CAPÍTULO SEIS- Problemas en el paraíso... del Trono de Metal

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Si afirmara con rotundidad que le perdoné a Rober el haberme dejado tirada aquel día, mentiría. Es probable que debiera haberme bastado la excusa del secuestro, pero aún una parte de mí seguía sintiéndose traicionada. Sería mucho más acertado reconocer que nuestra relación estaba pasando un bache. Un bache verde, feo y con flecos. De alguna manera, estaba enfadada por todo aquello, como si fuera en algún punto culpa suya. Como si él hubiera podido elegir ese destino, como si un día se hubiera levantado y hubiera dicho «Paso de acabar ADE, yo lo que quiero es romper una maldición y ser el rey de los bichos más raros que me encuentre».

Por lo que me había explicado — y aunque había tratado de no escuchar, algo se me había quedado—, contaba con una serie de habilidades especiales que se pasaban en su familia en forma de herencia genética. Lo que destacaba en este caso es que esa herencia se mantenía en la sangre, y no presentaba ningún «síntoma» (aunque Rober preferia llamarlo «poder», solo que a mí me resultaba más sencillo asociarlo con una enfermedad) hasta que los goblins no se sentían amenazados. Ellos mientras tanto tenían su Rey Goblin y se mantenían al margen de todo. Cuando alguna raza (en este caso, los famosos zuzus, aunque en complot con otras criaturas como las arpías) intentaba reclamar el poder del Trono de Metal, los goblins salían en la busca del último descendiente de ese linaje real, y solicitaban su ayuda a cambio de rendirle pleitesía por el resto de su vida. Y ese último descendiente había cuadrado ser, cómo no, mi novio. Mi novio de veintitrés años al que conocí en una noche de borrachera, que en realidad era amigo del chico en el que me había fijado inicialmente y que me conquistó con su torpeza y amabilidad. Mi novio, que a veces no era capaz ni de hacer la lista de la compra sin mi ayuda o la de su madre. Mi novio, que antes creía que la diferencia principal entre «tampón» y «compresa» era el momento del mes (y no me preguntéis cómo ni cuándo lo descubrió). Mi novio, que era más inocente que un perrito, estaba metido en un berenjenal de narices y lo peor... lo peor es que no había manera de que no me arrastrara a mí también.

Después de su breve secuestro, del que volvió con una especie de calva detrás de la oreja izquierda que no me quiso explicar, se sucedieron un par de eventos que, a pesar de no trascender en nada demasiado grave, sí que consiguieron preocuparme enormemente.

Para empezar, pensábamos que habían dejado ir a Olaia, su compañera de piso a la que odio porque soy una persona muy celosa y no llevo los celos nada bien. ¿Os acordáis que lo primero que me dijo fue que la habían secuestrado a ella también? Pues apareció un día por su casa como si nada, en el mismo pijama de mariposas que siempre le veíamos, y la teoría que se barajó fue que le hubieran borrado la memoria al no conseguir que Rober pagara un rescate por ella. A decir verdad, el único rescate que querían era la vida de mi novio, así que era un precio que nadie estaba dispuesto a pagar. Un dedito y un diente igual les hubiera colado, fíjate. Pero la ambición rompió el saco.

Como he dicho, la teoría principal era que le habían borrado la memoria y todo volvía a ser como antes... hasta que intentó seducirlo para comérselo. Para comérselo. Lo digo en serio. No pasó nada porque, como ya me habían explicado, Rober estaba protegido por una guardia de goblins de manera permanente — y mucho más desde su secuestro, claro — pero resulta que lo que había venido no era Olaia, era un cambiaformas contratado por las arpías para acabar con Roberto.

Yo intenté durante un buen rato mantener mi postura de que Olaia siempre había sido rarita, pero me demostraron de maneras que no reflejaré aquí que eso no era posible. Para mi desgracia, que me hubiera gustado poder probar mi «sexto sentido infalible para la gente mala» que todos mis amigos decían desde siempre que era del todo inexistente y aleatorio.

El otro pequeño acontecimiento que turbó un poquito mi semana fue que a Rober lo convirtieron, momentáneamente y justo enfrente de mis narices, en una ardilla. En una ardilla que además, hablaba como él.

Mi novio es el Elegido... ¿y ahora, qué? // COMPLETAWhere stories live. Discover now