V

285 21 0
                                    

Al llegar a casa, Dominique se encontró con una sorpresa de lo más inesperada. Lady Robinson se encontraba allí. La viuda mujer había sido una de sus amantes antes de que se fijase en Heather, antes que perdiera la cabeza por ella. Antes incluso que 

Lora no había tomado nada bien todo lo que pasó, ni como habían terminado las cosas entre ellos. No entendía porque estaba allí, salvo que quisiera volver al intento de que él tuviera una cama extra en su matrimonio. Aquello era muy común en la sociedad londinense y en los matrimonios de convivencia del ochenta por ciento de los nobles ingleses, pero era su caso era absoluto. Él no se casaba con Heather por nada más que por amor y necesidad.

—Lady Robinson —saludó haciendo una reverencia y besando su mano enguantada. Lo estrictamente cordial. No tenía intención de que estuviese mucho tiempo allí. No quería más fábulas sobre su estilo tan poco correcto de vida y que alguien viera salir a esas horas de la noche a una mujer de su morada, sería comidilla al día siguiente— ¿A qué debo la preferencia de su visita?  

—Milord, cuánta formalidad —sonrió con coquetería, batiendo las pestañas en una ensayada mirada seductora que en otro tiempo, uno que le parecía muy lejano, lo habría anonadado—. Estoy aquí porque usted merece una disculpa.

Él la observó moverse por el salón verde y frunció el ceño. ¿Lora Robinson estaba pidiendo disculpas?

—¿Cuál es el motivo, milady?

—La última vez que nos vimos no tuve un comportamiento probo. Me he estado sintiendo mal por ello, Dominique. Sé que amas a la futura Marquesa de Monfort y no tendría que haber reaccionado de aquella manera tan brusca y horrible.

Dominique caminó hacia la bandeja del té que Wilbur había servido. Recogió la copa con brandi y degustó de aquel milagroso licor. La mujer se sentó al frente suyo y su expresión de culpa le convenció que realmente estaba arrepentida.

—Milady no sé a qué brusca y horrible conversación se refiere. Le ruego que olvide eso.

—Me alivia mucho con ese comentario, milord —le sonrió—. Lady Larringtong es afortunada, es una lástima lo que dicen las correrías femeninas.

Allí estaba el meollo del asunto. Sonrió con pintas de ironía.  La observó con cara de aburrimiento.

—¿A qué se debe el comentario tan desatinado, Lady Robinson? ¿Ha venido a decirme las correrías del té de señoras? —sonrió con dura sátira— No sabía que justamente usted diera oídos a esas simplezas.

—Bueno, milord, vengo como amiga a advertiros.

—¿Advertirme de qué?

—La señorita Fitwith y Lady Ferrison han visto a Lady Larringtong cabalgando hacia el medio del bosque de su propiedad, ya sabe usted, sus casas a las afueras de Londres colindan desde hace mucho.

Dominique no aguantaría más aquello. No aguantaría que intentaran dejar mal parada a Heather delante de sus narices.

—Si eso es lo que ha venido a decirme, Lady Robinson, os ruego que vuelva a su casa a cuidar de sus hijos —caminó hacia la puerta y la abrió para llamar a su mayordomo—. Wilbur le indicará la salida. Buenas noches. 

Revés del DestinoWhere stories live. Discover now