II

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Dominique Norton, Marqués de Monfort, volvió a observar la entrada de la casa Larringtong. Era imposible que lo vieran allí, entre las sombrías proyecciones de los árboles del jardín principal.

Sonrió al darse cuenta que Heather había logrado escapar de su madre para encontrarse con él; aunque su expresión de niña pequeña haciendo algo malo, evitaba que la impostada serenidad de sus movimientos, fuera creíble. La muchacha miró de un lado al otro intentado no ser descubierta, intentando pasar desapercibida; pero una belleza tan limpia como la de ella, no estaba creada para desaparecer, sino para que cada caballero, noble o no, detuviera su paso por la acera para observar su elegante andar. 

A lo lejos, pudo descubrir que un mandra era repetido por sus deliciosos labios. "No es indecoroso, no es indecoroso" parecía repetir, y conociendo a la mayor y más correcta señorital de la ilustre casa de Wolffurt, su mente le estaba jugando una mala pasada. Sus principios y enseñanzas estaban atrincheradas contra los deseos de libertad que había adquirido. 

Heather bufó sin ninguna elegancia. Caminó hacia el jardón oeste, allí, dónde el camino perdía la luz de las farolas principales y era reemplazada solo por la luz de la luna en la oscura bóveda acristalada de luminosas perlas bohemias. Estaba dónde su corazón quería estar, dónde se suponía que no debería ir sola en una noche en la que la mansión estaba arrebozar de gente distinguida y dónde cualquier a intentaría ponerla en una situación indecorosa dado la importancia de su título y las cuentas de su padre. 

En medio del estupor, se dio cuenta que aunque ella había llegado a la cita, su contraparte, tan culpable como ella de ese nefasto pecado, no había hecho aparición. Se preguntó si quizás, no había logrado deshacerse del séquito de féminas que siempre rodeaban su camino, como flores marchitas de un otoño debastador.

—¿Tan bella dama oculta en el jardín? —sintió que murmuraban a su oído y sonrió—Está usted haciendo llorar a las rosas con su belleza, milady.   

—Gracias —sonrió con picardía—, pero tengo  un cenáculo con cierto Marqués, milord —contestó sacando el abanico de la bolsita de la manga y colocándolo sobre su rostro para esconder la gran sonrisa que se le dibujaba al escucharlo.

—¿Debo preguntar si aquel edicto es indecoroso? Porque de lo contrario, me veré obligado a pedirle que me acompañe de regreso al calor de la fiesta. 

—¿Es caso decoroso un encuentro tránsfuga al cobijo de la noche? —Dominique salió de las sombras y ocupó el espacio derecho de su lado. Pasó un brazo por su cintura y respondió:

—Depende del amor que profece su corazón, o de lo negra que sea su consciencia. 

—¿Qué tan bruna puede estar la consciencia de un libertino redomado? —indagó riendo, segura que aquello lo haría siquiera sonreír

—No soy un libertino —sonrió—. No desde que estás en mi vida,  amor mío.

Él iba besarla, pero escucharon un ruido y ambos se observaron atentos. Le indicó con un dedo sobre sus labios que guardara silencio. Se levantó, la ayudó a hacer lo mismo. Caminaron hacia el interior del jardín, pasando por los hermosos rosales de su madre y llegando por el camino laberintoso hacia una pileta ornamentada en tonos verdes oscuros y rodeadas con bellos lirios; sus flores preferidas.

Dominique se agachó y arrancó un lirio, cuando levantó la vista observó aquellos azules ojos brillar con tal luz, que el lucero más brillante del cielo era deslucido e insignificante. Dios, era tan hermosa. Le acarició los marcos del rostro con los dedos con cuidado, su piel era suave y luminosa como la de un melocotón en pleno verano. La blancura de su piel contrastaba con sus rizos castaños salvajes. Observó sus voluminosos labios, esos que estaban rogando juntarse con los suyos; tentándolo. Sus ojos brillando de emoción, de expectación. Colocó el lirio en una horquilla detrás de su oído y murmuró un: “Te quiero” pensando que no habría vocabulario florido y completo para exteriorizar lo que sentía por ella. 

Revés del DestinoWhere stories live. Discover now