CAPÍTULO CUATRO- Ay, Filomena, Filomena...

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Esa noche me acosté tarde y sabiendo que me vigilaban. Roberto sólo me había dicho que tendría unos «guardaespaldas muy verdes», guiñándome un ojo, y yo no había querido saber más. En mi opinión, ya había mucha información que hubiera sido mejor que nunca recibiera.

Había llegado al piso sobre medianoche, en pleno apogeo de sexo entre Sergei y Juan, que se aseguraban de que todos nos enteráramos con total seguridad cada vez que pasaba. En mi opinión, el hecho de que los demás pensáramos que les iba bien les hacía pensar a ellos mismos que era cierto Porque cualquier persona que hubiera tenido que echar un polvo en casa de sus padres alguna vez— y eso eran, en mi opinión, todas las personas— había aprendido a cerrar la puta boca para que no se escaparan los rebuznos. Al menos, no a ese volumen. Puede que les tuviera un poco de rencor por no dejarme dormir muchas noches.

A veces soy un poco agresiva, pero solo en mi mente, que mando yo. Hacia fuera soy la persona más dulce del mundo... cuando no me tocan los ovarios, claro.

Cansada de dar vueltas en la cama, le mandé un WhatsApp urgente a Filo, para reunirnos a la mañana siguiente. Fue sencillo convencerla, porque a Filo —Filomena, para sus padres o cuando quiere hacerse la importante— podías tentarla con cualquier plan que implicara:

Hacer pellas (pasarse las clases de la uni por la Puerta de Alcalá). Beber cerveza (menos la San Miguel, esa la odiamos por decreto real de mejores amigas. El mismo que nos impedía levantarnos los domingos antes de las diez de la mañana y ponerle ojitos a la tía buena que se sentaba en la última fila y que nos encantaba a las dos). Cualquier frikada en general.

Para asegurarme de la infalibilidad de mi plan, le propuse ir a tomar una caña en el bar de videojuegos de Moncloa, en plena hora de Estadística Aplicada a las Ciencias Sociales. La necesitaba conmigo y no podía arriesgarme a que me dijera que no. Casi pude vislumbrar sus babas regando el suelo al leerme. Ella siempre intentando convencerme de saltarnos clases y yo siempre... bueno, a veces, siendo la voz de la razón.

Estoy bastante convencida de que tras ese mensaje no pudo dormir de la emoción.

Al día siguiente y cuando llegué a pasos apresurados, estaba plantada como un ficus en la puerta del bar aquel, que había sido desde que lo descubrimos su favorito. Con mi poder de convicción, la había atraído tanto que, según me dijo, llevaba esperando allí casi desde hacía una hora. Si algo era Filo, y sigue siendo, es una exagerada.

—No tengo ni idea de por qué me has propuesto este plan pero sea lo que sea, me encanta, estoy a favor y deberíamos repetirlo —me dijo mientras me ponía la mano en la espalda para incitarme a entrar al bar.

Un bar en el que, por supuesto y siendo las diez de la mañana, estábamos prácticamente solas. Otro punto a mi favor a la hora de elegirlo para contarle lo que estaba a punto de contarle. El bar Pacman de Moncloa pasaba desapercibido si caminabas por delante de él sin la intención de descubrir un sitio nuevo. Si bien el característico color amarillo de su fachada parecía resaltar, se trata más o menos de lo mismo que pasa con el número 12 de Grimmauld Place en Harry Potter —que si no sabes que está ahí, ni siquiera lo ves.

«Casi casi, como los goblins o esos pelos que se te quedan sin depilar» me estremecí.

En cuanto nos sentamos, cada una con su cerveza —que Filo pareció materializar de la nada, es una habilidad innata que tiene— me paré a fijarme en las pintas de mi amiga de aquel día. La camiseta friki de rigor, con una falda larga hasta el suelo y el pelo rizado negro recogido en una coleta alta. Un cariño inmenso hacia ella me recorrió por dentro y de pronto, tuve dudas. Porque, ¿no se supone que en las películas, los amigos se dejan fuera de estos temas? ¿Que se supone que los pones en peligro, o algo así?

Mi novio es el Elegido... ¿y ahora, qué? // COMPLETAWhere stories live. Discover now