CAPÍTULO SIETE- Haré lo que me salga del zuzu (I)

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La primera vez que vi un zuzu se quedará para siempre en mi memoria. Siempre la recordaré como si estuviera delante de mí, esperándome a la salida de la facultad.

Había sido un día relativamente normal, sobre todo si lo comparabas con la media de las semanas anteriores. Iba sola, porque Filo se había quedado sopa y el resto de mis compañeros, aunque eran majos, tenían sus propios grupitos a los que no se podía acceder. Normalmente me importaba poco, pero con todo el tema de Rober y los goblins... estaba más necesitada de atención que de costumbre. Quizás era porque él era el importante y yo tan secundaria en su historia que me sentía hasta prescindible en la mía.

Qué jodido, no sentirte protagonista ni en tu propia vida.

Iba metida en mis propias paranoias mentales, tanto que casi no la vi. Pero ella estaba esperándome, eso estaba clarísimo. Prácticamente se abalanzó sobre mí cuando me vio salir del edificio y pegué un respingo del susto cuando colocó su mano sobre mi brazo, en el que sostenía la carpeta de clase.

Todos los vídeos de defensa personal que me ponía mientras comía palomitas se me agolparon en la mente, un segundo antes de darme cuenta de que no servían de nada si no lo aprendías en la vida real.

—Disculpe, señorita —dijo la voz muy amable de una anciana.

La miré de arriba abajo, frunciendo el ceño. Seré una persona horrible, pero las señoras desconocidas no me inspiraban nada de confianza. Sería por la acumulación de veces que las había oído quejarse de la mala educación de los jóvenes para acto seguido hacer lo que les viniera en gana. La única señora a la que toleraba era mi señora abuela, y porque era la persona más badass que te podías encontrar y siempre me contaba batallitas de su juventud como hippie y le daba collejas a mi abuelo cada vez que soltaba algo machista.

La anciana que tenía delante no podía ser más estándar. Pelo corto canoso, grandes gafas adornadas por un gran hilo que se le enredaba en las orejas y la expresión amable enmarcada por profundas arrugas.

—¿Qué quiere? —espeté, más borde de lo que me hubiera gustado.

Pero cada vez soportaba menos que me abordara gente, y si las ONG habían cambiado de estrategia y habían reclutado ancianas adorables como captadoras de socios, estaba más que dispuesta a pretender que era de todas las ONGs del mundo, «Hiladoras sin fronteras» incluida.

—Sabemos tu deseo más oculto y lo podemos hacer realidad...

Las palabras de la señora me dejaron con la boca abierta, de manera literal. Tuve que cerrarla de inmediato en cuanto un hilo de baba, destinado probablemente a haber bajado por mi garganta pero descarriado ante aquel gesto tan repentino, cayó por mi barbilla. Me lo limpié de un manotazo antes de mirar a ambos lados por si había alguna cámara oculta. Mi mayor miedo estos días era que me gastaran una broma y creérmela del tirón por todo lo que había pasado.

—Señora, ¿se ha olvidado las pastillas? Hay unos pastilleros muy buenos con los días de la semana en grande...

—Dinos los planes del Elegido y todo lo que deseas será tuyo.

Decir que me quedé en shock sería muy suave. Todo mi cuerpo se tensó al oír sus palabras. Se me subió un poco hasta el tampón. Tragué saliva antes de susurrar:

—¿Qué... qué eres?

La señora compuso una sonrisa angelical que me heló la sangre.

—Seguro que has oído hablar de nosotros —dijo, con tranquilidad— Los honorables Zares del Umbral de Zeith Uala.

—Ni puñetera idea.

Salió de mi boca como un escupitajo y a ella le sentó como si hubiera sido uno real.

Mi novio es el Elegido... ¿y ahora, qué? // COMPLETAWhere stories live. Discover now