Capítulo 24

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Me despertó el rumor apagado de voces femeninas. El ambiente en los pasillos parecía haber cobrado vida. Me senté en la cama y bostecé suavemente. El hilo de luz de la mañana acariciaba los bordes de la ventana, la cual no contaba con cortinas que pudieran ofrecerme más horas de oscuridad.

Sentía todo mi cuerpo cansado y dolorido, sobre todo mis piernas y mis pies. Levanté la tela de mi pantalón y pude observar algunos pequeños arañazos en mis pantorrillas. Supuse que me lastimé la piel intentando subir a aquel tronco en el río.

—Dicen que llegaron forasteros al Monasterio. Dos de ellos serán alumnos.

—¿Se incorporarán en mitad del curso? Que extraño.

—Me dijeron que son humanos. Una de ellas está en este cuarto.

—Shh, te va a oír. Habla más bajo.

Escuché a dos chicas hablando con susurros detrás de la puerta de mi habitación. Me sentí algo avergonzada y decidí seguir en mi cama parada para no hacer ruido.

—¡Jovencitas! ¿Qué estáis haciendo? —escuché la voz de lady Daisy al otro lado.

—Ma... maestra. Solo estábamos...

—Id ahora mismo al comedor, o sino os quedareis sin desayuno.

Escuché pasos alejándose por el pasillo. Antes de que sintiera la puerta abrirse me volví a tumbar para hacerme la dormida.

Lady Daisy me acarició el hombro con cuidado y yo me volteé con calma para mirarla.

—Buenos días, mi rayito de sol.

Olí algo dulce y alcé la vista hacia mi escritorio, donde reposaba una bandeja con dulces de hojaldre recién hechos, fruta y pan con jamón y mantequilla. Mi estomago rugió de golpe, recordándome que llevaba varios días alimentándome de manera austera.

—No hace falta que guardes las formas, come —me dijo mi nana.

Me levanté con rapidez y me senté para comenzar a comer usando las manos. Engullí la rebanada de pan con jamón y preparé la siguiente untando la mantequilla. Me percaté que había un vaso de leche caliente y lo agradecí en cuanto suavizó lo rasposo de mi garganta. Lady Daisy había aprovechado para hacer mi cama y sentarse mientras me observaba comer.

Me quedé mirando al bol de frutas, mayoritariamente silvestres, y me sorprendió la explosión de dulzor y cítrico. Cuando mi estomago quedó saciado me dispuse a comer los dulces de hojaldre con paciencia para disfrutar al máximo su sabor. El merengue manchó mi labio superior y pude escuchar como Lady Daisy echaba una pequeña risita al aire.

—Eres don Briccio con su imponente bigote.

—Me faltaría la barba —añadí, con la boca llena.

Poder y justicia. Libro 1Where stories live. Discover now