Decisiones infinitas

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  Se hallaba inquieto frente a su notebook, prendiendo y apagando cigarrillos, moviéndose de un lugar a otro. El peor de los demonios que enfrentan los escritores es la originalidad, luchar contra las repeticiones o las narraciones desgraciadas. Éder Santos creía que podía salir victorioso de ese enfrentamiento, que la verdad rebosaba en él y que una narración exitosa le era inevitable, pero en ese momento su pantalla se encontraba en blanco, escribía líneas y la borraba de inmediato.

Esa noche llovía, truenos y relámpagos retumbaban tras las paredes. El sueño de Éder era convertirse en un gran escritor, retratar a la sociedad en una obra, siguiendo esa meta el joven había ingresado a estudiar literatura a la universidad a comienzos de año. Tenía ganas de tocar la inmortalidad, este afán que acostumbra contagiar a la gente pobre, a los que ven en casi cero a su alrededor la posibilidad de trascender en la vida, o por lo menos de la manera en la que Éder lo deseaba.

Mientras intentaba alcanzar la inspiración no podía dejar de pensar en sus problemas, la falta de dinero, la familia demandando correctas conductas, etc. Una tormenta al exterior y en su cabeza, el cenicero estaba repleto de colillas y las palabras del computador vacilaban por unos instantes y luego solo una hoja en blanco. Siempre hay una oposición tan grande como la ambición que se persigue, un muro que superar, los remordimientos y una invisible voz social que te dice: ¡no!, que eres solo un tonto, un loco perdiendo su tiempo. Éder oía fuertes esas palabras y estas lo paralizaban, se encontraba allí persiguiendo un sueño mal remunerado, luchando contra una angustia que ataba sus dedos cuando intentaba comenzar a escribir.

Lo más razonable era que él hiciera lo mismo que sus iguales, salir a estudiar una carrera rentable para después encontrar un buen trabajo y ganar un poco de dinero, viajes para adornar sus redes sociales y demostrar que él podía ser igual a todos, tener una familia, una casa, un auto, alcanzar el éxito reflejado en la mirada de los demás. Pero Éder tomó el otro camino, esa ruta que no tiene vuelta atrás y que ahora le hacía trastornar su mente.

Se sentía ridículo por no poder escribir algo digno de ser leído, nervioso y en frente de esa sólida y casi impenetrable muralla que amenazaba aplastarlo, qué son un par de versos, comparados con tarjetas de crédito mágicas, qué son las palabras al lado de un lujoso automóvil, cuestionaban las voces de su cabeza cuando creía lograr escribir algo bueno. Observó su ropa y su viejo laptop y estos producían que el ánimo del joven escritor continuara en el piso junto a la inspiración y los sueños. Miedo al fracaso, un paradójico miedo a la inmovilidad que lo inmovilizaba, temía que su viejo notebook se estropeara y no poder comprar otro nuevo, miedo de no tener talento, miedo de estar en el error y detenerse hasta el olvido.

Encerrado en su habitación en medio de una ambiente repleto de humo tóxico, llegó a pensar que era solamente un idiota que observaba pájaros imaginarios que no existían en la realidad. Esa vergüenza que lo había alcanzado le hizo replantearse las cosas, pensó que tal vez merecía lo que tenía, pensó que tal vez él era cómplice de todos los problemas y males que criticaba, y no solamente su condición actual, también los problemas de su círculo más cercano, como si él fuera un hoyo negro que extinguía lo que tocaba, que él era culpable de los problemas de sus vecinos, los de su ciudad, de su país, de la orbe completa. Y siguiendo esos pensamientos, sin aún completar una frase en la pantalla en blanco, se dijo, ¡hijo de puta, tuya es la culpa del calentamiento global! y Éder abatido poco a poco se dormía envuelto por la astenia.

En el sueño Éder se encontraba arriba de un escenario en frente de millones de personas, entusiasmado leyendo un discurso en el proscenio, siendo escuchado por el mundo entero. Sentía que en sus palabras se volcaba su alma, que en su discurso se expresaba todo lo que él significaba, pero, al acabar de hablar se produjo un silencio absoluto, quedando él allí frente a la multitud con una sonrisa de idiota al no entender el porqué del mutismo, y, tras esos segundos de silencio incómodo, el infinito de espectadores explotó en una marea de carcajadas, burlas y dedos apuntando al expositor. Éder azorado sintió que sus piernas perdían fuerza, las risas le provocaban el peor de los daños puesto que era él en un discurso aniquilado por las burlas.

Veía en su sueño un ciclón de risas crueles que le aniquilaban, el público anhelaba sangre y él se encontraba allí como un silencioso cordero listo para ser inmolado, y no le quedaba más opción que desplomarse para morir en ese patíbulo, era inminente que su cuerpo se partiría en mil pedazos al impactar contra el piso, se deja caer pero antes del impacto en la tarima 16 musas sostuvieron su cuerpo exánime. Observó que en la mirada de ellas no había piedad sino rabia y una de ellas le dijo con voz infernal en su oído, ¡canta, Éder!, ¡canta!, y este se incorporó y observó a la multitud como la gran muralla que necesitaba superar para alcanzar la deseada trascendencia. Continuó recitándose vertido en sus palabras.

Éder ahora bramaba como un loco, las risas y burlas y los dedos aguijones no cesaban, al contrario, aumentaban su volumen y carcajadas. Nada mata mejor que la risa cruel, y en Éder primero rajaba sus vestiduras, las risas embestían contra el escenario y destrozaban sus tablones, uno por uno, los dedos y las carcajadas y las miradas burlescas eran reales golpes que Éder sentía en su cuerpo, no obstante su tozuda voz no callaba, sentía cómo su piel era arrancada, que su sangre salía expulsada en todas direcciones y que sus músculos y huesos crujían.

Así sucedía el sueño de Éder Santos hasta que no quedó nada más, ni escenario ni persona alguna. Las risas luego de la aniquilación cesaron, mas el discurso continuó, ahora era solo una voz perenne y oscura expandiéndose en el vacío.

Éder despertó exaltado, aún preso del sueño, estremecido hasta la punta de los píes recordando cada detalle de su interpretación onírica, y al igual que en ella se incorpora, esta vez no animado por 16 musas, sino que al lado de un cenicero sobrecargado y frente a un notebook barato y se dijo, sí, así es, yo soy el culpable de todos mis miedo y de todos los males del mundo y tengo que hacer algo. Creyó que si él era el culpable de todo, también poseía el poder de solucionar todo, de ser una salvación ante la inapelable muralla y, entre truenos y relámpagos, se puso a escribir y machacar las teclas hasta las tempranas horas de la mañana del día siguiente.

El gran ocasoWhere stories live. Discover now