Capitulo 1: Forseti.

16 1 0
                                    

Se escuchaba cada paso por el silencioso pasillo de aquel viejo aquelarre.

Era conocido su caminar que hasta los músicos refugiados creaban música con cada taconazo de sus botas, "una marcha digna para un comandante honorable" que ni el caer de las gotas de agua en algún charco se le asemejaban a su caminar.

Y allí iba ella, con la cólera a flor de piel ante aquellas personas que, por alguna causa, le impedían el camino hacia su objetivo.

Al estar frente aquella gran puerta, golpeó y un guardia desde adentro deslizó la rejilla, la miró a los ojos y cuan oveja asustada por los lobos dijo a los demás que abrieran rápido la puerta. Mientras caminaba oía cuchicheos y risas de ellos a lo lejos, en una mirada fugaz observó el gran bloque de hielo en dónde dentro de él residía Krïm, uno de los hombres más fuertes que tenía el Reino de Fuego.

Se detuvo frente de aquellas personas a las que ella consideraba sabios y responsables. Se quedaron en total silencio al verla.

— ¡Comandante Seelene! ¿A qué se debe tu entrada...?

— Saben exactamente a que vengo — dio un taconazo contra el suelo — ¿Quién de ustedes dijo que tengo prohibido el paso de mis soldados a los pueblos de Eräy? Quiero una respuesta ahora mismo —elevó la voz.

— Primero que nada, no es de buena educación que nos levantes la voz —respondió Kjell con una leve sonrisa de lado que hizo enojar más a Seelene — Segundo, no puedes allegarte a Eräy ya que causaras más daño que beneficio.

— Ya no podemos resguardar más personas en este lugar — dijo otra mujer.

— ¿Acaso se escuchan lo que dicen? No me interesa si hay o no espacio en este aquelarre, si hace falta haré llenar hasta esta sala — miró a los demás y volvió a Kjell— Te aprovechas de su ausencia, Jorëdson.

— Los que están presente aprueban la orden. Seelene, durante estas décadas lo único se logró fueron desastres — respondió otra mujer.

— Mide tus palabras que pueden ser las últimas en decir mientras estés allí sentada. —la mujer abrió los ojos sorprendida por tales palabras.

— ¿Estás amenazándome?

— Estoy advirtiéndoles, ¿o a caso olvidan el porqué y por quién están allí? — Hizo pausa — Kjell, tienes diez segundos para retirar tu orden y dejarme el paso a Eräy.

— Gerdsdóttir.

— Diez.

— Kjell, reconsidéralo puede que obtenga algo esta vez.

— ¿Cómo se te ocurre decir sobre sus errores? Es cosa del pasado —murmuraban entre mujeres y hombres.

Seelene no tenía miedo de ellos, tendría que ser al revés, sin embargo a los que van a temer en este instante serán a los pasos que vienen subiendo por las escaleras.

— Cinco... Cuatro... — Kjell la miraba sin inmutarse.

— ¡Kjell! — gritaban las otras siete personas.

— Tienes agallas — dijo Seelene mostrando una sonrisa mientras bajaba otro dedo — Uno.

— Seelene, no nos amenaces.

— Oh, no lo hago —entrecerró los ojos—. Ustedes me están faltando el respeto — se abrieron las puertas nuevamente— Ahora absténganse de las consecuencias.

El consejo de ancianos exactamente no eran todos ancianos, eran hombres y mujeres con edades entre cuarenta y cinco hasta donde le den los huesos o la mente.

La esencia de la guerra©Where stories live. Discover now