|20| El samaritano

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Una sonrisa que destellaba comprensión y complicidad se dibujó en el rostro de mi ex-psicólogo al mismo tiempo en que bajaba la mirada, y empujaba más la puerta, abriéndola.

―Pasa. ―dijo Murphis cuando se hizo a un lado, permitiendo que me adentrara en la casa.

Fue extraño notar que todo seguía igual. El angosto pasillo, el perchero de metal a la izquierda, el contenedor de paraguas y sombrillas a la derecha. Incluso el olor peculiar a café y aromatizador a vainilla. Ferriz cerró la puerta, detrás de mí, y sin decir palabra alguna cruzó por mi lado y emprendió su recorrido hacia el lugar que me imaginaba. Bajé la cabeza a mis borcegos, mis manos se tensaron al cerrarse en puños. Sin embargo, no pude moverme por más que así lo deseé. Tenía el presentimiento paralizante de que no saldría tranquilo de esta visita, de que mi cotidianidad monótona se vería interrumpida y que me costaría mucho tiempo recuperarla. Adentrarme a esta casa era igual a revolver aquel pasado turbulento que había, a mi manera, logrado amansar estos últimos años.

― ¿Claude? ―Su voz me llamó.

Alcé la mirada, el viejo me miraba desde abajo, con la cabeza algo gacha y las cejas curvadas. Él tenía una mano puesta sobre la perilla de la puerta que daba a la sala de consultas. Me era difícil imaginar cual sería mi expresión en este instante. ¿Terror? ¿Sorpresa? Mis emociones eran tormentosas. Y el repentino y tentador pensamiento de retirarme, cruzó por mi mente como una estrella fugaz, o más bien un deseo desesperado. Retrocedí.

No me había dado cuenta de cuanto temía volver a profundizar en el pasado hasta que la situación me había atrapado.

―Claude―su tono fue suave, soltó la manija y comenzó a caminar hacia mí, mientras me hablaba―, puedo ver en tu rostro que estás dudando. Pero créeme, esto será por el bien de tu familia, y probablemente por el tuyo también.

La pregunta que no le había hecho hasta ahora y que tanto venía pensando, se me escapó.

― ¿Para qué me llamaste Murphis? ¿Por qué?

Lo noté espirar antes de extender su mano a mí y apoyarla sobre mi hombro.

―Vayamos al estudio, será mejor que estemos en un lugar adecuado para hablar sobre esto.

Apreté los puños, sintiendo frustración por la falta de una respuesta inmediata. Con un suspiro, relajé mis brazos, aceptando que la voluntad de mi amigo venía acompañada de lógica como siempre. Asentí dos veces y con algo de pesar comencé a caminar a su lado. Fue así que segundos más tarde, ambos, nos encontrábamos en la puerta de su despacho. Aun dudando, di el primer paso dentro, que en simultáneo guio a los siguientes. El lugar, esta vez difiriendo con mis memorias, estaba un tanto fuera de sí que me tomó por sorpresa. No obstante, en el desorden inusual de Murphis, había orden. Sobre su escritorio había cajas y papeles perfectamente apilados, junto a ficheros. La lámpara sobre este, al igual que la luz de la habitación eran opacas, lo que hacía que esta pareciera estar en penumbra.

―Veo que estuviste revolviendo el depósito...―indagué mediante una pequeña broma.

Los papeles que había sobre la pequeña mesa entre los sillones, también se encontraban uno arriba de otro sin perder la esteticidad y la simetría estructural.

― Me ha costado mantener la compostura desde que eso llegó― explicó mientras se sentaba y tomaba la computadora que había en la misma mesa.

No dije nada, no me pareció que hubiera algo por decir. Aunque si me inquietaba un poco a lo que se refería con "eso". Tomé la iniciativa e imitándolo me senté en unos de los sillones, para encarar el tema en cuestión.

Conejo blanco. [ACTIVA]Where stories live. Discover now