CAPÍTULO CINCO- Su novio está secuestrado o fuera de cobertura en este momento.

50 9 7
                                    

Una cosa tengo clara desde siempre: hay cosas en esta vida que no son aceptables.

¿Dejarme tirada media hora antes de nuestra cita? Bueno.

¿Decirme «da igual, elige tú» y luego no estar de acuerdo con lo que he escogido? Puedo pasarlo por alto.

¿Olvidarte de mi cumpleaños y acordarte a las once de la noche siendo bastante cercano? Te perdonaré, no te preocupes.

Pero lo que tengo clarísimo que no acepto ni tolero es que, si dices que me vas a acompañar a comer pizza, no aparezcas. La pizza es esencial para mí, en mi vida. No es solo mi comida preferida, sino una forma de vivir... en mi opinión, todos deberíamos comer pizza más a menudo y los esfuerzos científicos deberían centrarse en intentar que sea un superalimento que los supla a todos y no engorde. Sobre todo, que no engorde. Aunque, como digo siempre, son kilos blanditos de felicidad que merecen la pena.

Los jueves, íbamos a por pizza. Era tanto una costumbre que llevábamos ya un par de meses sin siquiera hablar para quedar, porque los dos — Roberto y yo — sabíamos que a las nueve quedábamos en el sitio, y se hacía repetitivo confirmarlo cada vez. Solo se mencionaba si alguno de los dos, por el motivo que fuera, no podía. Y se cambiaba para otro día, por supuesto.

Así que podéis imaginaros el humor que llevaba cuando me planté en el bar de Lolo y abrí la puerta con una fuerza que ni yo misma sabía que poseía:

—¿Dónde está? —exigí saber, notando cómo la rabia subía por todo mi cuerpo, saliendo por la boca.

Lolo, en su forma humana —y menos mal— tragó saliva desde el otro lado de la barra. Un par de clientes, que hasta ese momento habían estado enfrascados en sus teléfonos móviles, levantaron la vista para mirarme. Yo carraspeé y me alejé de la puerta, consciente de que estaba montando una escena. Siempre me ha ido el drama, qué se le va a hacer. Si causaba un atragantamiento por croquetas... tampoco sería la primera vez, ni la última.

Apoyé ambas manos sobre la barra, alzando los codos, y le dirigí mi mirada más amenazadora.

—Lolo... —En mi tono se podía distinguir el cabreo que llevaba encima— ¿Dónde está Rober?

Él me hizo un gesto con la cabeza para que lo acompañara a un lado, mirando de reojo a los clientes, que volvían a agarrar las croquetas con expresión de curiosidad en sus caras. Solo en ese momento me di cuenta de que uno de ellos era un compañero de universidad, así que forcé mi mayor sonrisa antes de alzar la mano para saludarle con despreocupación. Luego, me acerqué a Lolo, que salía de la barra por mi derecha.

—Señorita, usted... ¿Usted no está al corriente de la situación?

Estaba casi tan asustado de mí como me hubiera gustado que lo estuviera, pero aún así su reacción me dejó helada.

—¿Al corriente de qué? —espeté— ¿De que mi novio me ha dejado tirada y no da señales de vida?

—Al señor Roberto lo han...

Se quedó atrapado en mitad de la frase, como si terminarla fuera dictaminar una condena contra su recién adquirido señor.

—Lo han... ¿Qué? —increpé, dando golpecitos con el pie en el suelo por la impaciencia— ¿Lo han despojado de su teléfono para sustituirlo por un Goblinófono mágico? ¿Se ha cambiado finalmente a Vodafone?

Él carraspeó, como intentando volver en sí. Yo, que ya había empezado con mi perorata, empezaba a dudar ser capaz de parar de hablar:

—¿Lo han abducido los extraterrestres? ¿Se lo han comido los gamusinos? ¿Ha huido para procrear con una goblin y crear la primera raza mestiza? ¿Qué?

Mi novio es el Elegido... ¿y ahora, qué? // COMPLETAWhere stories live. Discover now