, risas, verde, amarillo, diversión... Todo está tan tranquilo, tan en calma, que casi se me olvida que hace un tiempo hubo una tormenta, una noche oscura y larga, muy larga, un invierno de frío glacial que helaba hasta los sentimientos. Ahora todo es tan bonito, tan luminoso, que casi lo olvido, casi.

Me pongo a bailar, canto, río y me uno a la fiesta. Doy vueltas por la ciudad, abrazo a quien me cruce y entrelazo los dedos con esa a quien tanto cariño le tengo. ¿No es bonita la vida? ¿No es bonito no tener que pensar? ¿No son bonitas las distracciones? "Vive la vida", ese es mi lema desde hace ya un buen tiempo. Acurrúcate en el sofá, vete al cine, disfruta de un helado. Es tan bonito tener la cabeza en calma, ese silencio que reina en mi interior, esa paz que parece eterna. Esa paz que en realidad es tan frágil como una muñeca de porcelana. Esa paz de la que disfruto al quedarme cinco minutos más entre las mantas cada mañana, de la que apenas soy consciente al estar enzarzada en una animada charla con mis amigas y al escuchar mi canción favorita. Esa paz que, a veces, se detiene por un momento.

No sé porqué ocurre, pero, de repente unos susurros aparecen. Y ya no puedo concentrarme en la película que estaba viendo, me pierdo en la conversación y me olvido de lo que acaba de explicar el profesor. Esos momentos que aparecen sin previo aviso, que te dejan aturdida más tiempo del que desearías, que no sabes de donde salen. Yo estaba bien, feliz. No lo comprendo, ¿Qué me pasa? Unas gotas de lluvia parecen caer del cielo. Pero no tiene sentido, no ha ocurrido nada grave, todo seguía su curso. ¿Por qué regresa esta sensación? No la quiero.

Me voy a ver una serie, sigo mandándome mensajes con mis amigos hasta las tres de la madrugada y subo el volumen de la música al máximo. Si me distraigo lo suficiente dejaré de escuchar los susurros, me digo, ilusa, casi creyendo mi propia mentira. Y, sin embargo, por mucho que me esfuerce, por mucho que hayan pasado, días, semanas, meses, siempre regresan. Las gotas me mojan de nuevo y me pillan desprevenida, sin paraguas con la guardia baja. Y ya no me río tanto al escuchar un chiste, ya no canto en la ducha y ya no quiero dibujar.

Pero trato de ignorarlo, trato de ignorar la lluvia, doy lo mejor de mí y me esfuerzo, esperando a que la tormenta se vaya. Pero sigue ahí y comienza a hacer frío, mis labios tiritan y el invierno se acerca. Pero yo estaba sentada en un banco con mis amigas, estaba cenando con mi familia, acababa de sacar un 9 en ese examen para el que tanto me había esforzado.

Y sonrió, sí, sonrío porque todavía tengo ganas. Y lloro, sí, lloro porque por alguna razón vuelvo a tener ganas. Y no lo entiendo. Me siento perdida, como si el camino por el cual estoy yendo no apareciera en los mapas. No sé que he hecho mal, no sé porque esa presión tan familiar de mi pecho a regresado y no sé qué hacer para conseguir que se vuelva a ir. 

Relatos CortosWhere stories live. Discover now