Capítulo primero IV

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                                                                                       IV

La presa, al fin, estaba acorralada. El cabrón había sido ágil, huidizo —Guindt tuvo toda la mañana para comprobarlo— y había hecho gala de su destreza natural para moverse por la montaña. El animal huyó por el claro neblinoso, aquel de árboles gruesos y viejos cuyas ramas parecían tener ojos y le quitaban el aliento a uno; zigzagueó como un gamo por entre alisos y olmos; trepó casi verticalmente por una ladera escabrosa y trotó sobre un pequeño arroyo para luego detenerse río arriba en un gran salto de agua. El torrente de aguas espumosas moría sobre una pequeña poza y su estruendoso sonido anegaba el lugar con un perpetuo rumor sedante.

Recordó que ya había estado en aquel paraíso acuático, aunque siempre trataba de evitarlo. Pecho de Agua era conocido no sólo por la extravagante forma con que la naturaleza había dotado al risco que cercaba la poza —pese a que para apreciarlo había que subirse a la copa de un árbol, no eran pocos los que lo habían contemplado, ni pocos los que se habían partido huesos en el intento— sino por la multitud de osos que habitaba la zona. Guindt meneó la cabeza con tal de espabilarse e inspiró con fuerza. La cabra lo había evitado con astucia, de forma que la geografía del lugar no lo traicionara; hasta ahora. La extensa persecución había dejado exhausto al cazador de Vallegrís y, asimismo, a la pobre bestia que parecía manifestar agotamiento. El macho cabrío se acercó al caudaloso arroyo y hundió el morro para refrescarse. Acto seguido, meneó la testa con las orejas muy tiesas y los ojos fijos en un arbusto no muy lejos de donde se encontraba. Guindt de Vallegrís contuvo la respiración y trató de no mover ni un solo músculo. De nuevo, y con total tranquilidad, el cabrito lo miró con expresión ausente, rumió con parsimonia y rascó el extremo de sus cuernos rugosos contra el suelo blando.Guindt maldijo interiormente la actitud provocadora del animal y fantaseó con la idea de hacerse unas palas más resistentes con su enorme cornamenta. Arco en mano y con la flecha dispuesta sobre la cuerda, el joven cazador hinchó un tanto el pecho, apretó con firmeza la empuñadura, tiró de la cuerda hasta que no pudo más y aguantó en tensión. No podía fallar; le acertaría en el lomo, a la altura de los pulmones y, si eso no acababa con él, seguiría su rastro con total facilidad hasta que la bestia muriera desangrada. El joven asintió para sí y soltó; las palas del arco crujieron, la cuerda chascó y la flecha silbó en su trayectoria.

El animal, todo percepción, antes incluso de que el proyectil saliera despedido, ya había saltado a un lado veloz como una exhalación; la flecha rebotó contra la roca con un ruido sordo y se astilló. Al punto, el cabrío brincó por entre enormes rocas con destreza y alcanzó con meritoria facilidad el nivel superior. Giró sobre sí mismo y concedió al cazador una mirada lejana que parecía despreciarlo. Sin moverse del sitio, baló con entusiasmo, como pavoneándose, a lo que el joven respondió con una irritación manifiesta.

—¡Acabaré contigo! ¿Me oyes? —Vallegrís pateó el suelo con enfado—. ¡Acabaré contigo!

Sin pensárselo dos veces, se echó el arma a la espalda y reanudó la carrera. No podía dejarlo escapar ahora, imposible. Si no traía una pieza de carne después de haberse jactado de ello ante los parroquianos de la tasca, se reirían de él hasta después de Tercera Helada. Cuando alcanzó la pared de rocas, comprobó que el animal lo aguardaba en su cumbre con expresión ida y masticando hierbajos con lentitud deliberada.

—¡Estúpida cabra! ¿Me estás retando? —El joven se abalanzó sobre los pedruscos en un arrebato de ira pueril. Se asió del canto de una gran piedra y señaló con la mano libre a la bestia—. Cuando suba ahí arriba se te acabarán las ganas de… ¡Eh! ¡Oye! ¡No oses dejarme…! ¡No oses dejarme con la palabra en la boca! ¿Adónde vas? ¡No huyas!

BrechaWhere stories live. Discover now