|22| Creyente

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La ventana se abrió repentinamente, golpeando las paredes a la vez que dejaba pasar la congelada brisa de la madrugada naciente en las afueras de la vieja, pero concurrida ciudad de Owlwood. Estas ventanas pertenecían a una antigua y humilde cabaña en las periferias de la provincia con el mismo nombre que la ciudad.

El hombre que habitaba aquella cabaña, se puso de pie para cerrar las ventanas. Se demoró unos segundos en hacerlo, él sabía que la parte más complicada del proceso era atar con el listón verde oliva las manijas de las aberturas para evitar que se volvieran a abrir. Su semblante permanecía tenso la mayor parte del tiempo desde hace ya unos días, algo atípico en él. Pero su atípica expresión se debía a la incomodidad que le generaban sus entrañas revolviéndose constantemente ante la idea del peligro próximo que imaginaba.

Al terminar de cerrar por completo las ventanas, volvió a cubrirlas con unas telas de gran espesor, las cortinas eran de un color opaco y gamuzadas. Regalo que había recibido hace mucho tiempo de quien alguna vez fue su jefe. Alzó su mano, acercándola a su rostro, restregándola por el mismo y dirigiéndola hacia su cabello. Lo peinó hacia atrás con la intención de que esta terminará a la altura de su nuca, donde apretó, esperando que eso aliviara mágicamente el estrés y contractura acumulados. Acto seguido, tomó del borde superior de la silla en la que anteriormente se hallaba sentado y la corrió, acomodándola de forma que le quedará en sintonía con el único escritorio que había en su habitación. Aunque no sería apropiado llamar escritorio a esa tabla de madera chueca, sostenida por herrumbradas patas de metal, que apenas se mantenía en pie.

Su cuerpo se desplomó sobre la silla, recostando su espalda sobre el respaldo de esta. Su mirada se dirigió al reloj en la esquina del escritorio, del lado de la cama. Marcaba las siete y media, le quedaba poco tiempo. Corrió la vista a la hoja de papel a medio escribir sobre la mesa, frente a él. No era la primera carta que escribía, ni tampoco sería la última, al menos no por lo que él preveía le esperaba a futuro. Si bien desconocía cuánto tiempo podría vivir, teniendo en cuenta que su mera existencia amenazaba a ese enemigo suyo; esto se debía a que sabía y había presenciado las calamidades que ese ser había cometido y era capaz de cometer.

Decidido a terminar por hoy lo que había dejado en proceso, tomó la pluma y continuó escribiendo la carta. Su pecho era una maraña de emociones saltatorias cada vez que tenía que hacerlo. Muchas verdades eran narradas de manera específica y con un toque de extravagante gracia. Quería que el contenido llegará a la persona que fuera a leerla a futuro, que tocara lo más profundo de su alma y corazón, que con eso comprendiera el porqué de muchas de sus acciones. Era una invitación a acercarse a un pasado doloroso y a un futuro de reconciliaciones y de felicidad ansiada y pura.

En realidad, a pesar de haberlo imaginado y planeado un millón de veces mientras escribía esas cartas, nunca había esperado que todo su esfuerzo y sueños pudieran completarse. La persona a la que se enfrentaba, o más bien su organización secreta, era capaz de deshacerse de un hombre como él con un simple chasquido de dedos. Sin mencionar que nadie dentro de esa secta tenía la mínima simpatía por los seres humanos o cualquier criatura viviente.

Finalizó la carta con una posdata, luego dobló el papel del tamaño del sobre, para guardarlo dentro. No obstante, su acción fue interrumpida por los golpes suaves en el vidrio de las ventanas. De inmediato se fijó en el reloj, estaba atrasado, debería haber salido de la cabaña hace cinco minutos.

―Joseph, la misa debe comenzar en diez minutos, el padre Fernard te está esperando en sacristía. ―habló el niño que acompañaba las celebraciones como monaguillo, Tim.

No era la primera vez que Tim venía directamente a buscarlo. Era un niño de apenas unos diez o doce años, con curiosidad inocente y muy educado. Joseph le tenía mucho apreció.

Conejo blanco. [ACTIVA]Where stories live. Discover now