Tagore presenta al grupo El Gran Ocaso

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Me llamo Tagore González y soy un lumpen chileno, precisamente proveniente de Puente Alto, una comuna al sur oriente de la capital. Demás que puedo ser considerado como flaite por ello, pero, creo que esa es la característica común de toda esta ciudad, tal vez del país, en donde el paradigma es robar (legal o ilegalmente) o hacerla bonita.

Un pura sangre puetealtina ya que me críe en sus calles, espacio en el que encontré una curiosa clase de libertad y aprendí un par de normas, como que hay que esquivar a tiburones caminando en las noches, cómo destapar cervezas y a enrolar para que el caño no termine pareciendo un alca . Los días siempre fueron llamados a recorrer, pero, llega el momento en que las plazas y las esquinas ya no tienen nada más que ofrecer. Las amistades escogen sus caminos, la hacen bonita, y no queda otra opción más que escoger el propio.

Los robos hormiga en supermercados, la compra de drogas y las temporadas completas en plazas, hacen que algunos se arrepienten y no vuelvan más, mientras que otros siguen justificando su estadía en este mundo; deportistas obsesivos, pintores pobres y músicos bohemios, siempre actores presentes. Todo estos círculos terminan educándote, y te das cuenta que las amarguras y la felicidad se ofrecen en serie, y los destinos se van forjando en lo que no se quiere ser, o en donde se quiere estar.

Hay una osmosis del paradigma del robo entre el otro y el yo, sentimientos encontrados, risas y penas en los grupos de personas. Cuando habitas una comuna hacinada, este factor puede afectarte en serio, y aunque no quieres ser parte de la locura, esta anda suelta en el aire y te contagia y al final ya ni distingues entre locos y cuerdos, entre honestos y ladrones, solamente distintos roles en el interior del paradigma de hacerla bonita.

Hace unos meses antes de llegar a este punto probé un trip, me faltaba hacerlo, puse ese pequeño cartón debajo de mi lengua y fue como abrir todas las puertas presentes de una sola vez, encender todas las ampolletas, soles y estrellas sin poseer lentes de sol a mano. La amiga que me vendió dicho trip me contó que se trataba de LSD sintetizado y pateado con gotas de anfetamina, algo por el estilo, pero no me advirtió bien de sus posibles efectos. No me detendré en los detalles, sólo contar que éramos alrededor de cuatro tripeados y que nunca había reído de tal manera, pero aparte del goce tuve una visión algo espeluznante que sigo recordando claramente hasta del día de hoy: vi dos cosas que definitivamente son invisibles a los ojos de las personas, vi un fuego perenne que consume todo, y que las personas llevan consigo una especie de navaja escondida y que están dispuestas a utilizarla, fue como una versión B de la típica frase sacada del Principito.

Como sea, soy un lumpen chileno y siempre he querido ponerle bueno, yo también hacerla bonita, como Charles Aranguiz o Alexis Sánchez o algún otro lanza que haya zarpado al viejo continente para, por así decirlo, recuperar un poco el saqueo colonial. La historia del pibe dirían los vecinos, triunfar proviniendo desde abajo. Pero a diferencia de muchos, en mi camino se cruzaron los libros, entendí que esa sería mi apuesta, en las palabras estaría mi destino, hojas en blanco y yo con un bolígrafo dispuesto a mancharlas con tinta.

Aprendí que antes de sentarse a escribir, eso sí, hay que haber estado parado, haber corrido, llorado y vivido una tonelada de experiencias. Sobre crímenes y castigos, la belleza de vivir el lirismo en el cotidiano, que Chinazki también salvó de la locura gracias a las bibliotecas públicas y que Aniceto Hevia era un hijo de ladrón.

Me avergüenza un poco reconocerlo, pero al no tener el dinero suficiente, y siguiendo el ejemplo que más de un escritor heredó a la posteridad, robé títulos clásicos y otras joyitas de distintas bibliotecas, a la mayaría de estos libros el karma hizo que no me fueran devueltos al prestarlos, robé también en librerías, pero en esas tiendas era más difícil pasar desapercibido. Desayunaba poetas trastornados, me vestía de antologías, almorzada aliñando con el retruécano, la once estaba en manos de filósofos y cuentistas lejanos y la cena tenía un grado surrealista latinoamericano en las noches. Bastante metido en esa volá.

El gran ocasoKde žijí příběhy. Začni objevovat