CAPÍTULO TRES- El Rey de los Goblins

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Si algo se diferenciaba aquello de una película de fantasía, era desde luego la ambientación. Supongo que si estuviera metida dentro de una historia ficticia, me despertaría en una cama con dosel rodeada de comodidades en un palacio donde los criados me informarían de que estaban ahí para cuidarme. Sin embargo, yo me desperté aún en el suelo, al lado del cubo de fregar con agua sucia y con las fosas nasales llenas del tufo de las baldosas del bar Lolo. Lo único que podía ser digno de merecer salvarse era la cara de Roberto a apenas unos centímetros de la mía, extremadamente preocupado. Esos ojos azules... que de repente me daba la sensación de no conocer del todo.

—Clara, cariño —su mano me acariciaba la mejilla—. ¿Estás bien?

«¿Cómo que si estoy bien? Estoy en el suelo, cabrón» pensó una parte de mí cuyo motor era siempre el puro rencor. Pero la otra parte, la humana, se obligó a sonreír:

—Sí... bueno, bastante mareada. He tenido un sueño muy chungo...

Me ayudó a incorporarme y me pasé las manos por la cara, intentando reanimarme un poco. Me dejé reconfortar por su brazo alrededor de mis hombros y vagué la mirada por el bar hasta encontrarme con... el puto goblin que era Lolo mirándome sonriente, sentado en la silla que antes había ocupado yo.

Casi me da un jamacuco ahí mismo.

Me quedé paralizada a media respiración, con las manos aún en la cara, y empecé a boquear, incapaz de pronunciar una palabra.

—Ay, cielo —oí la voz de Roberto, que se había sentado en el suelo conmigo para poder sujetarme—. Por favor, no te desmayes otra vez...

—¿Te ha comido la lengua un zuzu? —preguntó Lolo, balanceando las piernas, que no le llegaban al suelo.

Aquella broma que ni llegué a entender pareció tener el efecto de sacarme de mi sueño.

—No era un sueño... me cago en la leche —farfullé, intentando recobrar fuerzas. Luego, saqué toda la fuerza de la que disponía para poner un pie en el suelo e impulsarme hacia arriba, ayudada por un aún muy preocupado Roberto—. Esto tiene que ser una coña.

—Lo siento, cielo.

—Deja de llamarme cielo —se me escapó, y luego me di cuenta de que había sido demasiado brusca—. Perdona, es que me estás poniendo aún más nerviosa. De verdad.

Él se quedó ahí, mirándome, con cara de corderito a punto de ser degollado. Parecía suplicarme que le dejara explicarse, y a mí no se me ocurría nada mejor que hacer que permitírselo, aunque hubiera una parte de mí que sabía que después tendría que tomar la decisión más surrealista de mi vida.

—¿Esto es en serio? —fue lo que decidí preguntar, por algún motivo— ¿Este bicho es en serio?

—Oye, no te parecía tan bicho cuando te regalaba cervezas —protestó a mi espalda.

—No me hagas recordar los buenos momentos, Lolo, haz el favor —le pedí, sin girarme para mirarle.

—¿Me crees ahora?

—No sé qué me resulta más sencillo, si creerte o empezar a pensar que yo misma estoy más loca de lo que creía —suspiré, poniendo los brazos en jarras—. Pero creo que me vas a tener que explicar qué implicaciones tiene esto en lo nuestro.

—¿En lo nuestro?

—Sí, cielo, en lo nuestro. En nuestra relación. En mudarnos la semana que viene.

Él pareció pensárselo un momento y luego me hizo gestos para que me volviera a sentar, esta vez en la mesa contigua a la que estábamos. Dediqué un momento a darme cuenta de que el bar estaba completamente vacío, y me pregunté si Lolo lo habría cerrado para la ocasión. O si, por el contrario, todo era un sueño y yo me despertaría con más resaca de la habitual un martes.

Mi novio es el Elegido... ¿y ahora, qué? // COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora