Capítulo Segundo II (Parte final)

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III

Un frío viento matutino azotó las paredes de la tienda y despertó a Guindt en el acto. No tardó en salir de debajo de las mantas e incorporarse con entusiasmo. Buscó con la mirada al extraño cazador.

<<Habrá madrugado>>, supuso, frotándose los ojos con los puños aún adormilado.

La llegada de Bronn había sido una bocanada de aire fresco y contrastaba con el ambiente cetrino y tedioso que rodeaba a la tropa. Asimismo, la charla con su amigo Aleb lo había animado en gran medida; sabía que el carnicero velaba por él. Pese a su ausencia, podía sentir su supervisión furtiva. Con el rabillo del ojo notó un movimiento al otro lado de la tienda.

Ojazos estaba despierto. Se hallaba pensativo, y parecía otear algo en la lejanía. Cuando Vallegrís le preguntó qué hacía no pareció oírle. Entre bostezos, se sentaron junto a la hoguera extinta y mascaron con renuencia un mendrugo de pan y queso rancio. Guindt advirtió que su compañero seguía con los ojos puestos en la misma dirección. Entonces lo vio, en el extremo de un alto cerro, sobre una de las faldas de las Adelvias que coronaba el lugar de acampada, un tipo se hallaba sentado sobre sus propios talones, con la espalda recta y la cabeza erguida. Parecía estar meditando.

–¿Es Bronn? –preguntó con cierta sorpresa.
—Sí. Lleva ahí desde no se sabe cuándo. Y es más, fíjate —señaló Ojazos con un gesto de la cabeza—. La pared.

—¿Qué le pasa? —Le llevó un tanto percatarse de la verticalidad de dicha pared—. Hostias, ¿cómo coño ha subido? ¿Lo habrá rodeado?

—No. Ya he comprobado si había acceso por el otro lado, pero qué va. Solo ha podido escalarlo.

—Imposible —musitó Guindt con la boca entreabierta—. Son casi cien metros. Y es una pared jodidamente lisa.

—Lo sé.

—¿Crees que está rezando? —sugirió el joven, tomando un bocado de pan con queso.

—Eso pensé yo al principio. Pero... ¿sabes? Creo que ese tipo es un anacoreta. Leí sobre ellos en textos antiguos. Es extraño toparse con uno en los tiempos que corren.

—¿Cómo dices? ¿Un anaco qué?

—Un asceta penitente.

—Me quedo igual.

—Tu sinceridad no es muy frecuente —tosió su interlocutor, a medio camino de una risa—. No importa. Escucha, ¿no te parece que más que rezar, está vigilando algo? Como si contemplara cierto lugar en la lejanía.

Guindt examinó al singular cazador y, al punto, ponderó como plausible la sugerencia del flacucho.

—Puede ser —aceptó Guindt con un asentimiento de la cabeza—. ¿Pero qué podría estar vigilando? ¿Qué hay en esa dirección?

—Ríos, montañas, llanuras, ruinas, más montañas. Tierra de clanes libres, reales y dobles; vamos, un hervidero político tras la guerra civil que resulta en múltiples y recíprocos saqueos, ataques fortuitos y asaltos de diversa índole. La cadena de odio labrando otro eslabón. Ah, y el territorio de los Galena —informó Ojazos con velocidad pasmosa. Se detuvo un instante con el ceño fruncido y una expresión pensativa—. Quizá no haga falta irse tan lejos. Puede que esté observando las Adelvias, o los túmulos que la colman.

—¿Qué estuviste anoche con el oído puesto? De otro modo no...

—Así es -lo interrumpió con un tono de voz exaltado—. Es un tipo intrigante y, tras la escalada de hoy, te aseguro que no voy a quitarle un ojo de encima. O un oído.

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⏰ Last updated: Jan 06, 2018 ⏰

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