Qué es el amor

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Me llamo Tagore y sé que muchas mujeres y hombres prefieren las relaciones casquivanas, culear como animales en celo y no tengo problemas con ello, también he caído en ese intento de querer evitando trampas y enredaderas. Algunas se prostituyen y otros las buscan en cafés o por internet, el sexo tiene precio, yo me pregunto si también lo tendrá el amor.

Ella se llama Natalia y la vengo conociendo hace un tiempo, le dediqué una carta apresurada y un retrato de ella, tan solo me bastó de un lápiz a pasta para expresar lo que mandaba el corazón.

Es una condena no haber dicho lo que teníamos que decir en el escenario que lo exigía, sentir que esas palabras que no fueron pronunciadas en el segundo indicado nos ahoguen lentamente en un futuro hostil, hasta el extremo de lograr que reneguemos y dejemos de creer en el amor y en las palabras.

Me llamo Tagore y Natalia enganchó ante mi flirteo. Mi carta hablaba de amor libre, materia algo repetida por estos días, pero no por esto innecesario; de intentos alquimistas por rescatar causas pérdidas, de inventar un romance que no ha de llamarse noviazgo ni pololeo, no patrañas, ni engrupir con palabras infantiles y ciegas que luego del fragor sabemos que nos resultaran falsas. Ella me llamó utópico, aún así me besó en los labios después de reflejarse en el pequeño retrato, dejó que le fuese a dejar casi a las puertas de su hogar, había tiempo, hormonas, pequeñas estrellas en el cielo y un portón oxidado.

Ahora nos encontramos en otra universidad, ubicada cerca de la que asistimos nosotros, como es la tónica, nuevamente sentados en el pasto compartiendo algunos litros de cerveza, algo de marihuana, algo de risas, algo de cariño. Se trata de la Universidad Pedagógica de Santiago y es la postal perfecta para una historia de amor, más encima se encuentra desolada producto del desgaste de un necesario paro de clases, poco a poco los estudiantes prefieren quedarse en casa. Es el letargo de una movilización sobre extendida por meses, nosotros dos, casi las únicas almas presentes de este atardecer idílico.

El Pedagógico es nuestro, lo recorremos con tranquilidad hasta escabullirnos en el patio trasero de la Facultad de Artes. Escondidos, nos besamos con frenesí, Natalia me pregunta si acaso la gente de un edifico cercano nos alcanzará a ver, el edificio está lejos y sólo vemos las pequeñas ventanas de los pisos superiores, así que le digo que no lo creo posible.

Ebrios de la cerveza más barata, nos sentamos en una silla, ella encima de mí, sus manos recorren mi espalda, las mías su cuerpo. Estamos todos calientes y excitados. Acostumbro escuchar a personas que evitan contar sus proyectos, la mayoría de las veces económicos, con la función de no producir que la envidia de otros impida que el proyecto alcance el éxito, para que todo salga a la perfección. Ella tiene un vestido veraniego, es por esto que no me cuesta trabajo quitar su braga, yo en un movimiento que demora infinitésimas de los segundos que nos amparan bajo mis shores y calzoncillos juntos, ella rodea mi cuello, yo la sostengo de la cintura y miro sus ojos. No entiendo ese respeto, esa relación íntima y secreta que tienen las personas con el futuro y el dinero, pero bien y en cambio, para que este momento con Natalia continúe perfecto yo me saltaré esta parte de la historia, ustedes saben, a lo caballero.

Qué manera de encontrar la paz en una ciudad tan bulliciosa, ella saca un cigarro para interrumpir la calma, me ofrece uno y yo lo pongo en mi boca y lo enciendo con la misma mano. Apunto hacia los departamentos de enfrentes con cara de sorpresa, y digo, ¡sí nos ven!, ella se incorpora rápido, asustada y solo vuelve a la serenidad cuando yo suelto carcajadas por su reacción ante mi broma. Aun así no se enoja, cómo podría enojarse después de hacerlo, los que andan enojados por la vida son otros.

Dejamos atrás las rejas del Pedagógico en slow motion, la sombra de un gato acróbata que deambula por una reja nos despide. Le cuento que en esta universidad estudio Neruda y Parra, ella me responde que ya sabía. Poco a poco bajamos del paraíso del placer como es necesario, necesario para enrabiarse otra vez con el dolor de acá abajo, necesario para seguir el paso del cielo en la vida como una necesidad urgente.

El gran ocasoWhere stories live. Discover now