Capítulo segundo I

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I

Había sido una semana exasperante y Frederar, naturalmente, había estado con un humor de perros. El consejo había tomado con displicencia la repentina actuación de su soberano y la había tildado de incauta y precoz. A decir verdad, los aladanos ignoraban todo indicio de guerra hasta que se dieron de morros con ella; los hombres capaces comenzaban a formar en tropel frente a los grandes portones de la capital.


«Un ataque en la frontera con Aquilia, en la región sur de Silia», era la cantinela que circulaba por la capital desde hacía unos días.


La obviedad de la inminente guerra y las repetidas presiones de los miembros del consejo en cuanto al casus belli, especialmente por parte del marqués, obligaron a Frederar a convocarlo por segunda vez y dar explicaciones. Si el ataque repentino fue recibido con malos ojos, que el mismo se debiera a una pesadilla nocturna -que había maquillado sabiamente en sus aspectos más siniestros- lo recibieron con un profundo y contenido desprecio hacia su rey. Frederar leyó en sus expresiones, aparentemente impertérritas, el desagrado que se escondía al otro lado. El marqués murmuró para sí, el comandante Iltén se acarició el frondoso bigote con ojos estrechos. El anciano recintero masculló algo sobre que los sueños eran la representación de los deseos y los temores de los hombres. Acto seguido, se santiguó con el círculo de Eúbar y se arrebujó en sus atavíos grises; no dedicó una sola palabra más en lo que quedó de reunión. La mujer de dorado cabello ondulante, tesorera del reino a tiempo parcial y amante del rey a tiempo completo, le dedicó una fría mirada y frunció sus carnosos labios con disgusto evidente: Udela aún le reprochaba por el hosco despertar del otro día. Frederar los despidió a todos con un gesto de la mano y se fue al lecho reflexionando sobre las consecuencias negativas que resultaban de sus impulsos.

Al día siguiente, tras un frugal desayuno y el tedio anejo a la espera de noticias, encontrándose en uno de sus paseos reflexivos por la sala de audiencias, los grandes portones se abrieron de improviso con un fuerte chasquido. Un mensajero se acercó con paso resuelto, se detuvo a la distancia estipulada y se inclinó en una reverencia antes de entregarle el sobre. Advirtió que el sello era de Zovia. Frederar lo abrió con dedos torpes y suspiró al ver que se trataba de su hermano Vahn. Leyó el contenido con expresión aburrida hasta que algo lo desconcertó. La frente se le perló de sudor y no pudo evitar murmurar para sí:

-Pintarrajearon los muros con mensajes tales como: ¡El Cuervo ha vuelto! ¡El trono del Álado acogerá al verdadero amo!

Frederar se estremeció. No podía ser una casualidad. Se repetían las mismas palabras que lo atormentaron desde la primera vez que las oyó. Y que su hermano se refiriera a estos mensajes como naderías del populacho no podía ser más intranquilizador. Releyó de nuevo la palabra Cuervo y arrugó la carta en su puño derecho con expresión sombría. Era gratificante a la par que perturbador descubrir que no había atacado por una sinrazón; aquel mensaje confirmaba la amenaza de la Cuervo como un peligro real y, por extensión, su alianza con el pueblo -¿por qué si no la presencia del norteño con cicatriz en aquel cinturón de árboles?- del Norte. Asimismo, había que tener en cuenta que, en cierta parte del sueño, se convertía en azor y sobrevolaba suelo norteño. Aquella era otra obvia señal para inferir dicha alianza o, al menos, cierta amistad cómplice. Se llevó la mano al rostro con una sonrisa bailándole en los labios. Con un gesto rápido de la mano despidió al correveidile y mandó llamar al consejo por tercera vez desde el primer ataque. No podía esperar a ver sus rostros cuando supieran las nuevas del virrey. Tenía pensado recriminarles con mano dura, puesto que habían dudado de su palabra. Iba a disfrutar con aquello.

BrechaWhere stories live. Discover now