El bosque

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Era una cálida noche de verano. Estaba tumbada en mi cama, con un par de largas lágrimas recorriendo mis mejillas. Cerré el libro con fuerza y lo lancé a mi cama. No me podía creer que ese fuera el final del libro. Me froté los ojos y le dirigí una mirada llena de furia y resentimiento. Maldije de todas las maneras que conocía al cruel escritor que había conseguido producir tal torbellino de sentimientos en mi interior. ¿Cómo se atrevía a terminar así el libro? ¿Cómo fue capaz de matar de una manera tan indigna a mi personaje favorito? ¿CÓMO PUDO DEJAR UN FINAL ABIERTO Y DESGARRADOR AL MISMO TIEMPO?

Me prometí a mi misma no perdonarle jamás.

Mis sollozos continuaron emergiendo durante un largo rato. Siempre había sido demasiado sentimental, me planteé dejar de leer esa clase de libros. Lo peor de la situación es que debía permanecer en silencio ya que mis padres dormían y no quería despertarlos. Estábamos de vacaciones en una cabaña en mitad de ninguna parte y se suponía que al día siguiente teníamos que madrugar para ir de excursión a subir por alguna montaña y ser acribillados por los mosquitos.

Solté un suspiro de frustración, el día siguiente iba a ser horrible. En primer lugar, todavía tendría que asimilar el final del libro. En segundo lugar, mis ojeras me delatarían y tendría que aguantar otro de los tediosos sermones de mi madre diciéndome que tenía que dejar de acostarme tan tarde (que intente ella irse a dormir cuando le quedan solo cien páginas para terminar una saga de nueve libros, a ver si se puede dormir). Y en tercer lugar, tendría que salir de casa a hacer ejercicio. Me pareció que jamás llegaría a comprender la pasión que sienten algunos por madrugar y pasarse el día sudando y caminando bajo el sol de agosto.

Apagué la pequeña lámpara que había en mi mesilla de noche y me dispuse a dormir. Pero tal y como les ocurre a la gran mayoría de los que tienen demasiadas cosas en la cabeza, fui incapaz de cumplir mi misión.

No sabría decir con exactitud cuánto tiempo había pasado, cuando noté que una luz entraba por mi ventana. Me levanté de mi cama sobresaltada, pensando que ya estaba amaneciendo. Para mi sorpresa esa luz no era solar. Entrecerré mis ojos en busca de la fuente de esa luz. Entonces la ví.

Era una especie de silueta agachada sujetando un farolillo. No fui capaz de distinguir si era un hombre o una mujer, parecía estar buscando algo. Se movía con lentitud de un lado a otro. Empecé a sentir una tremenda curiosidad por saber qué es lo que estaba haciendo allí.

Todavía no me había recuperado del shock de haber terminado ese libro y puede que por eso mi sentido del peligro estuviera un tanto atrofiado en ese momento. Cogí una chaqueta y salí de la cabaña sin pensármelo dos veces. Estaba dispuesta a ir hasta donde esa misteriosa persona y preguntarle por lo que estaba buscando, incluso me planteé ofrecerle mi ayuda para encontrarlo. En ningún momento se me ocurrió pensar que salir a altas horas de la noche para hablar con un desconocido que bien podría haber sido un asesino, un secuestrador o un violador fuera algo raro o estúpido.

Me encontraba fuera de la cabaña, a escasos metros de la misteriosa figura. Justo en el momento en el que iba a preguntarle si necesitaba ayuda, se lanzó al suelo al tiempo que soltaba un grito:

-¡TE ENCONTRÉ! -Bueno, ya sabía que era un hombre. O, al menos, sabía que su voz era de hombre.

Al escucharle gritar eso me llevé tal susto que no fui capaz de reaccionar, me quedé estática en mi sitio sin pronunciar una sola palabra. Continué observando esa curiosa escena. El chico u hombre o señor o lo que fuera que fuese se incorporó, parecía llevar algo entre las manos. El farolillo se había quedado tirado en el suelo, pero eso no parecía importarle. Se acercó mucho lo que fuera que llevara a la cara. Pude escuchar que hablaba pero no fui capaz de distinguir ni una sola palabra con claridad. Definitivamente esa situación carecía de sentido.

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