CAPÍTULO SIETE- Haré lo que me salga del zuzu (II)

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—¿Y cuál se supone que es el plan?

Filo no parecía nada convencida mientras le daba un sorbo al tarro en el que le había traído el vaso de agua que me pidió. Después del incidente con el bicho mercenario, a los goblins solo se les había olvidado una cosa: reponer los vasos. Hasta que volvieran de su muy peligrosa misión al Ikea, habíamos tenido que apañar con todo lo que tuviéramos a mano, incluidos los tarros de garbanzos. Por suerte, a mi extravagante mejor amiga le había hecho hasta ilusión.

—Esperamos a esta noche, y cuando el zuzu se ponga en contacto conmigo, lo entretengo un poco y los goblins hacen el resto. Se supone que tienen una red de contención o no sé qué...

—Y quieres que me quede contigo.

—¿No decías que querías ver a un goblin de cerca? Esta es tu oportunidad. Me está dejando volada que no estés chillando de la emoción.

—Sí, pero no quiero meterme en movidas. De hecho, no sé qué haces tú metiendo toda la jeta en este lío.

—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi mejor amiga? —bromeé, aunque en el fondo estaba dolida porque estaba sacando a la luz una preocupación que yo misma tenía.

—No, tía. ¿Quién eres tú y quién es esta loca peligrosa? ¿Qué es lo siguiente? ¿Aceptar los términos y condiciones sin leerlos? ¿Comer comida del suelo después de que hayan pasado los tres segundos? ¿Por qué no dejas que Rober se ocupe él solito?

—Porque si no participo en esto, Filo, ya no participo en nada en su vida.

Mi amiga abrió mucho los ojos y se le empañaron un poco. Yo misma no era una persona, demasiado sentimental, ni lo seré nunca probablemente —hacía muchas bromas para intentar no confesar verdades— y para ella debía ser un golpe bastante fuerte oírme decir esas palabras. Carraspeé, intentando que a mí no se me escapara ni una lágrima.

Mi amiga volvió a darle un trago a su tarro, casi vacío ya, antes de asentir.

—Te acompaño, pero ya te digo, si me pasa algo quiero al menos que pongas algo divertido en mi Facebook. Te diría en mi lápida pero el Facebook es la lápida millenial. La tumba de la modernidad.

—Pondré algo así como «Perdonen que no me levante... a actualizar, pero me he quedado sin datos... para siempre» —dije con voz tenebrosa, y ella me guiñó un ojo en señal de aprobación.

El resto del plan era aparentemente sencillo: ya que parecían capaces de localizarme, y no sabíamos muy bien cómo lo hacían, no queríamos arriesgarnos a estar en casa cuando cumplieran su plazo. Más que nada, porque hacía nada que la acababan de remodelar tras el último pifostio y, aunque podríamos aprovechar el viaje pendiente de los goblins al Ikea, no me apetecía volver a comprar esos libros que me gustaba tener en casa para aparentar que era más culta de lo que verdaderamente soy.

Así que nos decidimos a dar un señor paseo, aprovechando para estirar las piernas y disfrutar un poco del fresquito que venía con la caída del sol. Madrid en junio podía ser insoportable y te hacía pensar que si al Trono de Metal le daba el sol directamente cualquiera apoyaba el culo ahí.

El zuzu nos pilló sentadas en un banco, un poco distraídas porque habíamos visto a una compañera de clase que nos caía francamente mal y nos habíamos visto obligadas a mantener una estúpida conversación súper amable que nos dejó a ambas con muy mal sabor de boca y tema de quejas durante las siguientes horas —y no exagero—. Se aproximó y no me extrañó nada que fuera la misma anciana. Con todo el ajetreo, se me había olvidado preguntar si esa era su verdadera forma, o eran otra especie de cambiantes como los que habían poseído a Olaia. Tampoco tenía mucha idea sobre lo que eran capaces de hacer, más allá de adivinar tus más oscuros deseos. Como supieran también las contraseñas de las Wifi de todo el mundo, se convertirían automáticamente en mi ser mágico favorito. Al menos no parecían dejar regueros de sangre negra por el medio de mi salón. Por el momento.

Mi novio es el Elegido... ¿y ahora, qué? // COMPLETAWhere stories live. Discover now