Capítulo 25.

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Un guardia fue quien llevó a cabo todo mi entrenamiento físico pues desde la noche del teatro no volví a ver al rey Magnus, pareció como si estuviese huyendo de mí y solo desease enfocarse en pasar tiempo con la señorita Vanir. Los escuché hablar, caminar y pelear. Se gritaron muchas veces, escuché portazos y reclamos. Ella no me quería en el palacio y parece que él se negaba a concederle el deseo de sacarme, pues había un plan en marcha.

Viajé junto al rey Gregorie hasta la frontera con Grencowck. Fue un trayecto largo hasta la capital, ya que aquí los automóviles vuelven a desaparecer.
No he tenido la oportunidad de ver a detalle el reino, pues fuimos directamente al hotel cercano al palacio, pero las pocas veces que miré por la ventana solo vi una ciudad precaria, sucia y ruidosa.

Me hallo ahora frente al espejo, colocando la pequeña daga plateada en lo alto de mi muslo, justo arriba de la abertura en mi pierna derecha, la cual tiene un corte estratégico que me permite ocultarla.

El vestido azul oscuro que confeccionó Remill es grande y pesado, está hecho de gaza y recubierto con pedrería blanca. La parte de arriba tiene un escote recto, sin embargo, su rareza se basa en la pieza de tela que cruza por encima del pecho, sube por mi hombro izquierdo y atraviesa mi espalda hasta llegar al lado derecho de mi cadera.

—Luces fenomenal —adula el rey Fulhenor cuando me ve salir de la alcoba.

—Me alegra saber que usted no teme a los halagos como a su primo.

—A él le gusta molestarte. No le hagas mucho caso —me guía por el pasillo hasta la salida —. Arrasarás esta noche. Para tu mala suerte, Aldous no podrá quitarte la mirada de encima. Una cosa antes de que lo olvidé —se detiene en el pasillo y saca de su bolsillo un anillo de oro que coloca en mi dedo anular —. Ya sabes cómo usarlo.

Subimos al carruaje y en minutos llegamos al ostentoso palacio. Mi vista se llena inmediatamente de amarillo, de esculturas, bustos, pinturas, lámparas gigantescas, paredes cubiertas de tapiz con estampados estrafalarios. Un estilo exagerado, sobrecargado y hasta anticuado.

—Es bastante peculiar este lugar. —Le susurro a Gregorie, quien sonríe en apoyo.

—Aldous no sabe medirse. Le gusta el lujo y cree el buen gusto, se basa en llenar cada rincón con los enseres más costosos.

—En vez de impresionar resulta bastante aterrador.

—Justo como él y aquí viene.

Un hombre de escaso cabello, baja estatura y voluminosa masa aparece frente a nosotros. Viste con piel de oso y collares de oro de un tamaño desproporcionado. La corona en su cabeza se vislumbra pesada por todos los ornamentos que la decoran, pero parece no molestarle.

—Pensé que me dejarías plantado, Gregorie.

—Jamás le digo que no a los negocios.

Se extienden la mano, pero el apretón rápidamente termina en un abrazo con palmadas en la espalda del otro.

—Veo que trajiste acompañante. —Me mira de reojo con una sonrisa lasciva.

—Allia Rugers —Le brindo mi mano y él hace lo que esperaba, besa el dorso —. Cuanto placer me causa verlo.

—¿A qué tipo de placer te refieres? —Sus ojos brillan, excitados.

No imagina la repulsión que me causa.

—La que usted necesite. —Finjo una sonrisa lo mejor que puedo.

—Es un obsequio para ti —el rey Gregorie interviene cuando nota que no me suelta la mano —, pero luego hablaremos de eso.

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Where stories live. Discover now